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  Jorge Borja  
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
     
 
 

18.Jun.19

 
 
     
 

De Elogio de las Cantinas, de Jorge Borja

Romance Cantinero

 

 

Desde que en 1982 se permitió la entrada de mujeres a las cantinas de la Ciudad de México, estos centros de esparcimiento exclusivamente masculino, se convirtieron en recintos propicios para el juego de parejas, en donde al calor de la música, la conversación y las copas, inevitablemente se enciende la llama erótica que acaba con el tanteo para empezar con el tentoneo.

Una de las propiedades que se atribuyen a fermentados y destilados  es la de ser afrodisiacos. Cierto o no, la idea generalizada es que mientras tengan un origen más exótico, la gente les concede mayores poderes sobre la libido. El actor mexicano que tal vez apareció en más escenas de cantina, Pedro Infante  —quien raramente bebía en público—, tenía por costumbre familiar escanciar dos copitas de coñac antes de una faena amorosa. Si se tiene en cuenta la cantidad de parejas que se le conocieron, entonces puede calcularse la efectividad de este destilado francés.

También es sabido que el alcohol disminuye las inhibiciones morales o sociales que se interponen en la satisfacción del deseo. En una escena de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), los personajes protagónicos Rick Blaine e Ilsa Lund (interpretados por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman) prenden el fuego del adulterio en el bar La Belle Aurore de París brindando con champaña, sin importar que el ejército alemán esté entrando a la Ciudad Luz ni que al otro día ellos puedan amanecer muertos. Sólo les importa el efecto de las burbujas heladas sobre su corazón caliente.

Hay quienes recurren a protocolos aun más sofisticados. Un historiador me confió la fórmula infalible para cristalizar un romance de cantina, sin necesidad de una cartera llena. Me dijo que como aperitivo había que invitar un chartreuse amarillo, el licor aromático de hierbas y miel, inventado por los cartujos. Proseguir con una comida ligera; y, en la sobremesa, mientras se  estimula la digestión seguir con un chartreuse ahora verde, repetir al oído de él o la elegida el conjuro mágico de Xochiquétzal, la diosa prehispánica del amor, el placer amoroso y las artes. En caso de ignorarlo, me dijo, se puede sustituir por los versos de “Amiga a la que amo”, poema de Rubén Bonifaz Nuño. Y que inmediatamente la otra persona se sentiría dispuesta a perderse entre los laberintos del placer.

En su inolvidable cuento “La tumba India”, José de la Colina hace del Min Yulep un catalizador de las memorias dormidas en la piel. Con esa combinación de bourbon, azúcar y menta, dos amantes brindan por primera vez en un bar de Paseo de la Reforma, pero también se despiden en un diálogo de fantasmas:

“—Sabes que te quiero —dijo ella, mirándolo con una tierna sonrisa, como a un niño—. No soy una ramera. Imposible haber tenido una relación así contigo
y no quererte. Pero...

—Pero no me amas, eso es todo. ¿ Y cómo te atreves a decirlo, cómo te atreves, cómo te atreves si nos hemos acostado juntos, si conozco cada curva, cada
rincón y cada lunar de tu cuerpo, si conozco tu piel, tu calor, tu sabor, tu aroma, si he visto la frialdad fundirse en tus ojos verdes, si te he oído pedir más, gimiendo de placer, si conoces mi cuerpo y lo has besado sin pudores, si conoces el sabor de mi lengua, si me has dicho durante el acto que la gloria sería morir así, cómo te atreves, di, cómo te atreves a decir que todo ese placer será entregado al olvido, que todo ese placer fue sin amor?”

Para el poeta R. Israel Miranda, visitante consuetudinario de los bares del centro, resulta inocua la bebida y lo que verdaderamente incita es el envase que la contiene: “Ella me invita a beber de su boca/ cerveza y saliva. Consiento,/ y entonces desata una serpiente/ que se enrosca en mi lengua/ y muerde mis labios hasta sangrarlos./ Aprieta su cuerpo contra el mío/ y empieza a restregarlo en una danza de reptil.”

Con el entusiasmo que las pulquerías han desatado entre los jóvenes, hay algunos que afirman que un pulque blanco, del “chamaquero” o “cuatero”, o el llamado “viagra mexicano” —curado de jitomate con ostiones —, son más efectivos que cualquier destilado del viejo continente para incendiar la entrepierna y provocar que los amantes no esperen el “campo de plumas” para dirimir sus apetitos y recurran en plan de urgencia sexual al baño del lugar.

Vale la pena advertir que aunque la Encuesta Nacional de Sexo de 2017 registra que el 42.3% de los declarantes afirmó haber tenido relaciones bajo el influjo del alcohol, siempre es conveniente atender la dosis de las bebidas si no se quiere fracasar en la encomienda más entretenida y emocionante de nuestra naturaleza humana.   

 

 
     
     
     
     
     
 
     

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