ETHEL KRAUZE O LA BRISA FRANCA DE LA VIDA
Reseña por Carlos Santibáñez Andonegui

 

Ethel Krauze, Convocaciones, desolaciones e invocaciones, Textos de Difusión Cultural, UNAM, México, 2015.

 

Ethel Krauze en su nuevo poemario nos aproxima a la brisa franca de la vida. Forjado en tres secciones, la primera, Convocaciones, se abre al amor en guiño, en fiesta, en frenesí. Convoca a Dios para admitir: “Me regaló el frenesí/ para decir que sí”, su emoción convence y arrastra: “¡Que el mundo aplauda esta probada!”, y en esa medida crea un ambiente. La segunda sección Desolaciones, desenvuelve a granel el poder del signo evocativo, “cuando el mundo era un espacio bueno/ donde acampar”, y hace suyo el pasado de modo tan vivo, que lo salva, el pasado es inocente al decirle a la pareja: “¡como que era posible ser más tú/ que tú”. En las Invocaciones trabaja el potencial de contagio: “Evaporadas/ las palabras son el cuerpo de Dios”. Hace suyo el dolor de la mujer que pierde a un marido a causa de mal mortal, de cáncer. La ciencia dice lo que tiene qué decir en torno a esa víctima a quien aqueja un mal, y su pareja, lo ve perderse para este mundo y arriesgarlo todo hacia el otro. Nos contagia así “el vértigo de Dios”. Con una suavidad que parece arrancada del Cantar de los Cantares, nos contagia el dolor del mundo moderno que se abate ante lo contingente que arrasa, y sin embargo, el amor salva: “Como la noche toma al día:/ lo cubre de silencios y de estrellas;/ así su mano me ha tomado,/ llenándome de todas las respuestas”.

No tiene pierde este libro de Ethel Krauze. Dionicio Morales se queda corto en el prólogo en tanto afirma “es la permanencia en el tiempo de la cosecha de los frutos maduros”. Tal podrá ser el mensaje de la trascendencia que salva en la sublimación poética del dolor, de la tragedia, pero en lo personal, sabemos que esta obra representa la consagración de Ethel Krauze en la poesía. Y algo muy importante para los aedas que juegan a esconderse en palabras: fue sincera, triunfó con la sinceridad. Lo que decía Darío, de quien celebraremos el próximo 6 de febrero los primeros cien años de su partida: “Ser sincero, es ser potente. De desnuda que está, brilla la estrella”. No es fácil llegar a la difícil facilidad, sino se trae atrás “el corazón labrado/ a golpes de metralla”. Siguiendo a Croce en su obra La poesía, como ella misma lo hace en Desnudando a la musa, el poema se define como la expresión que fusiona la unidad de las realidades contrastantes. Esto es lo que logra la Krauze. Lo que hay ahí dentro es una voz que se adueña de los valores poéticos, y los transmite con tal vigor que nadie la detendrá. Ahí va otra pista: los que llegan, son los que oyen consejo, son quienes saben servirse de los pasos previos que otros grandes hicieron para ellos, y cuando los vemos brillando en la palabra es porque literalmente van cabalgando “en hombros de gigantes”. Así el endecasílabo cuya forma, trabajada aun antes del Renacimiento, Ethel devuelve en cristal: “Se llama, llama, amor, esta dulzura”. Así el crepitar del ser en cuanto ser que por milenios arde en nuestra especie, y alguna vez a nuestra Rosario hizo decir: “El mundo es esta forma perpetua del asombro”, así ha dicho nuestra Ethel: “Juntos, somos consumación que nunca cesa”. No es la amada que busca ser consolada o apapachada. Es la mujer que se transforma en la poeta total.

No se trata de mezclar la esencia del poeta, o la poeta, con la filosofía o el derecho. Pero si la poesía es quintaesencia de los significados humanos, no hay para dónde hacerse. Hablar con ella, usarla, es hablar para dejar el mundo mejor de cómo lo encontramos, asumiendo esas zonas del saber que atesoran lo mejor de la humanidad, con la vivacidad que la emergencia requiere. Sí es la poesía de Krauze una auténtica poesía de emergencia tal que resistirá la prueba de la perspectiva histórica.

¡Cuidado, cuidado!

