15.Ago.11
Ironía y política:
El
Torturador,
de Saúl Ibargoyen*
*
Ibargoyen, Saúl.
El
Torturador. México: Ediciones
Eón/Instituto Veracruzano de Cultura, Colección Eón Narrativa, 2010, 328
pp.
Federico Patán
Quien
haya seguido la trayectoria de Saúl
Ibargoyen como escritor, tiene varios motivos para sentirse admirado.
Uno primero, el que su producción sobrepase ya los cuarenta títulos. Uno
segundo, la constancia en la escritura que esto significa. Es de
preguntarse si habrá algún día en el cual el autor no se ponga ante la
computadora. Se diría que no. Un tercer punto es la variedad de géneros
que maneja. He leído de él poesía, cuento y novela, y en ninguno de los
tres casos me he sentido decepcionado. Acabo de terminar la lectura de
su novela más reciente, titulada
El
Torturador. El título me sugería que
pudiera encontrarme ante un texto policiaco, aunque las posibilidades
eran mayores de que se tratara de un material político. Esta segunda
deducción resultó la cierta.
El
Torturador pertenece indudablemente a la
narrativa que tiene lo político como tema de sustentación.
Conociendo a Saúl, me fue fácil adelantar desde
cuál posición ideológica estaría enfocado el texto. No me equivoqué en
mi suposición: el enfoque es el de un hombre de izquierda. Pero sí me
tomó por sorpresa
el tono de lo narrado. Porque novelas sobre un tirano o una tiranía
abundan en la literatura latinoamericana, pero no conozco el caso de una
que opte por el humor irónico como herramienta de ataque. Se diría que
la seriedad del tema desaconseja abordar la historia narrada mediante un
humor negro muy burlón y, por lo mismo, de gran eficacia. Sin embargo,
Saúl lo consigue de modo notable. Paso a examinar cómo lo hizo.
Hay un protagonista, Escipión Carrasco, que sirve
de sostén a la historia. Es un joven sin grandes dotes humanas, al que
la novela sigue en su carrera de verdugo, seguimiento que permite ir
introduciendo al resto de los personajes. El tal Carrasco acepta el
papel de interrogador de prisioneros políticos, siendo la tortura su
herramienta preferida. Lo destacable del caso es que tortura a la gente
por el placer de torturarla, más que por alguna razón ideológica. De
hecho, en esta novela de Saúl la fauna militar y política se mueve ante
todo por intereses personales, bien que se la pasen hablando de salvar a
la patria, de adecentar el vivir cotidiano de la gente, y varios tópicos
más que pertenecen a tal discurso. Es decir, se deja al descubierto la
hipocresía de tales individuos. Ese grupo de personas traza un panorama
humano lamentable, si bien los narradores de la historia se han limitado
a eso, a narrar lo que va sucediendo, aunque si hay oportunidad de
hacerle burla, la aprovechan. Saúl no se propuso crear personajes
capaces de hundirse en profundidades filosóficas, pues resultarían
inverosímiles en el texto. Necesita prototipos de ciertas conductas de
sobra conocidas, y eso es justo lo que el autor fabrica. De esta manera,
el Presidente del país, su jefe militar, el verdugo, etc., corresponden
a la imagen digamos general que ellos insisten en mantener. Se los
satiriza mediante el nombre (Tricornio Carrasco, Marieta Bragas, Dunviro
Retícula, Jesús Mesiánico Bordaburro), por el habla que emplean, y las
ideas (algún nombre hay que darles) que intentan expresar.
Conseguido esto, el autor los sitúa en una trama
montada con inteligencia, pues abre con el juicio del protagonista y,
tras narrar en un amplio espacio abundante en sucesos el pasado de
Carrasco, vuelve a la escena que inició la novela, y allí la cierra. De
preguntarse dónde ocurren los hechos, se respondería: en un lugar
llamado Estado Mesoriental, vecino de otro llamado República de
Argentoris, de modo que el guiño de ojos al lector es palpable. Saúl ha
creado un país que representa a toda Latinoamérica. Los guiños de ojos
son constantes y, tras ellos, el autor pide a los lectores que deduzcan
qué o quién vive tras ese disfraz humorístico. Igual sucede con las
hablas puestas en boca de los personajes. Sospecho que no representan un
lenguaje único, fácil de atribuir a esta o aquella nacionalidad. Me
parece que Saúl ha mezclado distintos modos de habla, para así
representar lo latinoamericano, bien que sea mayoritariamente
representación de la clase baja, y acaso la media.
La novela se apoya mucho en los diálogos para hacer
avanzar la historia. Esos diálogos abundan en expresiones fuertes. Por
ejemplo: “¡Chale! ¿Esto es lo que aprendió el Escipión en la pinche
escuela?” , pero también se da su lugar a los discursos políticos hechos
con pedantería. En general, la novela cuida de que cada habla incluida
responda a la realidad que se está describiendo. Como ya dije, Saúl es
muy hábil en la utilización de la ironía, el sarcasmo y la burla,
mediante los cuales ejerce su crítica en contra de las ideologías de
derecha.
Pero la novela
incluye otra herramienta lúdica importante: lo metanarrativo, elemento
que abunda mucho en el texto. Desde la primera página entra en
funciones. Por ejemplo, en este comentario: “Alrededor del acusado
quedaban todavía, al parecer, algunos ripios del silencio que antes
mencionara el narrador de esta historia” o bien “los cronistas de este
relato sienten que no deben ser omitidos estos dos comentarios”. La
abundancia de afirmaciones sobre la naturaleza del texto que estamos
leyendo no deja dudas: se trata de una novela que se va creando según
leemos. La insistencia en afirmar lo anterior me hizo preguntarme si era
un mero apoyo a lo satírico, o si había alguna otra intención en ello.
¿Cuál intención podría ser ésta? No encontré respuesta segura, pero se
me ocurre que Saúl quiso por un lado hacer burla del posmodernismo y,
por el otro, reforzar la crítica a los habitantes de la novela
diciéndoles que si existen, es por la labor cumplida por los narradores.
Otros comentarios son de burla al lenguaje académico que se emplea en
los congresos. En otras palabras, Saúl hace sátira de todo aquello que
le parece inaceptable.
Esto no puso en peligro a la novela.
Su lectura resulta muy amena a causa de los enredos que se crean, de los
diálogos que se incluyen, de la intertextualidad (que aprovecha sobre
todo a gente como Nicolás Guillén, Carlos Gardel, Cantinflas). Tiene
El Torturador una base muy
sólida: con el seguimiento de los avatares del protagonista, crea la
imagen de lo que significa para un país el caer bajo el dominio de una
tiranía. Que lo haya conseguido Saúl mediante un ingenioso empleo de la
ironía, del humor negro, de la burla sin caer en ligerezas, bien expresa
el buen oficio que el autor tiene como escritor.