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Peri Labeyrie nos cuenta del Encuentro
Vivencias del Tercer Encuentro Latinoamericano de Escritores
Pachuca-Tulancingo 2011: Ana Cuevas Unamuno
HIDALGO DE MI ALMA:
Bella Clara Ventura
de
Colombia,
2a Parte
y
1a Parte
Reseña de la peruana
Gloria
Dávila
Fotos del encuentro en
Atracadero
La
poeta y líder indígena Eliane Potiguara de Brasil en México
DE ARGENTINA, CARTA DE ADHESIÓN DE LA
ESCRITORA ARACELI OTAMENDI
Se organiza 6º Equinoccio Enlace
Huapalcalli 2011
Se inaugura
GRAN ENCUENTRO en Pachuca
Lectura Poética frente al Reloj
Monumental
Apoya el Lic. Héctor Pedraza, Diputado
Federal del Valle del Mezquital el 1er Encuentro Indígena
Latinoamericano
Participantes de Centro y
Sudamérica
Participantes
1er Encuentro Indígena Latinoamericano
iniciativa de la REDOSC
María Encarnación Anadón.
Argentina
Luis Alberto Ambroggio. Argentina
Pterocles
Arenarius.
México DF
Rodolfo
Cisneros Márquez.
Tezoatlán,
Oaxaca
Ana Cuevas
Unamuno.
Buenos Aires.
Chungtar
Chong López,
Venezuela
Gloria
Dávila.
Huánuco, Perú,
Yolanda
Treviño, Chihuahua
María del Consuelo Díaz de León.
Ciudad de México.
José Antonio
Durand Alcántara, Distrito Federal.
Jorge Durazo, Sonora.
Jorge Enrique Escalona del Moral.
Ciudad de México.
Ángeles
Gaos Hernández.
Valencia, España.
Celina Garay.
Córdoba, Argentina.
Maribel
García Padilla.
Ciudad de México
Francisco
José Gariboldi.
Argentina.
Rodrigo
Alberto Hernández Cuellar, Distrito Federal.
Alejandro
Joel,
México, DF.
María
Helena Leal Lucas.
Brasil.
Efigenio
Morales Castro.
Papantla,Ver.
Lorenzo
Morales Malasangre,
Villahermosa.
Jorge Daniel
'Ene' Cabrera, Pachuca, Hgo.
Jorge Antonio
García, Progreso, Hgo.
Jorge Contreras,
Tizayuca, Hgo.
Carmen
Saavedra, Tizayuca, Hgo.
Daniel
Peralta Guzmán.
Tabasco.
Ruth Pérez
Aguirre,
Tabasco.
Madame Gorgona, México, D.F.
Gloria Pérez Pacheco,
México, D.F.
Manuel Pérez-Petit.
Sevilla, España.
Ricardo
Pérez Quitt.
Atlixco, Puebla,
Eliane
Potiguara,
Río de Janeiro, Brasil
Jorge Quintanar.
México, D.F.
Bella Clara
Ventura.
Colombia.
José Manuel
Romero.
Tampico, Tamps.
María Elena
Solórzano.
Cd. Delicias, Chihuahua.
María
Méndez Montes de Oca, Guanajuato.
Marisol Briones, El
Salvador.
Chelo
Boom,
México, D.F.
Esmeralda Tobón
Ávalos, Puebla
Jacinto
K'anul, Colombia
Alberto
Vargas González.
México, D.F.
