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19.Jun.08

 
 
           
  Luis Alberto Ambroggio

 

 

 

 

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LITERATURA Y LOS TRES MOSQUETEROS

por Luis Alberto Ambroggio

 

 

Esta es la historia o la ficción de un evento singular; las chispas del fuego en los detalles. En el auditorio de la YMCA de la calle 92 de Nueva York (Y92, como dicen los neoyorquinos), se reencontraron Salman Rushdie, Humberto Eco y Mario Vargas Llosa, los “tres mosqueteros”, según el ocurrente bautismo del mismo Eco, acompañados de duendes y espíritus, como el de William Carlos Williams, con cuya lectura en el año 1939 se inauguró allí el centro de poesía de Unterberg. “Los tres mosqueteros” –explicaron- configuran la versión literaria de la actuación de los tres grandes tenores (Pavarotti, Plácido Domingo y Carrera).  Si bien no tuvo la mítica bohemia de la aquella primera reunión en Londres el 10 de Octubre de 1995, entre tragos y cena, luego de sus lecturas en el London’s Royal Festival Hall, hoy cumplieron su juramento londinense de volverse a cruzar espadas en veinte años.  Y lo hicieron aceptando rápidamente la invitación de Salman Rushdie, presidente de PEN americano, a congregarse en Nueva York, para tomar parte en este Festival de las Voces del mundo,  como si quisiesen adelantar la cita de las espadas más filosas del momento,  sus palabras, sus plumas, y un diálogo fluido de amistad y de ideas. Así, ese viernes de una noche de Mayo, en un intercambio agudo y vivaz de opiniones, hipótesis y comentarios, produjeron los tres una tertulia literaria de magia, frente a un público abarrotado y absorto.  

 
     

 

Rushdie inició con la lectura con un fragmento, primicia de su nueva novela La hechicera de Florencia, que transcurre entre la cuna del Renacimiento italiano y la ciudad de Fatehpur Sikri, capital del emperador mogol Akbar. Describe en él la promesa del rey de construir en el corazón de su ciudad del triunfo una casa de adoración, un templo a la discusión y el entendimiento, en donde todo podría decirse, disputarse, entre unos y otros, cualquier tema, incluyendo la inexistencia de Dios y la abolición de la realeza. El Rey incluso se auto-enseñaría humildad en dicha casa. O más que enseñarse, recordarse de recuperar la humildad ya existente en el fondo de su corazón.  Templo o casa que, como la sabiduría precaria –valga la alegoría- ha desaparecido;  hecho o ficción que Rushdie perspicazmente atribuye al haber posiblemente sido una carpa con toda la volatilidad de dicha construcción.  Le siguió Umberto Eco,  quien, afirmando “la veritá e brevísima”, compartió en italiano unos párrafos de su novela de El péndulo de Foucault, capítulo 119 en que el personaje Jacobo, dentro del contexto de un funeral, toca la trompeta que le presta Don Tico, y lo hace perdido en sus emociones, entre ellas, el amor de su Cecilia,  manteniendo por momentos una sola nota, como si con una sola cuerda pudiese retener al sol en su lugar o poseer a Cecilia, llegar a la paz, para luego juntarse con el futuro.. Vargas Llosa hizo lo propio con Travesuras de la niña mala, en la que relata un amor temprano con una adolescente chilena quien llega a integrar su grupo de jóvenes de Miraflores, Lima, en las primeras aventuras amorosas y a la que “le cae”, contra los consejos de su tía, pero que por tres veces se niega a aceptar sus avances, en una narración ágil,  tierna en su frescura y calidez, leída en español, con las peculiaridades idiomáticas peruanas; aspecto que llamó la atención del moderador del panel y que mereció la respuesta decidida de Vargas Llosa, en español “me siento más cómodo al poner las comas», con su entonación y pausas. Rushdie lo apoyó: «Por supuesto, los escritores tienen que leer en su lengua, ¡que es en la que han realmente escrito!»

