Empiezo con la idea que más me atrapó y a la vez me preocupa amargamente: Vivimos en un mundo en que volverse culpable es la única manera de ser inocente. Es casi lo que dice Juan Ángel ya sin apellido, cuando se le ha cambiado el nombre en el segundo alumbramiento, después del primero (treinta y cinco años antes) en que mamá Flamenco y papá Búho le pusieron el nombre de Osvaldo Puente. Y vaya si es un puente, un modo de pasar del entusiasmo al asco así como también del asco al entusiasmo,  y que tiene negado hasta el derecho al presuntuoso signo de ortografía o a la mayúscula, y la novela está toda así, (novela en verso dice acertadamente la crítica), en minúsculas sin más ortografía que los acentos y las pausas marcadas donde lo indica el ritmo interior. Porque hay un ritmo interior en  Benedetti expresando la realidad social de Montevideo a principios de los setentas, “hoy no mires terriblemente lejos/ hoy no revises nuestro montevideo” con una puntualidad y un encanto que tendrían su culminación en el volumen de cuentos La muerte y otras sorpresas.

Entre lo más nombrado de su obra: Esta mañana y otros cuentos (1949), un año más tarde los poemas de Sólo mientras tanto, luego vendrían Poemas de la oficina (1956), Montevideanos (1959), Gracias por el fuego (1965), su primera novela la publicó en 1953: Quién de nosotros. La novela La tregua en 1959, más de diez años antes de la que nos ocupa: El cumpleaños de Juan Ángel (1971).  Pero también: Primavera con una esquina rota (el tema del exilio), Premio Llama de Oro Amnistía Internacional. Exilio y vuelta a casa: La casa y el ladrillo, (1977), Vientos del exilio (1982), Geografía (1984), Las soledades de Babel, Letras de emergencia, Poemas de otros, Andamios, Inventarios, Vivir adrede, La borra del café, Memoria y Esperanza y tantos más. 1999: obtiene el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en España. 2005 le es otorgado en Santander el Premio Internacional Menéndez Pelayo. En su natal Uruguay él fue reconocido con el Gran Premio Nacional a la Actividad Intelectual (conjuntamente con el narrador Julio da Rosa) desde fines del siglo pasado. No rehusó el ser espectáculo, las audiencias literarias se dejan conquistar más con tal aliciente, de ahí que su famoso recital “A dos voces”, de canto (Daniel Viglietti) y poesía (Mario Benedetti) ha sido presentado en 20 ciudades de América Latina y Europa. Director del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas en La Habana, y del Departamento de Literatura Latinoamericana, en la Facultad de Humanidades de Montevideo, el golpe militar de 1973 lo hizo dejar su puesto en la Universidad y exiliarse primero en Argentina, luego en Perú, Cuba y España. Falleció en Montevideo en mayo de 2009 a la edad de 88 años.

Lo que ocurre a Juan Ángel a su manera nos abarca a todos, vayamos o no a la Revolución o más concretamente, a la guerrilla urbana. Lo mejor del mensaje en esta novela no es decir que vamos a la Revolución, nótese que ni siquiera puso Revolución con mayúscula; antes esa palabra sucumbe también en la minúscula y así es como la arropa el personaje, cuando ya vuelto un revolucionario repone: “en esta repentina penumbra de la revolución me he puesto duro…/ me he puesto duro porque no hay otro método para adquirir la bondad/ me he vuelto culpable porque no hay otra manera de ser inocente”.

Pienso en todas las luchas o reivindicaciones sociales, no sólo en la guerrilla urbana, modalidad a la que, sabemos, se dirige el personaje, autobiográfico de Benedetti, sino guardadas todas las distancias pienso en nuestra inexpugnable Revolución Mexicana, que postuló la singular tendencia de la Novela de la Revolución, que quedaría como carta de presentación de América Latina ante Europa en la literatura universal, como expresión y verdadero grito de Independencia latinoamericana en la prosa, así como en poesía lo fue el Modernismo. Las penas, las zozobras mostradas por Juan Ángel en esta hermosa pieza que nos ocupa no son otras que la de aquel Macario que al ver rodar la piedra hacia el abismo, podría decir certeramente en Los de Abajo: “¿ves esa piedra? Ya nadie la para”.