Delia Cabrera, Perú
Daniel Wence, Michoacán
Raúl Iván Méndez Arzola, Veracruz
Peri Labeyrie de Argentina con su exposición fotográfica
Cartografía del Alma
Magda
González, Edel Salomón y Diana Romero, de Sonora, con Jorge Durazzo
en Todo el glamour de la Doña
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Pterocles
Arenarius en el GRAN
ENCUENTRO INDÍGENA LITERARIO
LATINOAMERICANO HIDALGO 2011
Menú, mestizaje y la palabra
1er
Encuentro Latinoamericano de Escritores Indígenas y 3er
Encuentro Latinoamericano de Escritores
(Los cuatro elementos de nuestra
apocatástasis)
|
Es extraño que nadie haya anotado que la degradación actual se
debe a la pérdida que está ocurriendo en nuestro lenguaje. |
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José Emilio Pacheco, Aforismos. |
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En un principio era el mito. Dios, en su afán de expresarse,
confirió a las almas (…) un manto de conceptos poéticos y lo
sigue haciendo diariamente al darle, también, al espíritu de
cada infante, una inclinación a la poesía. |
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Herman Hesse, Peter Camezind |
En cualquier fonda o restaurante a
lo largo y ancho de México, comúnmente se ofrece lo que los
mexicanos llamamos la “comida corrida”, la que ―con las
correspondientes salvedades regionalistas― consiste en una sopa
de pasta (de origen italiano), arroz (aportado al mundo por los
países del más lejano oriente), el que se cocina casi siempre
con jitomate ―no tomate verde, ni tomeito según los gringos,
hablo del jitomate rojo o tomate de ombligo, del náhuatl xictli,
ombligo; tomatl, tomate: es decir, xictomatl―, que por lo común
también interviene en la elaboración de la sopa. Luego viene un
guisado que casi siempre contiene carne de res o bien de cerdo o
bien de pollo, guisada con alguna de las múltiples variedades de
chile: verde serrano, jalapeño, guajillo, pasilla, morita, etc.
Para concluir con un plato de frijoles, como para no olvidar
nuestra profunda, secular relación con esta gramínea y también
para quedar totalmente satisfechos. Aunque no olvidemos que
siempre se ofrece un postre que bien puede incluir el chocolate
y más raramente el amaranto. Y todo, excepto el postre,
acompañado de tortillas de maíz a discreción. Suele haber,
además, una salsa enchilada (que con frecuencia incluye
jitomate), para darle picor a la comilona, la cual acompaña sin
falta a todos los “tiempos” de la pitanza.
¿Por qué esta referencia al más
común viático de los mexicanos? Porque deseo llamar la atención
a varios hechos: uno) en este régimen alimenticio pueden faltar
muchos vegetales y carnes o aparecer otros, pero jamás faltarán
estos cuatro: el maíz, el jitomate, los frijoles y el chile…
Y lo que afirmaré, que es el dos),
quizá parezca una exageración para los que no son mexicanos y
también para los que no lo son en realidad aunque aquí hayan
nacido: los mexicanos, desde hace unos tres mil años, nos hemos
alimentado de maíz, frijol, jitomate y chile (además de muchos
otros regalos de la tierra a lo largo de los siglos de nuestra
historia: calabazas, chicozapotes, capulines, chilacayotes,
zapotes, huanzontles o huauzontles, cuitlacoches, nopales,
tunas, chía, tomate verde, tamarindo, entre los vegetales.
Chimicuiles, acociles, gusanos de maguey, chapulines, escamoles,
hormigas chicatanas, etc., entre artrópodos e insectos. Víboras,
serpientes, iguanas, axolotl, ranas, charales, camarones,
múltiples pescados, etc., entre reptiles, batracios y peces.
Chichicuilotes, güilas, torcazas, pollos, patos, etcétera, entre
las aves. Venado, armadillo, caballo, borrego, res, perro
xoloizcuintli, ratas de campo, entre los mamíferos). Pero
acompañando a los mencionados, el maíz, el jitomate, el chile,
el frijol, durante ciertas etapas de la historia a unos, luego a
otros, mas la base de nuestra alimentación en nuestros treinta
siglos de tradición nunca han faltado en la dieta mexicana maíz,
frijol, jitomate y chile.
Lo que sigue lo afirmó el sabio
anónimo: “El hombre es lo que come”. En su momento, hace siglos,
lo proclamaron, con sabiduría no menor, los mesoamericanos en la
afirmación autoalusiva: “Somos los hombres del maíz” y en su
mitología cosmogónica nos proveyeron de una historia de la
manera ―picaresca, no tan lícita― en que obtuvieron de los
dioses este manjar.