 

   
   

(Eduardo Lago, Director del Instituto Cervantes de Nueva York, Mario Vargas Llosa y Luis Alberto Ambroggio en el Festival Internacional de Literatura de PEN)

 

   
     

 

Se desató luego un ingenioso debate entre y sobre los “Tres mosqueteros”. Contrastándose con los tres tenores, Eco afirmó que la música de estos “tres mosqueteros” sería más bien jazz o blues. Además se repartieron los roles mosqueteriles decidiendo que el distinguido Vargas Llosa era Aramis, el corpulento Eco sería Porthos y Rushdie, bueno el mosquetero que queda, Athos,  Entonces, a partir de una jugosa elocubración de Eco sobre esa exitosa novela de Dumas que produce tantas páginas sin decir nada, como repitiendo ¿qué hacer? (teorizan jocosamente que Dumas sería pagado por palabra), concluyen Rushdie y Eco, con la espada cortante de su lengua, que es mala literatura; o mejor, que tiene la magia de haber sido mal escrita. Reflexionando sobre la duración de esa intriga narrativa cuyo misterio y monstruosidad se extiende  en tres novelas,  en el tiempo  y que se mantiene a través de los años a través de su serie infinita de contrastes, oposiciones, crisis y soluciones, en diferentes medios y versiones, Eco profundiza, que por un lado tenemos literatura y,  por el otro, mitografía, al que correspondería la creación de Dumas. Vargas Llosa disiente y aclara con un juego de palabras que, aunque mal escrita puede considerarse una novela fantástica porque toca, conmueve, es una aventura que conjura a la imaginación. Concuerdan en una nueva categoría: la de “un buen mal libro”.  

No es de extrañar que estos escritores, creadores y  metafísicos de la literatura (Vargas Llosa en La verdad de las mentiras y Eco en Sobre literatura) , se preocupen de la misma: ¿qué es? ¿para qué sirve?. Rushdie ya había escrito que la vida de la literatura se halla en su excepcionalismo, en descubrir que en la visión individual, idiosincrásica de un ser humano,  con placer y gran sorpresa, se encuentra reflejada nuestra propia visión.  Y Mario Vargas Llosa, complementando el entendimiento de Breton de que la literatura sería artificio, pose, gesto vacío de contenido, frívola vanidad, conformismo a lo establecido, escribe que también es, en casos sobresalientes, audacia, novedad, rebeldía, exploración de los lugares más recónditos del espíritu, galope de la imaginación y enriquecimiento de la vida real con la fantasía y la escritura.

Umberto Eco, con la  profundidad semiótica de su cátedra, y sus irónicos análisis intertextuales, nos desafía a pensar qué habría sido la civilización sin la literatura: Grecia sin Homero, la identidad alemana sin la traducción de la Biblia hecha por Lutero, la lengua rusa sin Puhskin, la civilización india sin sus poemas fundacionales, porque “los textos literarios no sólo nos dicen explícitamente lo que nunca más podremos poner en duda, sino que, a diferencia del mundo, nos señalan con soberana autoridad lo que en ellos hay que asumir como relevante y lo que no podemos tomar como punto de partida para libres interpretaciones”.

Es curioso que un amante de la literatura como Borges, hedonista en su lectura, hubiese dicho “Estoy podrido de literatura”, pero incluso en esa expresión peyorativa reaccionaba con placer ante su realidad absorbente.

 

   
 

(Uumberto Eco y Luis Alberto Ambroggio  en el Centro de poesía Unterberg, Nueva York)

 

 

 

 

 

 

 

Literatura y cultura

En un relámpago de intercambios, se preguntó a los tres por sus interpretaciones con respecto a la dialéctica confrontacional entre las culturas de Oriente-Occidente, que vuelve a ser el gran tema de la nueva novela de Rushdie, La hechicera de Florencia y de la de Eco, Baudolino, donde el narrador trata de una cultura que no es la propia. Los tres mosqueteros coincidieron en que «ninguna persona inteligente es sólo del Este o del Oeste», sino que se siente oscilando siempre entre mundos, participando de muchas culturas a la vez, porque no existe entre ellas separación, sino que, como lo muestran en sus obras, están profundamente entrelazadas. «Sólo los fundamentalistas son lo bastante estúpidos como para no tener ese don», terció Eco con sarcasmo. Vargas Llosa destacó el microcosmo que es Perú con la amalgama de culturas autóctonas, africanas, asiáticas, japonesa, china, además de la hispana.