También es importante añadir que quienes piensen dedicarse a la guerrilla a estas alturas harían bien en primero abrir un manual de ciencia política, por aquello de no ser tan orgullosos de creer que somos los primeros a los que nos pasan las cosas o que ninguna ciencia tiene derecho a opinar nada sobre lo que nos pasa, a riesgo de parecer burgueses, dado que hay épocas y formas sociales a las que no corresponde la revolución o la guerrilla, y aconsejarla o prohijarla es totalmente un fraude. Como ejemplo daré esta época de hoy y este México en el que hay formas complejas de organización a las que la guerrilla no da el ancho, concretamente un libro que costó un millón de vidas y ha recibido tal vez menos enmiendas que en el país del Norte, una Constitución tras de la cual subyace el respeto al pueblo como protagonista, intérprete de las formas de gobierno que le interesen a través de sus representantes, y  libre de darse la forma de gobierno que mejor le acomode, mandatando a un Comandante Supremo de las fuerzas armadas para que lo cumpla, y hasta el momento no se han dado las condiciones para un cambio drástico o nueva revolución, antes las tácticas de guerrilla son las que se tendrían que seguir aquí por las propias autoridades para lograr que todo funcione como lo dice el Libro, y sus reglamentos, y sea posible en última instancia, abordar el Metro sin riesgo de un conductor ebrio como ya sucedió y se sancionó ciertamente. Una cosa es que se justifique la guerrilla y otra, muy distinta, que se abuse públicamente del alcohol, y entonces el retrato no sea como en aquel terrible “en realidad la ciudad del sol está vacía” que hará pedir al personaje “atención:” y repetir tres veces “la seguridad va a ser profanada”, sino en esta otra vergüenza donde se puede inferir, con la canción: “lo que pasa es que la Banda está borracha”. Dos realidades bien diferentes, por eso me preocupé cuando le di a leer este libro por primera vez a mis alumnos.

Era yo entonces profesor de una escuela que suponía muy “fresa”, y le puse esta obra a unos alumnos sobresalientes del plantel,  El cumpleaños de Juan Ángel con un pecado mortal del cual me acuso  abiertamente, que es el de no haberla leído toda, primero yo, sino atenerme a las primeras páginas donde todo parece tan rosa, o tan azul, así que sugerí a esos angelitos: “léanla toda con cariño, muchachos, que es el vivo retrato de todos ustedes”. Algunos, los más leídos del salón me miraban con cierta desconfianza. La explicación era simple, en esa escuela donde iba a dar clase, creyendo que era un grupo de chicos fresas, todos habían leído más que yo, que apenas si detectaba chispazos, a los  que idealmente llamaba categoremas y eran como la excusa que el narrador llamaba “viajes alrededor de la almohada”, y así yo proseguía anunciando ingenuamente: “puede decirse que es la propia vida de cada uno de nosotros, como esta parte en que dice: “salgo lentamente del pijama”, ándenle, anímense a leerla, ¿a poco no han sentido lo que él: “la ducha lava todas mis preguntas y poros”, no me digan que no eran ustedes así hasta hace relativamente pocos años, que podían ufanarse como él en su cumpleaños: “creo que hoy voy a querer a la gente a las cosas… y hasta el jabón señores”, es algo que nos ha pasado a todos, de chico nadie se quería bañar, y los hacía ponerse en el lugar de Osvaldo, cuando “aún es temprano para perdonar”, donde “este pedazo de la infancia es aproximadamente/ una caverna”. Así aquella mañana de los últimos días de primavera la clase misma parecía ligera, todo pasaba por el categorema de la ocurrencia como “el profe de historia me preguntó caldeos”, anden, lean por la tarde que ahí van a ver reflejado, todo su pasado, o tal vez… su futuro”, y me quedaba con miradas severas al recitarles “tengo que almacenar/ yo compatriota/ Osvaldo puente de ocho agostos/ toda la realidad/ su violento milagro”. Y nada duro o violento suponía yo, acaso si saldría del aula con la emoción vallejiana de “tengo ocho años y huesos y presagios”.

