8.Mar.11
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El Torturador, novela de Saúl Ibargoyen
por
Marisa D´Santos
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Presentación
en
Pachuca Hgo,
el 24 de febrero pasado:
Me llamo Escipión Carrasco, me dicen el Macho o el machito, hijo de
Tricornio Carrasco y de madre desconocida
-el juez no lo dejó terminar- ¿Cómo que de madre desconocida, si lo
único seguro en la paternidad es la mamacita?
Desde un principio, la ironía se establece en esta narración, quizás por
ser la mejor manera o la única de contar esta historia que golpea, que
sangra. A través de sus páginas vamos conociendo a Escipión Carrasco,
sus orígenes y desarrollo, su desenvolvimiento como profesional de la
tortura, contratado por un gobierno dictatorial de un país ficticio de
Latinoamérica. La historia se nutre con el lenguaje cotidiano de
diferentes países latinoamericanos, donde destacan México y Uruguay. El
autor juega con el decir popular y la abundancia del doble sentido, a la
vez que maneja con precisión las jergas habladas en diferentes grupos
sociales, desde el estrato más alto hasta el más bajo… ¿Querés a la
chava o es un enculamiento, una calentura? -le cuestiona el cura
vasco al padre de Escipión niño- No, yo la quiero, pero ella se peló
y me dejó el chavito en la casa de usted… yo le cumplía, Padrecito, si
hasta casorio le propuse –responde el progenitor-
Escipión bebé no quiso gatear, no quiso andar a cuatro patas como un
bicho cualquiera, no quiso ver a los demás desde tan abajo -escribe
Ibargoyen-. El tema de la tortura no es nuevo para él, en una de
sus novelas anteriores, Sangre en el Sur, relata con detalle como
Gabriela es violada por El Bicho, un perro entrenado que se le
trepa desgarrando las pieles de la espalda a punta de pata, ante la
mirada excitada de agentes adiestrados para la tortura.
En esta novela que hoy presentamos, Ibargoyen va más allá del acto en
sí, no se detiene demasiado en los momentos vergonzosos en que las
personas pierden la condición de ser humano y arremeten contra sus
semejantes en nombre de la política, los ideales o la religión. El
escritor profundiza en la persona del torturador; un ser marginado
incluso desde antes de su nacimiento, y que decide meterse en el lóbrego
mundo de la tortura para ser alguien dentro del entorno en que le tocó
nacer y vivir. Escipión quiere ser el mejor agente, el más brutal; no
le importa el dolor ajeno, ni el odio que provoca en los demás, ni el
desprecio de los superiores cuando exagera sus funciones y deja más
cadáveres de los convenientes, poniendo en evidencia al grupo al que
pertenece… ¡Carajo! ¿Y qué hicieron con el cuerpo? -Escipión
responde- Se lo llevaron tres agentes, y así como estaba el ojete, en
pelotas y lastimado, lo echaron en el tiradero… Allá hay mucha rata, mi
coronel, y gatos y perros sueltos. En una noche lo dejan con la calaca a
la vista…
Después de ser amonestado, se aferra aún más a la idea de ser el número
uno, el mejor en hacer sufrir… Escipión tuvo unos días negros como
culo de diablo. Se sentía degradado sin haber perdido su grado de agente
primero. Puso más ganas en los ejercicios diarios, cinco horas por la
mañana y cuatro por la tarde. La fatiga le molestaba el sueño, por esa
causa soñaba cantidades de caras descompuestas, pistolas bramando fuego,
puñales metidos en ojos y oídos, cuerpos encuerados huérfanos de
genitales
El Machito era temido y admirado por los
demás agentes del gremio; admitían la superioridad del mozo
de equilibrada osambre, dedos como pequeñas víboras cazadoras y labios
de carne endurecida por el silencio.
En ocasiones, el personaje del torturador
se vuelve cercano, incluso llega a provocar lástima, compasión… La
soledad en Escipión era más que soledad, era como no haber nacido del
todo. Era un incompleto de sí mismo. De su madre, ni la resonancia de
una molécula de olor a calostro o a leches primeras, ni la mención de un
nombre, ni una fotografía carcomida por las polillas… La compasión
da paso a otro sentimiento cuando el lector se da cuenta de cómo este
personaje disfruta realizando torturas inimaginables a ritmo de cumbias
y merengues… Le colocó las esposas en los tobillos y lo colgó de un
gordo gancho enterrado en una de las paredes… después tomó un garrote e
inició un recorrido a golpes cortos sobre el cuerpo desamparado,
siguiendo el ritmo de aquella música tropical, recordando quizás,
los gritos del coronel dirigidos al grupo de agentes especiales o
futuros torturadores… ¡Hay que meter miedo a la gente
y si ese miedo se consigue dando palo,
muy bien. Y si precisamos sangre a la vista, mejor. Cuanto de más
adentro nace el miedo, dura más: eso es estrategia. Mieditos no, eso
queda para los putones que andan de amorío en los tangos y en los
boleros!
