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De Saúl Ibargoyen

 
     

 

 

 

 

27 de febrero de 2011.

 

LA VIOLENTA SOMBRA

para Erótica mía

por María Cruz

 

Saúl Ibargoyen nos anuncia desde los primeros versos de Erótica mía que el poemario no será un bálsamo, será más bien una batalla, una lucha con el objeto del amor, pero en especial con la propia obsesión y su fantasma encarnado. Con un lenguaje que violenta las formas comunes, el poeta ataca el idioma y dentro de su mortero o su crisol transforma la cotidianidad de la lengua en un código más íntimo y más profundo. Ante la emoción, el creador estalla, encuentra en el lenguaje un obstáculo y un reto que lo hace romper y mudar de sitio las palabras. Este impulso no busca jamás explicar, sino expresar lo inexpresable: ¿cómo decir el amor, la pasión, la mudanza de las exaltaciones?

El amante comienza por bautizar a su amada, por darle un nombre secreto, emitido en voz baja o en elevación de animal deseo y aquí la llama Erótica mía. El poeta repasa ese nombre, lo susurra, lo grita, lo desmiembra y transforma; escribe: «y nada me importa sino aullar/ tu nombre entre flemas y toses:/ ¿acaso me creerías si te nombro solamente con mi silencio?». El nombre de la amada es como un talismán y un peligro para el que lo creó.

En Erótica mía, el poeta nos hace sentir el vaivén de las contradicciones amorosas; éste es un libro narrativo en el sentido de que nos cuenta una historia, pero no a partir de las anécdotas, sino de las emociones hechas canto y palabra. Hay un hilo narrativo que comienza en medio de la relación, en plena tormenta e incendio. No sabemos de la primera dulzura o mirada, estamos en plena lucha y en su difícil desarrollo. Hay en el tono del poemario una fuerza inapagable y también una entonación de pérdida. El yo poético que se asume enamorado, obsesionado, sabe que ya perdió, que la entrega no tiene reversa; en esa desesperación de venerar, satisfacer el amor y padecer la ausencia y la duda se debate el poeta.

En la movilidad de las emociones está la riqueza de estos poemas que dejan testimonio de lo intangible, pero también de un mundo que se construye en lo cotidiano. Este amor tiene un escenario, parece que la fijación por el ser amado se extiende hacia los objetos que lo rodean y hay una especial atención en todo lo que ella toca: «en la sala están las plantas/ verdecidas por acto de tu mano», o «porque en tu peine/ hay extraños cabellos mezclándose/ y un jabón se rompe/ luego de extenderse por tu cuerpo».

El mundo del que ama está a merced de los movimientos y la existencia del amado, esa amorosa persecución no tiene tregua; aparte de los espacios físicos de la casa o el exterior, el cuerpo aparece como centro del pensamiento y el acto del amante. Seguramente hay rastros del amor cortés en donde el hombre venera a la mujer, pero también está, a la par de la idealización, la contraidealización. El yo poético desarma y arma el cuerpo de la mujer, ve ese cuerpo en su totalidad, con sus misterios y defectos, en su belleza y detalle. El cuerpo que ve el poeta está lleno de vida, nunca es marmóreo o estático, tiene sangre, vellos, respira, orina; escribe: «Detrás de lo tuyo/ y gracias a tus lomos ciegos/ a tus vértebras enervadas/ a tus pequeñas grasas/ a los defectos necesarios a tu piel». Una de las características de la poesía de Saúl Ibargoyen está en el nombrar todo lo que no se considera poético; así, el poeta desmenuza a su musa humana y observa y canta su compleja fisonomía con una atención de científico enamorado.

Ésta es una historia de pasión, por lo que entonces no hay misericordia, ni mediotonos; el que la vive padece y goza cada faceta de su experiencia. Está la infinita espera y el deseo nunca satisfecho del todo, porque aunque se cumpla, renace; esto el poeta lo expresa de manera insuperable en estos versos: «Erótica mía/ cuánto semen me cuesta/ el pago puntual/ de todas tus ausencias».

El deseo y el anhelo de posesión aparecen siempre, el yo poético tiene la certeza de la imposibilidad y entonces se refiere a su amada así: «Erótica mía apenasmente mía» o «pocamente mía» o «húmedamente mía», es decir que el amado está consciente de que la posesión total es imposible. Tiene que debatirse con la espera, la incertidumbre y los celos.

Todas estas dudas de correspondencia y certezas de emoción llevan al poeta a violentar el idioma y esta violencia es el reflejo de la creciente pasión que se manifiesta antes del lenguaje; en el poema «La batalla», el poeta escribe: «Después empezaste a esperarme/ a horas inseguras/ detrás de las puertas/ con un cuchillo cotidiano/ que afilabas en mis poros/ o con una lima de aluminio muy usada/ para disminuirme el corazón».

El hilo tenso del poemario se quiebra y se remienda con la voz del poeta, una voz que no complace, ni concede, ni se acobarda ante la experiencia infinita del amor. Más allá de lo concreto (o a un lado) está el imaginario siempre vivo del creador. El vínculo amoroso no termina en la separación, pues el poeta lo pasa por su tamiz vibrante y lo canta como vitalidad, con virilidad. El testimonio queda respirante entre nosotros. La musa se manifiesta en cada lectura de Erótica mía y nos da una voz para que aprendamos a temblar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Erótica mía, editada en Ediciones del Ermitaño, México, 2010.

 

Tango Negro de Saúl Ibargoyen Islas, Entre la elegía y la danza macabra, por Sebastián Rivero Scirgalea

 

De la presentación de El Torturador, de Saúl Ibargoyen en la Casa del Poeta

 

dos poemas por Gaza: GAZA y LAS VIEJAS GUERRAS

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DE BESTIARIOS: EL BICHARIO DE SAÚL IBARGOYEN:

2ª Entrega.

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“EL TORTURADOR”, ¿NOVELA POLIFÓNICA? TRES PREGUNTAS A SAÚL IBARGOYEN, por Alejandra Silva Lomelí

 

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