Pero esa noche ya en mi estudio, con el recelo con que me vieron los más leídos, esa noche que no pude dormir, llamé a una amiga mía que hoy vive en Acapulco, y me dijo: “lo que van a creerte, es un comunista, o que estás entrenando guerrilleros”. Conclusión: siempre leer la obra completa antes de recomendarla. Pero por otra parte, conforme a la esencia del plantel que los formaba, creo que les hizo bien. Veámoslo en el propio Benedetti: estudió primero en el Colegio alemán de Montevideo de donde fue retirado al empezar su adolescencia, ¿sería como aquel López Velarde a quien lo reprobaron en clase de literatura?, del que hoy nos ocupa sabemos que pasó a ser de todo, o casi todo, hasta parece el personaje de Juan Ángel, iniciado por su padre en las finanzas a los 18 años, que a los 21 empieza a trabajar en un banco pero no está conforme, no lo ve como una realización de su vida sino al contrario, un trabajo esclavizante que le revela el estado de enajenación en que se vive, contra el cual se rebela más y más. Hay algo autobiográfico en el libro, se sabe que el poeta, que al morir en 2009 fue despedido con honores de estado, para sostenerse en vida efectuó los más diversos trabajos, entre ellos  gerente general de una inmobiliaria, y antes fue cajero, vendedor, taquígrafo, contable, traductor, periodista, y lo más importante, un poeta. Aparte escribió cuento, novela, teatro, ensayo, crítica literaria, crónica humorística (para la cual utilizó el pseudónimo de Damocles), guión cinematográfico y letras de canciones. (Sus canciones están en el volumen Canciones del más acá (1988)… Un total superior a unas 50 obras, traducido a casi una veintena de idiomas.

Sabemos que se casó con Luz López Alegre, dirigió la Revista Literaria Marginalia, en los años 40, y la Revista Marcha, una de las más influyentes de Uruguay, donde se formó como periodista al lado de Carlos Quijano; también perteneció a la redacción de Número, una gran revista literaria. Más tarde, en El Diario y la Mañana, codirigió la página literaria Al pie de las letras, luego colaboró en el periódico El País, de Madrid, trabajó en la Revista Punto Final de Santiago, y la revista Crisis de Buenos Aires, entre otras.

¡Ah qué cosa terrible Juan Ángel! “En el patio del miedo no caben los pobres”, y lo dice, antes de tener su cita con el profanador oficial de la seguridad oficial. Cuando se dispone a matar el bien  y el mal en su sentido tradicional, como se hace en el poder. Pero más que la frialdad calculadora de un Hegel cuando repone: “en la antesala del poder político, descansa la solemnidad de la muerte”, me recuerda a la preciosa Rosario Castellanos cuando retoma un tópico clásico forjado también por Byron entre otros rompedores de tabúes, para decir: “matamos lo que amamos, lo demás no ha estado vivo nunca”. Es el momento solemne en que Osvaldo, se convierte en Juan Ángel. Si lo había presentido tantas veces, así cuando vislumbra: “soy apenas un personaje en borrador”, todo se convalida en la pregunta hecha ya en su segunda vida: “cuándo empecé a emigrar de Osvaldo puente para exiliarme/ en Juan Ángel”, si debimos saberlo desde el momento que recapacitaba “con qué azar me complico”, “el azar es un poco nuestra ley/ pero nosotros debemos planificar el azar/ intentar el arduo montaje de la suerte/ porque si dejamos el azar al azar/ entonces sí lo planifica el enemigo”.

Nos fuimos con el lado paciente de “las azoteas dicen siempre la verdad”, o reparando apenas en que “colocan irreparables calzoncillos al viento”, sin notar que, en aquel muchacho se gestaba ya la rebeldía del brazo de la salvación, como sucede en todo guerrillero con su violenta dosis de rencor social: “hoy en homenaje a mí mismo no hago nada”.