Quiero llegar a lo siguiente: los
mexicanos, aunque seamos mayoritariamente mestizos tenemos un
componente indígena muy poderoso. Aunque muchos se avergüencen
de ello, aunque la mayoría lo niegue, aunque nos apellidemos
Hernández, Rodríguez, López, Sánchez y Pérez, es decir, hijos de
Hernando, Rodrigo, Lope, Sancho y Pedro. Y aun cuando la mayoría
ni siquiera se dé cuenta, somos mucho más indios de lo que nos
imaginamos, incluso de lo que algunos quisieran aceptar. ¿Quién
que es mexicano puede decir que no come todos los días maíz,
frijol, jitomate y chile? Nuestros antepasados forjaron la gran
alianza simbiótica que es también relación dialéctica con esos
vegetales. Ellos nos alimentan, nos dan la vida y nosotros los
protegemos y los ayudamos a que existan desde hace unos tres mil
años; les hemos dado la muerte al alimentarnos de ellos, les
damos la vida por lo mismo pues los cultivamos, los hemos
domesticado, los protegemos, ellos nos alimentan.
Hace poco más de un par de
décadas, el prominente antropólogo Guillermo Bonfil Batalla, en
el ya mencionado libro México profundo llamó la atención a una
serie de hechos semejantes a lo que aquí se anotó; la tesis a
demostrar era que entre los mexicanos a partir de clase media
hacia abajo en los estamentos sociales, el componente indígena
es mucho más grande e intenso entre los mexicanos de lo que
pensamos. Es decir, en la abrumadora mayoría. A tal fenómeno lo
llamó El México Profundo, frase que usó como título del libro
que hoy es ya un clásico de la antropología mexicana.
Bien, pero esto no se queda en la
manera de alimentarnos. Ya dijimos que el hombre es lo que come.
En efecto, en todos los demás órdenes de la vida, guardamos
―incluso de manera inconsciente― nuestro inmenso componente
aborigen que es esencialmente femenino (porque el mestizaje se
hizo entre el invasor europeo, armado, que arrasó esta tierra y
las mujeres de los vencidos, jamás vinieron mujeres españolas a
copular con indios para la procreación de mestizos). Y por ello
es más fuerte. En las costumbres, en nuestras maneras de pensar,
en la forma en que amamos, es decir, en nuestra manera de
entender y transcurrir la existencia en este mundo somos más
intensa y extensamente, indígenas que europeos. Aunque, como
vimos en el caso de lo que comemos, actualmente haya una enorme
cantidad de alimentos que enriquecen nuestra comida. En otras
palabras, nuestra esencia no fue abolida, sino enriquecida.
Aunque muchos entiendan el vocablo indio como un insulto.
Nuestra manera de alimentarnos es la mejor muestra de que en la
gran mayoría de los ámbitos conservamos nuestra esencia.
(Entre paréntesis anotemos el
terrible fenómeno de la corrupción de nuestra manera de
alimentarnos que ha provocado la obesidad que se está
presentando masivamente entre la población mexicana brutalmente
engañada por la propaganda televisiva para que consuma esa
basura nutrimental que son los llamados alimentos chatarra y las
aguas endulzadas y carbonatadas. También anotemos la parte que
nos corresponde de culpa en esa catástrofe).
Pero hablemos de lo maravilloso
que abunda en este país, a pesar de la eterna crisis económica
que con más o menos continuidad se encuentra entre nosotros
desde el año 82 del siglo pasado; de los gobiernos federales,
cada uno peor que su antecedente y, el colmo, del baño de sangre
con más de 30 mil muertos en que desde 2006, se debate México.
Aunque la patria se esté
desintegrando, las maravillas que nos acompañan desde los
primeros siglos de nuestra historia, no desaparecen. Lo más
maravilloso de todo es que no sólo en la alimentación guardamos
nuestra esencia. Aunque no lo tengamos muy consciente, en
nuestras costumbres, en nuestro lenguaje, en nuestras maneras de
amarnos (y desgraciadamente, para nuestro mal, también en las de
odiarnos o despreciar a los más débiles) conservamos aquella
esencia, la indígena. Como lo hizo explícito Guillermo Bonfil
Batalla en su histórico libro.