 
Los dioses cumplen su palabra.
No somos más que piedras divisando un refugio de agua que no llega,
no somos más que espera entre nubes sin retorno;
no somos más que manos trémulas, dirigiendo plegarias en la hoguera.
Si “el primer saludo del poeta, es a la muerte” como entendía Gómez Correa, Ethel saluda así ante el rostro amado: “…tú no has muerto./ Fue el mundo el que acabó”. No quedan la tristeza ni el mal por explicar, “como un trozo de barro al que Dios no despertó”. No se rehúye el signo del existencialismo fatal, pero nos queda arder, y no se ha ardido bastante: “arder en la memoria de la cosa”, nos queda soñar, nos queda cantar, y la poesía es así: se sueña y se canta. La poesía, ¡es para cantar!
No tiene vuelta soñar.
Soñar es ya, el revés de la costura:
La tela de la vida es amasijo;
y su hilo, la locura.
(Ethel Krauze)

Nos hace sentir de qué estamos hechos ante la muerte de su madre, como cuando hace suyo el compromiso del llamado social, “Ayotzinapa… Contamos agujeros en el cielo:/ Contamos muertos”. Es así que “la tierra no se conforma. Tiembla”. Y Ethel aquí pregunta algo aplicable a todo el hombre moderno: “¿Qué hacen buscando bajo tierra/ hurgando en basureros,/ descosiendo caminos y ciudades?/ ¿Qué buscan que no encuentran?”. Como expresa Dionicio en el prólogo respecto a Ayotzinapa: “Este crimen que ha conmovido al mundo por lo que significa de injusticia y de impunidad, de masacre… no puede pasar inadvertido para el corazón y el razonamiento de Ethel Krauze.”

Su manera de ser mujer es asumirse en lucha, por el amor, hacia la salvación del mundo, ¡por eso será grande este libro!, que repite: “el fragor de mi sustancia… lo pongo en la balanza/ de los filos/ que llevan a la orilla/ de la nada”. Su manera de ser mujer es acercarnos a la poesía, tanto, que no se puede dejar de amarla: “¿no ves que hay pájaros bordados/ en la encajería/ del cielo?... ¿No ves que hay una red/ de acordes nuevos/ en el matiz/ de la materia?/ Es la respuesta/ a tu llamado”. Hace años, décadas, trabajando el poema intitulado “Mali, esa noche, ese día”, puso el dedo en la llaga: es en lo obscuro donde más brilla la luz y atrae, como un imán, y esto es el milagro. Ahora, cuando han pasado los años lo hace realidad como “la seda de Dios que se desliza en el aire”, y estamos, como los que vendrán, ciertos de abrir con ella “el corazón de la magnolia:/ la brisa franca de la vida”.

La unidad abarca poesía y prosa. Cristina Ruiz demuestra en un ensayo aparecido en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, (año VI, número 13, pp. 88ss.), que Ethel Krauze en Mujeres en Nueva York, estructura la fábula a partir de la memoria, y mantiene su línea habitual de articular discurso narrativo mediante mujeres que no aparecen en evolución, pues son y están en un presente concreto y puntual, mas siembran la semilla para un cambio futuro. Por su parte, Brianda Domecq en: “Ethel Krauze: la mirada desnuda, visión de mujer” (Colegio de México, Sin imágenes falsas, sin falsos espejos, 1995, p. 604), reconoce que la visión desnuda obliga a quedar sin defensas. Y lo que da la autora a través de sus diversos títulos poéticos, Apasionada, Bajo el Agua, Juan y Para cantar, es una visión desnuda pero que defiende algo que nos vertebra y une, incluso como mexicanos, de ahí que ha sido traducida ya a lenguas indígenas.

Es ese perfume intacto de Ethel, hoy como ayer, las ganas de poesía como ganas de justicia, lo que me hace bendecir la carrera que estudié, con ella, letras, aunque no pareciera muy para el mundo, pienso que la carrera valió por entender a personas como ella, y en ello, a la poesía, y en ese sentido la doy por bien empleada.

Lo saben las instituciones que la acogen: el Sistema Nacional de Creadores de Arte, y la Universidad Nacional Autónoma de México a través de la divulgación de estos textos. La Secretaría de Educación Pública eligió como texto indispensable en la Biblioteca de Aula y Salón de lectura del país, su ya clásico texto: Cómo acercarse a la poesía. Es así que le brindan digno marco a su talento y habilidad literaria que caracteriza su poesía, donde realmente hay algo que brilla hacia dentro, una voz que se infunde de los valores poéticos y los transmite.

Ahora que comenzamos un año más, recordaba un amigo, poeta de valía, Daniel Baruc Espinal Rivero, cómo una hermana suya por estos tiempos le recordaba siempre una tonada humilde, imperecedera, que se repite por la Temporada: “La Noche buena se viene, la Noche Buena se va, y nosotros nos iremos, y no volveremos más”. Todo el amor y todo el dolor humano, ahí está.

Mas la poesía de Ethel, por fortuna, se va a quedar aquí, en este mundo, se va a quedar aquí a favor nuestro, ¡dando vueltas y más vueltas alrededor del Sol!