La salvación para este personaje es algo doloroso que espera, se abre paso entre llagas, como el presentimiento que aun a los ocho años, lo abruma con la llegada de lo feliz y nuevo, tal vez esa ventaja inesperada pero que sin embargo ha venido dice él: “a consolarme como/ si vivir mereciera consuelo”. Tal es la salvación que se acumula en violentas percepciones como la de “tía Ángela ha llegado con su alegría remota”. Como la que lo hace vomitar cuando la profesora de geografía le pegó a Inesita con aquel vergajo o verga de toro seca y retorcida que se usa a veces como látigo, según el diccionario Larousse, y se le enrolló en el pescuezo y casi la ahorca. En esa cofradía con el viejo zapatero remendón Baldomero, “por sí solo una hazaña,/ alguien que esperó en vano a goya o modigliani”, pero que lo sondea con su ingrata filosofía pesimista: “no hay posible exorcismo/ nadie se libra/ la única forma es asumir el mal/ digerir el mal/ y hasta ayudarlo con un buen laxante”. Insumos todos que van cocinando una primera ruptura distinta por ejemplo a la del personaje de Joyce que debe ser Joyce mismo en el Retrato del artista adolescente: se irá de casa, sí, se irá de casa pero no hay nada de poesía en ello. Al contrario, se asume psicológicamente aunque parezca ironía “soy lo que se dice un inmaduro voluntario”. Después se ríe del inocente Bécquer: “los vaticinadores están tan afónicos que no pueden vaticinar/ volverán las locuras vespertinas/ pero aquellos pocos que vaticinaron/ ésos/ no volverán”.

Entonces viene la segunda ruptura: el matrimonio, para la cual también se había preparado, al saberse incapaz de llenar de presencias la ciudad vacía, incapaz de asumir ese destino de todos, el de la oscuridad donde se tiembla, donde tiembla cualquiera menos él, aunque sabe que el temblor tiene su encanto. Ese tembladeral de conciencia me impide hacer/ el amor con luisa nada menos/ y ahí nomás tomo la decisión.

Y el que lo lamenta es uno, lector, que sabe que dejará en la orfandad a Jorge y Andresito, criaturas sin culpa de haber nacido y cuyo abrazo él confunde cruelmente: “también ellos ingresan en mi cumpleaños/ pero como un abrazo confiscante”.  ¿Y así busca salvarse? ¿Lo atosigan los hijos? Ellos lo esperaban, ellos eran su mundo redentor, pero tan frágil. Por ellos se acercaba a su hogar como: “mi territorio, mi hogar terreno firme”. Llamar a Jorge, a Andresito “contrabandistas de la buena suerte”?  Uno estaría a punto de dejar de creerle al personaje, o en adelante ya no creerle nada, salvo por el secreto que subterráneamente ha confesado: ¿Los deja al no haberle llegado la nueva prórroga de la hipoteca? La prórroga ha caducado definitivamente. ¿Qué prórroga? ¿La que él había extendido como marido de Luisa secretamente al país para que el país cambiara? Los deja porque espera salvar, no sólo a ellos sino a todo el país. Salvar, ha dicho salvar, pero lo ha dicho desde antes, desde estas claras palabras que no son sino el brocardo perturbador de humanidad inscrita en toda guerrilla: ““en realidad nos salvamos y nos perdemos”.

¡Y luego aquella Luisa! Pulsemos estos versos: “para su desnudez debería llevar otro nombre/ porque luisa es nombre de mujer vestida”. Acto seguido, se irá él a la calle, ganará la calle, en donde la ciudad de sol está vacía, y uno toma por cierto lo que antes había dicho: está vacía porque yo estoy vacío. A lo mejor lo estaba desde que tuvo su primera relación sexual con una niña de 14 teniendo él 16 y de ella nadie vuelve a saber nada. Mas lo de Luisa fue imperdonable. A nadie puede dejar de parecer injusto, decir de una mujer: “ella es mi latifundio y mi minifundio… y no habrá reforma agraria que me la expropie”, para enseguida ordenar a todos, al que lea, a nosotros incluso o a nadie por supuesto: “ahora váyanse un momento/ déjennos festejar mi cumpleaños”. Y salirse a la calle con sus contraseñas, a la ciudad de sol que está vacía.

En la calle va al encuentro de Antonio, el guerrillero, quien le dará la dirección donde debía trasladarse para cambiar de vida, e incorporarse a la guerrilla urbana, y en donde dejaría de ser Osvaldo puente para convertirse en Juan Ángel. Creo que algunos, como yo, no vamos a darle ahora la razón. Pero sí a Benedetti. Porque estamos tan acostumbrados al personaje poético dignificante, ejemplar, conocedor de todas las filosofías, repartidor de todos los bienes espirituales, que nos conturba este guerrillero desolado como si la poesía fuera exclusivamente para la gente bien arreglada, y preparada para la fiesta, no para que la gente se esmere en comprender los por qués y nosotros en comprender que los por qués también son poéticos. Que este Juan Ángel es fruto de una ecuación que nos abarca a todos y así nos lo parece cuando expresa: “…tal vez mi ser verdadero y esencial sea un individuo promedio una suerte de osvaldo más juan ángel sobre dos”.