Los españoles se llevaron todo,
pero nos dejaron todo al dejarnos su lenguaje, dice Gabriel
García Márquez. Añadiré que se llevaron todo, pero no lograron
eliminar lo más importante, nuestra esencia; y además, en
efecto, nos dejaron todo, el lenguaje. Una formidable manera de
apropiarnos del mundo, que no otra cosa es el lenguaje. La
herramienta civilizadora por excelencia, el lenguaje. Un
extraordinario lenguaje, el español, que a estas alturas es uno
de los más viejos y ―en varios sentidos― uno de los más ricos
del mundo actual.
La civilización es el camino
opuesto a la bestialización. En efecto, la civilización es
contraria al orden natural. A contracorriente de nuestro origen
primate, en la civilización se suprime la ley del más fuerte que
impera en la naturaleza salvaje. Entre los civilizados el más
débil no está condenado a desaparecer, sino al revés, en la
medida que las civilizaciones y con ellas los lenguajes
desaparezcan, seremos más pobres; porque un lenguaje es una
manera distinta y no menos humana que todas las demás, de
apropiarse del mundo mediante el entendimiento. Con respecto a
la civilización consideremos dos cuestiones. Una, la humanidad
se enriquece en la medida en que haya más civilizaciones. Y dos,
recordemos que sólo seis lugares y los correspondientes grupos
humanos que los habitaron, son realizadores y continentes de
civilización. La civilización es la más grande hazaña humana: la
creación del estado, la religión, de códigos legales, de
ciencia, arte, lenguaje escrito, ciudades, sistema económico y
social, entre algunas otras maneras de organización. Sólo
Egipto, Mesopotamia, China, India, Mesoamérica y la Región
Andina crearon civilización original en la historia de este
planeta.
De tal suerte que ser Indio es ser
el descendiente de los creadores de aquella cultura milenaria y
original, primigenia en este planeta. Ser indio es tener como
antecesores a los que hicieron de la palabra la flor y el canto;
de los que concibieron a Tloque Nahuaque, El Señor del Cerca y
el Junto: pasmoso concepto de la divinidad que nos remite a la
entidad que “(me mantiene) Lleno de de mí, sitiado en mi
epidermis/ por un dios inasible que me ahoga/ mentido acaso/ por
su radiante atmósfera de luces”. Pero que no menos pareciera
relacionado con la inaudita “Esfera de Pascal, con centro en
todas partes y circunferencia en ninguna parte”.
Nuestro lenguaje, el español, está
saturado de vocablos que provienen de las lenguas
mesoamericanas. En la zona mesoamericana, (Nuestra toponimia
náhuatl, tolteca, maya, mixteco-zapoteca, purépecha, rarámuri,
huasteca, totonaca, etcétera, con sus correspondientes
gentilicios), sólo eso, ha agregado miles de vocablos al
español. Prácticamente toda la toponimia de la zona
mesoamericana ―y por ende los gentilicios― son palabras de las
lenguas prehispánicas. Las palabras que constituyen nuestros
alimentos, aportan asimismo una cantidad importante de vocablos.
Y esto a despecho de que ya no seamos indígenas. Pero tampoco
somos españoles.
Somos una hibridación, un
mestizaje cuyos componentes español ―paterno―, indígena
―materno― y negro, nos dan una serie de características únicas
en el mundo. Regresando al asunto de los alimentos, no es en
balde que un producto de tal mestizaje, como es la cocina
mexicana, haya sido reconocido, ¡por fin!, como patrimonio
intangible de la humanidad.
En la alta cultura actual de
México se encuentra ―como en su gastronomía mundialmente
reconocida― la esencia de los treinta siglos de civilización que
forman nuestro espíritu. Que no es otra cosa sino la cultura lo
que forma nuestra parte sublime, el espíritu.
Ser indio es haber resistido la
vecindad del imperio que tiene en sus manos (y utiliza) el más
grande poder destructivo alcanzado en la historia de la
humanidad. Asimismo, es la sangre de los indios la que se
ofreció en sacrificio para que ocurrieran las dos descomunales
transformaciones de México, la Independencia y la Revolución.
Es necesario admitir que la
sobrevivencia de esos atributos milenarios es una sinigual
hazaña del espíritu. Y, por supuesto, vale preguntarse, ¿de
dónde sale la energía, la fuerza que ha permitido la permanencia
de lo esencial de nuestro más remoto origen? He aquí una
hipótesis: de la poesía. La poesía que nos acompaña porque nos
habita desde los albores de nuestra historia. La poesía que es
la más poderosa manifestación del espíritu porque ocurre a
través de la palabra. Porque finalmente somos palabras (“En el
principio fue el verbo dice cierto libro”).
