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24.Oct.14

 

 

     
     
     
     
     
     
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  Con motivo de su aniversario luctuoso, Leticia Ocharán en Octubre

por Roberto López Moreno

 
       

de la obra de Leticia Ocharán:

 

  Hoy, 23 de octubre, se cumplió un aniversario más del fallecimiento de Leticia Ocharán.
      Savia sabia de Tabasco que dio a luz esa fuente de color que se llamó Leticia Ocharán. Savia que se vuelve río, largo y tranquilo lagarto de agua deslizándose en la adormecida sabana, alimentando ensueños que sólo cuna pueden tener en la languidez del trópico. Sabia que conoce los secretos del rayo bajando por las escaleras de la ceiba sagrada, por donde, en vía inversa, se elevan los secretos de la tierra hasta la curvatura aérea que sólo cuna puede tener en la arrechura y la sensualidad del trópico.

La referencia a tales realidades y la savia que las alimenta, se debe a que con esa energía fue y creció el arte de Leticia, la que no necesitó recorrer los caminos de la descripción para que la fuerza tórrida de que provenía tintara sus cuadros llenos de saViduria. La cita obvia, directa, la fácil descripción subrayan una sencillez que no iba con ella, tan comprometida en los asuntos de la alta poesía, atendiendo a lo que siempre quiso ser, una mujer en conversación continua con la poesía lírica (su obra abstracta) y la poesía épica (su obra figurativa). Y así lo dejó escrito en sus textos sobre las artes plásticas, y así lo dejó pintado en óleos y acrílicos sobre los que sangraban los soles de Tabasco.

 
       

 

Lectora hasta los huesos de Carlos Pellicer, hasta las neuronas lectora de José Gorostiza, en sus cuadros hay mucho de ellos sin que nunca hubiera tenido que decir: vengan, vean, en este ángulo, en esta espiral, aquí están, son ellos repartiendo el fuego, soledades en llamas con las manos llenas de color, canciones sobre las barcas en las aguas de Tabasco que vienen y que van. Pero Leticia, la alegría de vivir, sabía que los llevaba muy adentro, muy en esa sensibilidad que iba de la emoción al pincel y del pincel a la tela en una cadena de amor interminable.

Leticia pintó para Tabasco dos murales; uno, en relieve para el kiosco de Jonuta en el Parque de La Choca, Villahermosa, y el otro, para el museo de sitio de la Venta, en el litoral del Golfo. En el primero hace avanzar los perfiles de los cinco señores de Jonuta acompañados de sus soles para cumplimetar la curva del tiempo. En el otro, el jaguar-dios y la erudita serpiente se entrelazan en una cinta de Moevius que nos lleva —por medio de la magia del arte— de nuestros orígenes a nuestros derroteros. El primer mural fue destruido por los políticos para poner ahí un emporio restaurantero.

 
 
 

 

Como pintora fue del caballete al mural y de los muros trópicos de nuevo al caballete en donde, como ya lo apuntábamos, izó tanto los secretos del abstraccionismo como las banderas de un figurativismo que desde ella, era también misterios por resolver.

Pero hubo performances en su actividad de artista, y ambientaciones, y trabajos de poesía visual, y todo tipo de experimentaciones como fuentes que nunca le fueron ajenas, como no le fue ajeno tampoco el grabado, hecho acto civil sobre las mesas de trabajo del Taller de Gráfica Popular, labor que muy bien se emparentó con su infatigable lucha en favor de los derechos y la dignidad de los artistas. Y no sólo era la inspiración sino también el fundamento teórico los que actuaban. Esto la llevó, además, por los vericuetos de la crítica de arte, para lo que ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); para lo que salió de esa Facultad y tomó papel, y tinta.., y viento. Por eso es que su arte era sabio, estaba hecho de razón y sentimiento, de meditación y sensualidad, otra vez Pellicer y Gorostiza en llamas para su mano maestra.

Por su oficio, lo que somos estuvo en España, en Corea, en Venezuela, en Cuba, en... Seguimos frente a su obra, perfectamente vivos nosotros y ella, que creyó que se había ido para siempre en octubre, pero que no sabía (lo más seguro es que sí) que se había quedado, para siempre, entre nosotros, entre nuestra vista y nuestro latido.

 

 
     
     
     
 

 

 
     

 

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