Y  ya convertido en Juan Ángel, va a despedir el bien que le enseñó su padre (el búho) no muy convencido después de todo porque “siempre ha sabido dónde está aproximadamente/ el bien y dónde aproximadamente el mal/ pero con la misma aproximación sabe dónde están Bagdad o la constelación de orión/ la verdad es que tanto el cuartel general del bien/ como el estado mayor del mal/ han sido varias veces trasladados/ y claro  cualquiera  se  confunde”.

En tanto, de su madre, desde un principio había dicho: “por qué será que el cariño se rodea de fosforescencias/ inútiles/… sin embargo hay que admitir que estos besos me hacen justicia”.

¿Hay rencor social en Osvaldo? Lo hay desde el momento en que asume el narrador: “aprovéchate Osvaldo que el rencor se acerca/ como un oleaje”…

Eso se ha transformado en rencor social en Juan Ángel: plantea “hoy seguimos siendo un país desbrujulado y pompa funebrero que acata los semáforos”, rencor social en tanto califica: “ah se precisa mucho y pesado silencio para dar a luz semejante idiotez”, rencor social por mucho que los semáforos sean solo un símbolo, porque los semáforos son los semáforos.

Ahora está frente a Marcos, el guerrillero que al final cubre al grupo, no en balde lleva el nombre de un evangelista. El guerrillero que aprendió a matar cuando vio caer asesinado a Simón, en una dura escena contra una vidriera de una óptica, donde absurdamente lo veían “las cabezas con anteojos de sol y castos bifocales, lo miraban sin poder creer lo que miraban”. Y nosotros miramos al pequeño Osvaldo convertido en futuro guerrillero, enseñándose a matar por este Marcos que dice: “…por eso sé cómo se cae/ por eso tuve que morir para poder matar// sin embargo no es fácil/ ya verás que no es”. Ahora Juan Ángel sabe lo que Fuenteovejuna, a su manera: “que hay que estar muy seguro de la justicia que se quiere muy seguro del amor al prójimo para apretar el gatillo del odio contra el prójimo…” Ahora está abrazando su destino de cumplir así sus 35 años, y confiesa: “quiero  cumplir este cumpleaños, “quiero imaginarme recordando esta voluntad de imaginarme recordando esta voluntad de imaginar/ quiero cumplir este cumpleaños… Es el doliente canto de la sirena, la humanidad que le murmura al oído su imparable clamor;  “quiero escuchar ese desafinado canto de amor/ colectivo/  quiero arroparme en su clamor”. La mujer, en esa antesala de guerrilla la representa Estela, la que dice: “¿sabés manejar un arma?, ¿querés café?” o una pregunta media: “¿Estás nervioso?”, a la que él opone una respuesta todavía más que media, de los extremos término media, aristotélica: “en realidad estoy mucho más que nervioso/ estoy tranquilo”. Ya lo decía siendo Osvaldo: “haber nacido en plena clase media o sea en plena arena movediza”.

Y como en los entretelones del poder, o entre los meandros más escondidos de la naturaleza humana, se nos hace conocida esa propuesta: “se mata como coacción de vida/ para quitar la muerte del camino// qué instante surtidor ese en que uno adivina/ que el pueblo/ ese condenado a paciencia perpetua/ es nuestro cómplice”.

Una cosa más: en los tiempos que se escribió la obra, se creía en la opción del marxismo-leninismo, como posible. Esa situación generalizada entre los jóvenes, producía enfrentamientos con sus familias, y aun con sus amigos porque, por un lado, se juzgaban mal de estar ahí sentados leyendo burguesamente una novela, pero por otro, se sabían exagerados en su locura de salvar a quién sabe quién. Un poco como el Quijote pero acá tan real como la vida insulsa de los unos y la muerte heroica de los otros. ¿Y en medio quién? Las luisas, los jorges, los andresitos, los padres de familia, tanta gente... Para el guerrillero, lo único adulto es el desprecio. El desprecio a las falsas maravillas de la vida burguesa, desprecio a los modelos que le han inculcado como héroes, y en su lugar, coraje, del que puede que sea cierto: “no somos cobardes sino que no hemos encontrado aún nuestro coraje/ y puede que sea cierto”. Coraje que también se convierte en intuición de traición a la revolución cuando medita: “Sí, ahora estoy seguro de que esto estaba de algún modo calculado”, y reconoce haber programado este cumpleaños en su mero “albedrío general pero no en sus vericuetos”

En su momento esa obra alcanzó repercusión porque brindó salidas socialistas a una América Latina subyugada por militares.