Los personajes de esta historia insultan
en todos los idiomas y dialectos conocidos, parece que nuestro
escritor ha frecuentado los arrabales de incontables ciudades, y nos
regala un florido rosario de imprecaciones en argentino, uruguayo,
mexicano, español, en vasco (que sin entender lo que dicen se sabe que
están diciendo groserías). Y, a veces, con ese humor al que nos tiene
acostumbrados, crea una especie de insulto hispano-mejicano
“¡Háblame en lengua cristiana, ojete…
gilipollas!”, -se encendió la voz del milico que allí mandaba.
El
autor nos revela el lado oculto de los personajes, de las circunstancias
y sus consecuencias. Construye su narrativa en función de varias voces,
quizás la voz que tiene menos importancia es la del propio autor porque
éste se desdobla e impone al relato diferentes narradores que dirigen el
discurso, el acontecimiento. Ibargoyen sigue fiel al estilo polifónico,
a la multiplicidad de voces y tiempos; es como si asistiéramos a un
espectáculo circense con varios trapecios moviéndose al unísono, en
espacios diferentes.
Aún en
los momentos más abruptos de su narrativa, Ibargoyen hace poesía…
Echó unas vistas al
paisaje por encima de la posición del reo, como quien pasa un espejo
frente a una quieta realidad
… o en el pasaje en el cual un Escipión de 14 años va por primera vez al
prostíbulo. Al principio, la experiencia del encuentro sexual es narrada
de una manera ácida, brutal, pero no tarda en aflorar de nuevo el
lenguaje poético…
Caminaba luego del suceso
prostibulario, bajo el presentimiento de que un difuso horizonte,
colmado de nieblas y resplandores, vendría hacia él como una hoja llena
de nombres…
Tal vez la vida de Escipión fue una
búsqueda inconsciente de la madre que no conoció, esa mujer invisible y
vilipendiada de la que no le dijeron ni el nombre porque, según uno de
los personajes…Si le borro el
nombre, la olvido antes…
En las
historias de Ibargoyen siempre hay bares y copas, llenas, vacías,
añejas… Cerca de la
barra y su adormilado barman, vio un vaso de vino casi negro en
situación de olvido. De un trago entero lo dejó bien viudo al triste
vaso…
Y, al
igual que las copas, el amor también hace presencia en toda su obra …
La mujer, con su camisón de hilo fino, estaba semisentada, muy cerca, la
miró como si fuera nueva, como si recién hubiera llegado a la cama… Ven
aquí, Cristinita, que hoy es domingo y ya se acabaron los sermones para
mí –le dice el
sacerdote vasco
a su concubina-
El Torturador es una historia audaz, fascinante para algunos y terrible
para otros, porque la palabra escrita causa ese efecto, tiene mucho
poder, demasiado quizás. Se puede vivir durante años con un suceso de
una manera natural, pero en cuanto sale a la luz parece que los demonios
se desatan: asusta más el verlo escrito que el suceso en sí.
Para vergüenza de la humanidad, la tortura ha prevalecido a lo largo de
la historia de todos los países y culturas, pareciera que es lo único
que nos une. La tortura como espectáculo en la época en que los romanos
se divertían lanzando cristianos a los leones. Al otro lado del mar, los
prehispánicos abrían el pecho a los vivos para arrancarles el corazón.
En tiempos de la Inquisición, los torturadores se especializaron en el
rompimiento de huesos sobre diferentes potros de tortura. En la España
negra de postguerra dicen que el gran matador toreaba republicanos y los
remataba con su estoque. Después se hizo popular el castigo con saña en
diversas partes del cuerpo; a Víctor Jara, trovador chileno, le
destrozaron a golpes los dedos de guitarrista. Y recientemente, en
Ciudad Juárez, el cuerpo sin vida de la escritora Susana Chávez apareció
sin manos.
Por este motivo, la novela que hoy presentamos duele, lacera. Me
pregunto cómo alguien que edifica su vida sobre la tortura, puede reír,
acariciar, comer, respirar.