La sublime palabra, la poesía
desde los tlamatinime nahoas, los mayas, toltecas, totonacas y
mixtecos que rescataron Ángel María Garibay y Miguel León
Portilla. Pasando por la divina Sor Juana, fundadora de nuestra
literatura en español y quien nos incluye muy dignamente en el
siglo de oro español, al lado, ni más ni menos, de los góngoras,
los quevedos, los lope y los cervantes.
La poesía que llevó a los
liberales juaristas del XIX a refundar la literatura mexicana
mientras creaban el verdadero México, este de hoy que se nos
está deshaciendo entre las manos.
La poesía que se encuentra en toda
nuestra literatura que, para este momento, es de primer mundo.
Mientras nuestros gobiernos son dignos ya no de las dictaduras
musulmanas que se tambalean o que han caído, sino peores, porque
estos son más mañosos y mucho más cínicos y se atreven a
decirnos que vivimos en una democracia. Curiosa democracia que
tiene a cinco de los más ricos del mundo y también a 30 millones
de personas en los límites de la hambruna.
Finalmente, México ha cursado
crisis tan atroces como la de este momento. En el XIX, cuando
estuvo a punto de desaparecer por las invasiones gringa y
francesa. En el XX, en la gran hecatombe de la revolución. Y, me
atrevo a decir, como Pacheco, que la pérdida de nuestro lenguaje
ha resultado en esta degradación sin límites.
Los medios masivos de comunicación (televisión, radio, internet,
telefonía) se encuentran en manos de saqueadores y se dedican a
propagar la prostitución. El lenguaje es como nunca destrozado,
degradado y prostituido por los que tienen la voz en esos
medios. Los supuestos artistas electrónicos son, en realidad,
simples prostitutos y prostitutas ensimismados y ensoberbecidos
en su asombrosa ignorancia e incapacidad lingüística. Las
noticias son mentiras completas o a medias, más manipulación y
chismes increíblemente estúpidos. El gobierno está encabezado
por un pobre hombre que pretendió censurar a una valiente
periodista que simplemente le preguntó si tiene algún problema
de salud. Nuestra imagen oficial está atrozmente arruinada.
Sin embargo, el México profundo
existe. La gran cultura de los mexicanos no se ve ―salvo
grandiosas excepciones ― en los grandes medios de comunicación.
Nuestra literatura, brutalmente marginada, repito, es de primer
mundo. En este momento, como en pocos de nuestra historia,
podemos contar, por lo menos, a una centena de escritores de
primera línea en nuestro idioma. Nuestros artistas plásticos
pueden exponer dignamente en cualquier parte del mundo, los
músicos mexicanos están activos como pocas veces en múltiples
géneros, desde la música tradicional como los huapangueros de
las huastecas, los roqueros de todas las ciudades y los músicos
cultos, etcétera.
En este momento, por fortuna, no
podemos entender “El derecho de guerra”, que autorizaba a los
vencedores de los conflictos bélicos a expulsar de este planeta
a los vencidos, mediante la muerte de los hombres y la
apropiación de las mujeres. La limpieza étnica, consciente o no.
De igual manera nos alarma la opresión sobre la mujer y el
indígena, no menos que el mal trato a los infantes.
Es misión de esta generación de
mexicanos construir el país que sea “Un mundo en el que quepan
todos los mundos”. El sustrato, la esencia, pervive, está entre
nosotros. México no puede ser dos naciones, la de los ricos de
primer mundo y la de los millones de pobres (gordos, humillados,
hambrientos, ignorantes, paupérrimos y marginados), mientras los
magnates se hinchan de dinero exprimiendo casi hasta causarle la
muerte a la gallina de los huevos de oro, que no otra cosa es
nuestro país.
Tenemos que lograr, como lo dijo
José Revueltas, que los mexicanos sean desgraciados, porque en
los avatares de la vida emocional o espiritual se hayan labrado
su propia desgracia, pero jamás porque un explotador los someta
a la miseria material.
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