Pero una cosa más: cuando el personaje plantea que “la revolución es después de todo un aceptable exorcismo”, lo aceptaría yo si no estuviera leyendo estas palabras casi un medio siglo después, si ignorara que el mal de los suicidas kamikazes que causan destrucción de inocentes, pasa medio siglo después por la misma mecedora, por el mismo columpio del parque, casi la misma mano que mece la cuna de la Revolución como aceptable excusa.

La mejor y más trágica respuesta la da Juan Ángel al admitir: “Estoy aquí/ por asco y entusiasmo”.

Cuesta creer que todo empezó al 10 para las 8 de un 26 de agosto en que Osvaldo Puente celebra su cumpleaños. Fue ahí donde se ubicó para contar su vida en primera persona a partir de ciertos cumpleaños: procede por reconstrucción de la misma, a partir de la reconstrucción de los cumpleaños que debemos tomar por más intensos o representativos. Toma este leit motiv, los días de su cumpleaños, como un común denominador que le permite hacer memoria respecto a los principales que van, de los ocho, en el cual ubica la primera reconstrucción de cumpleaños, a los 35. No quiere decir que se refiera a todos sin excepción, sino a determinado número de ellos, a lo mejor unos quince, que le sirven de base para reconstruir lo que a él le interesa.       Por relativamente insólito, el método resulta excelente, reconstruir una vida por yuxtaposición de cumpleaños, y de algún modo entronca con el método de llevar un diario o apuntes íntimos el narrador, aunque no lo confiese como tal pero muchas reflexiones apuntan hacia allá, entroncando así con el método de composición de la novela más difundida de Benedetti: La tregua en tanto reflexión íntima del protagonista, toda diferencia guardada.

Una investigadora que se ha abocado con todo rigor al estudio de esta obra, la argentina Gioconda Marún, Doctora en Letras e investigadora por OFINES (Madrid), ha formulado asertos con cuya respetuosa transmisión cierro mi análisis. Véase su opúsculo crítico: “Análisis literario de El cumpleaños de Juan Ángel, de Mario Benedetti”. El trabajo está visible en red gracias a la diligencia del Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana, el cual aparece en las colecciones Texto Crítico enero-abril 1977, no.6, pp. 161-177, con la advertencia que tiene copyright pero se cita a continuación con fines exclusivos de interpretación como lo marca la ley del Derecho de Autor y lo permiten los dueños a partir de la sugerencia “Use este identificador para citar o enlazar este ítem” (lo que agradezco porque no hay dinero en caja, ni mucho menos en casa para pagar derechos de autor):

http://cdigital.uv.mx/handle/123456789/6772

Gioconda Marún postula, con todo derecho que el personaje, más que un protagonista, es un agonista, porque empieza –dice ella en su iluminador ensayo al que remito en todo momento y recomiendo para evitar una lectura o desfragmentación parcial que involuntariamente pudiera hacer en estos modestos apuntes), “empieza muriendo a los ocho años… quiere soñar con dos tucanes hermosos pero cuyos pies, al mismo tiempo bien asentados sobre la tierra, están fríos”.

Osvaldo Puente, acumula sus reflexiones en un juego de tiempo que a su vez imita la vuelta de un día o sean 24 horas, porque cada reflexión la coloca en forma sucedánea en el tiempo, esto es, el primer cumpleaños, a las 7:50, el segundo a las 9:20, y así sucesivamente hasta una última entrega a las doce de la noche. Todo lo cual acentúa aquello que la crítica consigna como un simbolismo transparente en Benedetti. Así lo hace ver en su valioso análisis la investigadora a quien cito con fines de interpretación  -toda autorización recabada- respecto a la familia de Osvaldo: “El padre, la madre, una hermana menor, y sus abuelos. Pertenecen todos a la clase media, mejor dicho, a la burguesía adinerada donde lo importante es la ecuación capital-trabajo y no lo inverso. En todos ellos hay un absoluto olvido del resto de la humanidad. Si existen los pobres, ellos no lo saben”.

