“Suspendidas mis ansias, / una muerte a pausas
sobreviene, / se va apagando lenta mi vitalidad / cuando te
ciegas a mi presencia”.
Así comienza el poemario “20 poemas póstumos” de
Dinko Pavlov.
No siempre un poeta tiene permiso para
despedirse, por eso uno le habla tanto a la muerte como para que
no queden dudas de ese momento a venir, pero nuestro querido
Dinko supo de ella, supo tanto de ella que pudo escribir esos
poemas que nos trasladan a su adentro.
“Andan vagando los dioses, me avisan /
recorriendo límites que palpitan / anunciando nuevos puntos
cardinales”.
Recuerdo las charlas que tenía con él, en su
ciudad de Punta Arenas, Chile, en ese mayo del 2000 donde dejó
inaugurada la Sociedad de Escritores de Magallanes; entonces, se
había separado y momentáneamente vivía en las instalaciones de
un sindicato, donde sus comidas iban acompañadas de grandes
historias o anécdotas, que ameritaban esos gratos momentos de
buena cocina.
Con derecho, uno duda lo que debe decir, más si
se trata de un homenaje póstumo en país lejano. Es que uno trata
de recordar, trata de plasmar vivencias que hacen a uno y en su
recordatorio al otro. Por eso los que lo conocimos supimos de
sus estados “elíticos” donde a plena reunión y en su siesta, de
repente esbozada respuesta que dejaba boquiabiertos a los
presentes. También es válido recordar su voz, esa que en el
estado de Hidalgo y en pleno gimnasio de escuela ante más de
seiscientos alumnos, y ante el temor del aburrimiento, le dije
al oído: rompamos el hielo con una canción, y ahí sin dudarlo se
puso a cantar para luego seguir con la poesía. En ese sentido
era un ser completo, lleno de música y encanto poético.
“Se apaciguan mis antiguos dolores / bajo la
inmensidad de ese cielo / tantas veces sordo a mis plegarias”.
Pero sus amigos poetas no fuimos sordos, siempre
estuvimos cosechando frutos, recorriendo lugares juntos en ese
Qué hacer y despedida. Siempre en despedida, para volvernos a
encontrar, sea en nuestra querida San Juan (Argentina), en su
bella Valdivia (Chile), o en la ciudad que uno quiera del estado
de Hidalgo, México.
Pero… esta vez se fue, lo sabíamos, él lo sabía;
y toda despedida eterna duele, duele saber que no volveremos a
reírnos juntos, saber de la inexistencia de esos bigotes
sarcásticos o de la palmada en el hombro o de su sabiduría. Sólo
su poesía, sus cuentos y las fotos de los gratos momentos que
pudimos dejar reflejados, quedarán en nuestra memoria, pero
siempre aunque no nos demos cuenta, Dinko estará presente a
través de esas anécdotas que se seguirán contando, cada vez que
nos encontremos. Siempre habrá alguien contándolas.
“Quisiera creer que los susurros / apagados que
cruzan mi ventana, / provienen del albo ojo nocturno /
advirtiéndome que el canto / en mi memoria / no viene del
océano, / ni es el choque del viento, / es el espeso sonido de
la niebla / tragando distancias.”
Por siempre Dinko Pavlov, hasta la poesía,
siempre.