De la presentación que hiciera el escritor Eduardo Gasquez sobre la poesía de esta cordobesa:

    Doy mi des/nombre a México nos trae la palabra de una viajera, de una poeta. En las primeras páginas aparecen las fechas 2013 – 2015, éstas señalan el tiempo de des/encuentro entre Griselda y México (..) poesía y viaje se conjugan.

    El libro comienza con el des/nombre, con dar el des/nombre,  y en este punto nos encontramos con un particular trabajo sobre el lenguaje que es frecuente en la obra de Griselda, pero vamos por parte. El prefijo “des” denota negación o inversión de la palabra simple a la que va antepuesta, según la Real Academia Española. También indica privación, exceso, a veces afirmación (casi una síntesis de la identidad de algunos pueblos). 

    En la voz de Griselda, en la palabra de la poeta, todas estas acepciones confluyen, incluso estallan y se transforman en una manera de ver y de decir. Para nombrar tiene que moverse, cambiar de lugar, en ocasiones dejar de lado todo el lastre de siglos de historia, en otros momentos recuperarlo para que no se pierda. Nombrar es decir, des/nombrar no es callar. En ese intersticio transita el libro. Maniqueísmos abstenerse.

    A través de once poemas se recorre una experiencia propia y ajena, donde los sentidos se aguzan con la exuberancia de los colores, sabores y aromas, de las fiestas, ferias y religiones, del paisaje de un entorno que desborda en cada texto. Dice el poema que da título al libro:

     

     La sangría roja y amarilla de Pachuca

    Deseo mezcal y cucharón repleto

    Comer gallina con cuchara

    Guisados de penca 

    Café canela panes y plátanos

     

     Todo explota en los sentidos.

    Pero también se visibiliza,  se nombra y da voz a los silencios (aquí la sutileza se vuelve vital). La voz de la poeta primero se pierde en la exuberancia y luego (o a la vez) se hermana con el México profundo, el que parece callar o el que habla en voz baja. Estos poemas se construyen con tensión y el yo poético se corre dando lugar al otro. ¿Qué otro? Uno retratado sin prejuicios, con total honestidad, con belleza. Aparecerá entonces  “la estirpe de lagartos hombres quietos / guerreros y alfareros” que reptan y susurran, “El chico de Tepeji” creyente y sabio, casi un profeta para creídos y descreídos o “Guadalupe de Tepeji” donde hay una mujer esperando con su tasa de café en la mano y un generoso árbol. México se complejiza, pero no se aleja.