LA VIOLENTA
SOMBRA
para Erótica mía
por María Cruz
Saúl Ibargoyen nos anuncia desde los primeros versos de Erótica mía
que el poemario no será un bálsamo, será más bien una batalla, una lucha
con el objeto del amor, pero en especial con la propia obsesión y su
fantasma encarnado. Con un lenguaje que violenta las formas comunes, el
poeta ataca el idioma y dentro de su mortero o su crisol transforma la
cotidianidad de la lengua en un código más íntimo y más profundo. Ante
la emoción, el creador estalla, encuentra en el lenguaje un obstáculo y
un reto que lo hace romper y mudar de sitio las palabras. Este impulso
no busca jamás explicar, sino expresar lo inexpresable: ¿cómo decir el
amor, la pasión, la mudanza de las exaltaciones?
El amante comienza por bautizar a su amada, por darle un nombre secreto,
emitido en voz baja o en elevación de animal deseo y aquí la llama
Erótica mía. El poeta repasa ese nombre, lo susurra, lo grita, lo
desmiembra y transforma; escribe: «y nada me importa sino aullar/ tu
nombre entre flemas y toses:/ ¿acaso me creerías si te nombro solamente
con mi silencio?». El nombre de la amada es como un talismán y un
peligro para el que lo creó.
En Erótica mía, el poeta nos hace sentir el vaivén de las
contradicciones amorosas; éste es un libro narrativo en el sentido de
que nos cuenta una historia, pero no a partir de las anécdotas, sino de
las emociones hechas canto y palabra. Hay un hilo narrativo que comienza
en medio de la relación, en plena tormenta e incendio. No sabemos de la
primera dulzura o mirada, estamos en plena lucha y en su difícil
desarrollo. Hay en el tono del poemario una fuerza inapagable y también
una entonación de pérdida. El yo poético que se asume enamorado,
obsesionado, sabe que ya perdió, que la entrega no tiene reversa; en esa
desesperación de venerar, satisfacer el amor y padecer la ausencia y la
duda se debate el poeta.
En la movilidad de las emociones está la riqueza de estos poemas que
dejan testimonio de lo intangible, pero también de un mundo que se
construye en lo cotidiano. Este amor tiene un escenario, parece que la
fijación por el ser amado se extiende hacia los objetos que lo rodean y
hay una especial atención en todo lo que ella toca: «en la sala están
las plantas/ verdecidas por acto de tu mano», o «porque en tu peine/ hay
extraños cabellos mezclándose/ y un jabón se rompe/ luego de extenderse
por tu cuerpo».
El mundo del que ama está a merced de los movimientos y la existencia
del amado, esa amorosa persecución no tiene tregua; aparte de los
espacios físicos de la casa o el exterior, el cuerpo aparece como centro
del pensamiento y el acto del amante. Seguramente hay rastros del amor
cortés en donde el hombre venera a la mujer, pero también está, a la par
de la idealización, la contraidealización. El yo poético desarma y arma
el cuerpo de la mujer, ve ese cuerpo en su totalidad, con sus misterios
y defectos, en su belleza y detalle. El cuerpo que ve el poeta está
lleno de vida, nunca es marmóreo o estático, tiene sangre, vellos,
respira, orina; escribe: «Detrás de lo tuyo/ y gracias a tus lomos
ciegos/ a tus vértebras enervadas/ a tus pequeñas grasas/ a los defectos
necesarios a tu piel». Una de las características de la poesía de Saúl
Ibargoyen está en el nombrar todo lo que no se considera poético; así,
el poeta desmenuza a su musa humana y observa y canta su compleja
fisonomía con una atención de científico enamorado.
Ésta es una historia de pasión, por lo que entonces no hay misericordia,
ni mediotonos; el que la vive padece y goza cada faceta de su
experiencia. Está la infinita espera y el deseo nunca satisfecho del
todo, porque aunque se cumpla, renace; esto el poeta lo expresa de
manera insuperable en estos versos: «Erótica mía/ cuánto semen me
cuesta/ el pago puntual/ de todas tus ausencias».
El deseo y el anhelo de posesión aparecen siempre, el yo poético tiene
la certeza de la imposibilidad y entonces se refiere a su amada así:
«Erótica mía apenasmente mía» o «pocamente mía» o «húmedamente mía», es
decir que el amado está consciente de que la posesión total es
imposible. Tiene que debatirse con la espera, la incertidumbre y los
celos.
Todas estas dudas de correspondencia y certezas de emoción llevan al
poeta a violentar el idioma y esta violencia es el reflejo de la
creciente pasión que se manifiesta antes del lenguaje; en el poema «La
batalla», el poeta escribe: «Después empezaste a esperarme/ a horas
inseguras/ detrás de las puertas/ con un cuchillo cotidiano/ que
afilabas en mis poros/ o con una lima de aluminio muy usada/ para
disminuirme el corazón».
El hilo tenso del poemario se quiebra y se remienda con la voz del
poeta, una voz que no complace, ni concede, ni se acobarda ante la
experiencia infinita del amor. Más allá de lo concreto (o a un lado)
está el imaginario siempre vivo del creador. El vínculo amoroso no
termina en la separación, pues el poeta lo pasa por su tamiz vibrante y
lo canta como vitalidad, con virilidad. El testimonio queda respirante
entre nosotros. La musa se manifiesta en cada lectura de Erótica mía
y nos da una voz para que aprendamos a temblar.