 

Literatura y  compromiso

De allí surgió la discusión sobre si el escritor acarrea un peso público en la cultura y el alcance de su compromiso con la sociedad. Cada escritor enfocó el reto a su manera. Humberto Eco habló del compromiso político desde la cátedra universitaria, con la observación de que las Universidades europeas existen inmersas literalmente en la “polis”, la ciudad, (las Hispanoamericanas también con un marcado involucramiento político),  mientras que las americanas operan encerradas desde su “campus”.  Vargas Llosa lo hizo desde su experiencia como candidato presidencial en Perú, concluyendo que “Perú votó en contra suyo porque aman sus novelas”. Rushdie desde su experiencia con la desafortunadamente célebre «fatwa» pero también, y con mucho humor, de lo difícil que es ser un intelectual de referencia en un país, Estados Unidos, donde hay tantas estrellas de cine (él ha decidido convertise en una de ellas con varias películas en su haber).

 
 

(Salman Rushdie, presidente del PEN Americano, con el  autor de la nota)

 

 

 

 

En este rápido ir y venir de bromas intelectuales (con la cita cómplice para justificar posiciones, entre otros, de Chomsky, Gunther Grass, Italo Calvino), Rushdie aportó ingenio, Eco magisterio, Vargas Llosa hechos inquietantes, cuando por ejemplo recordó que la más distinguida izquierda europea, empezando por Sartre, fue maoísta hasta la médula, en medio de los abusos de la revolución cultural en China. Y nunca pidió perdón por ello. Una observación puntual, de reinvindicación en el contexto de un festival del PEN que este año se ha propuesto resaltar y denunciar la represión literaria en China con connotaciones olímpicas. Rushdie con ironía sugirió que el estímulo y aprecio de un país por sus escritores está en proporción directa con el grado de represión que padecen, trayendo como ejemplo el caso de la Unión Soviética, cuya literatura decayó y sus escritores dejaron de figurar al cesar la misma. Vargas Llosa acotó con fuerza  que los escritores, para destacarse y ser políticamente influyentes necesitan dictadores; en una sociedad abierta, democrática, son parte del mundo del entretenimiento. Todos lamentaron que en la actualidad se ha profesionalizado el comentario político, limitándose las voces de una crítica comprometida y con capacidad influyente de cambio.

 

Literatura y lenguaje

A partir de la pregunta metafórica sobre la influencia de los escritores en los Estados Unidos, los “tres mosqueteros” se sumergieron una interesante discusión sobre el futuro del inglés como lingua franca, en medio de las continuas variaciones socio-lingüísticas. Eco, que afirmó tener “la satisfacción de ser un profeta”,  auguró su extinción por difusión masiva a la manera del latín, tragado por las lenguas romances. Rushdie habló del enriquecimiento del inglés y de su flexibilidad, a la vez una virtud y un riesgo. Eco, que ha sostenido a lo largo de su distinguida carrera académica y literaria que la literatura mantiene en ejercicio a la lengua como patrimonio colectivo, y contribuyendo a formar el lenguaje, crea identidad y comunidad, advirtió sin titubeos, que la variación lingüística y literaria es imparable hagan lo que hagan los gobiernos del mundo. El lenguaje va donde quiere ir. «Ningún poder político ha conseguido imponer una lengua», subrayó, mientras especulaba graciosamente sobre la ilusión de un polilenguaje mixto y extendido que daría en llamar “Europanto”.

 

   
 

(Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa y Umberto Eco en Nueva York)

 

 

 

A la pregunta banal de un miembro de la audiencia de cómo escribía, con seriedad y desparpajo literario, concluyó tersa y categóricamente: “De izquierda a derecha”, Eco que cierra su novela En el nombre de la Rosa con un post-scriptum y su libro Sobre literatura con enjundiosos ensayos sobre “cómo escribo”.

Con risas, concluyó este capítulo de literatura en vivo y en directo de los “tres mosqueteros”, en su nuevo encuentro (aún  no se ponen de acuerdo si se trata del segundo o del tercero), en Nueva York, como uno de los eventos principales del Festival Internacional de Literatura, Voces del mundo, el gran foro internacional que cada año organiza la división americana del PEN, algo así como una ONU de escritores. Jorge Luis Borges, como el público presente en este evento, profundamente satisfecho y emocionado, también los hubiese aplaudido con efusividad.

 

 

©Luis Alberto Ambroggio

Academia Norteamericana de la Lengua Española.

 

 

 

 
   
 

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