Cuando él dice: “Hay un momento en que mi civilización clama por mi barbarie, “apoya, por un lado, el triunfo de los analfabetos sobre los abusos de la civilización; por otro, el triunfo de la cultura sobre los tabúes y pudores”. El irse a la guerrilla urbana, se hace posible en el personaje en tanto él afirma: “hay modos de resurrección para todas mis muertes potenciales”. Ha dicho con toda certeza la maestra…. “El abandono de su hogar se realiza exactamente a las seis y media del día de su vida”.

La dedicación a la guerrilla es capaz de cambiar su nombre pero no su apellido: “…lo mejor del nuevo nombre es la falta de apellido”. Esta resurrección ocurre, como bien observa la investigadora que nos ocupa, precisamente a los 33 años. Una resurrección que para ser alter ego de la del Salvador del Mundo, está marcada por dos nociones transparentes que siente y da fe: “asco y entusiasmo”. Acota la investigadora otro rasgo analógico con Cristo: “los compañeros revolucionarios son doce, como los apóstoles y también todos cambian de nombre, como lo hicieron estos al unirse al Cristo”. Cuando el protagonista deja de ser Osvaldo Puente para convertirse en Juan Ángel, ese parto va acompañado de un espacio en blanco frente al cual reconoce: “aquí viene un amplio espacio en blanco por motivos/ que no vale la pena mencionar”. También aquí, nuestra investigadora observa: “El espacio en blanco hace las veces de un acto depurador”. De algún modo actualiza –digo yo-un potencial transgresor.

Con toda oportunidad recuerda la investigadora, el recurso al que el propio Benedetti estudiara en su obra: Peripecia y novela, ‘según él explica, la peripecia, (con el significado que aparece en La Poética de Aristóteles), es precisamente el “golpe imprevisto, lo “inesperado” (Mario Benedetti, Peripecia y novela, Montevideo, Ed. Prometeo, 1948). Adicionalmente ella cita otros trabajos de él como: “Los temas del novelista hispanoamericano”, en J. Loveluck, La novela hispanoamericana, Santiago, Edit. Universitaria, 1969, (pp. 127-136). Literatura uruguaya siglo XX, ensayos, Montevideo, Ed. Alfa, 1963.)

Respecto a la utilización de animales para caracterizar virtudes o defectos humanos, venturosamente anclada en la tradición de los bestiarios (de que son expresión los bestiarios medievales), aprovechada aquí por Benedetti, “con qué/ compararlos con qué” repone la investigadora en cita: “Como dentro de la sociedad que describe parecerían no darse tales cualidades en los seres humanos, las recrea adjudicándoselas a los animales”. Además, nuestra investigadora en cita encuentra que la mención a la canción infantil “Mambrú se fue a la guerra”, se hace extensiva a Dios: “…el narrador no sólo quiere aludir a la canción, sino  a que Dios como Mambrú tienen de común que no están presentes, se han ido a la guerra y no se sabe cuándo vendrán”.

Concluyo con el corazón en la mano por quien participó en la Fundación del Movimiento Independiente “26 de Marzo” en Uruguay; por aquel que tras el golpe militar en su país, se exilió en Argentina, Perú y Cuba. Por quien estudió las Perplejidades del fin de siglo y continúa mirando a los suyos,  sus Poetas de cercanías, desde la eternidad, desde la realidad de la que dice Juan Ángel “en realidad la realidad es la única eterna” por su creador, Mario Benedetti el oriundo de Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay, que cabalgando en hombros de Chejov, Maupassant, Joyce e Italo Svevo, rechazó la Beca Guggenheim, supo que El olvido está lleno de memoria, aventuró un Rincón de Haikús  y nos ve desde un secreto Buzón de tiempo.

Para él y para todos los de su estirpe, la cita de Juan Ángel que para mí resume el espíritu de toda la magistral novela. Que va directo al alma de todo guerrillero que de mirar tan alto, no ve lo inmediato, que sufre cual Quijote con sus brazos “cansados de abrazar”: