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De Saúl Ibargoyen

 

en Palabra virtual.com

 
   

Ene.11

 

 

 

 

Tango Negro de Saúl Ibargoyen Islas

Entre la elegía y la danza macabra

 

Sebastián Rivero Scirgalea

 

            La poesía uruguaya desde la generación del 45 es, a grandes rasgos, una poesía mesurada, parca (a veces “pacata”), carente de extremos. En ese panorama la obra poética de Saúl Ibargoyen Islas, por su exuberancia verbal, se presenta como un caso raro, muy poco frecuente (quizás Cristina Carneiro desde “Zafarrancho Solo”, junto a algunos – pocos – más, compartan esta extrañeza). Pero otro lado inusual de Ibargoyen, y que lo colocan en una insularidad aún mayor, es utilizar esa lírica de excesos, con una imagen surrealista o barroca, para dar cabida a una temática de corte social. En su ya vasta obra, aparecen junto a este cuestionamiento a la sociedad capitalista, deslindes de su mundo íntimo, de la vida cotidiana, de temas mínimos. Aquí radica otra característica de Ibargoyen, y tal vez una de las más importantes: su exuberancia poética que opera amplificándolo todo, es soporte, la mayor parte de las veces, de la intimidad, lo cotidiano, lo ínfimo. Esta “milicia apasionada del decir” – según Ricardo Pallares –, dirigida a la realidad circundante, hace que siempre se recale en la actualidad y la vida vivida. Afirma el crítico antedicho, que en su poesía se produce un “afán casi proteico en la búsqueda, en el despliegue temático, en las variantes, en la lírica asunción de una circunstancia en cuyo entramado gravitan de consuno lo epocal y lo existencial”.

            En su reciente libro “Tango Negro”, se perciben estos elementos, y además, continuando una línea visible en textos previos, surge una “poética del cuerpo” (faz señalada por el propio escritor en una entrevista concedida a Manuel Barrios – “La Diaria”, 8/10/10). Poética que puede verse en dos instancias: a) En cuanto se refiere al cuerpo en su función biológica y social, el cuerpo comprendido visceralmente como conjunto de órganos, circulaciones y flujos, el cuerpo tanto objeto del deseo como lugar escatológico, y asimismo, los espacios – en especial urbanos – que envuelven y encuadran al cuerpo. b) En cuanto su construcción de imágenes, de metáforas, apuesta a sensaciones visuales y táctiles. Así lo declara Ibargoyen: “Soy fiel al propio origen de la poesía, si es que su origen existió, de la manera como se plantea, en función de la analogía. Por algo todavía hablamos de “el pie del árbol” o “los brazos del río”, esa analogía conlleva una función creativa.”(entrevista citada). Esta poética del cuerpo considerada en su doble sentido – que en diversos poemas funciona de vaso comunicante de la “enunciación” y lo “enunciado” – es uno de los ejes vertebradores del libro. Hasta la propia “Musa” se manifiesta como un ser corporal, un ser también destinado a la muerte física. “¿Es tu lenta figura un cuerpo/ inclinándose hacia el vacío socavado/ por los cuerpos tuyos?” (“Preguntas a la Musa”). “Porque ésta y otras voces ya dijeron/ Que has vuelto a morir sin comprender/ Las tensiones de un pulmón paralítico/ Ni el crepúsculo sin fondo/ De tus vísceras deshechas.” (“Canto de la Musa Muerta”).

            A lo largo de las tres partes del poemario – “Tango Negro”, “Los poemas de Marcela” y “Del otro aquí, del otro allá” – se percibe un tono de elegía, de pérdida, que se asocia con la soledad y la muerte. Son esos cuerpos enlazados en la danza – a la par cercanos y ausentes – los que siega finalmente el “Tango Negro”. (“Nos llamen a enredarnos a dolernos/ A bailarnos a cuajarnos totales y únicos/ De a dos y de a todos/ A danzar hasta el fin/ Nuestro tango tango negro.” – “Séptimo compás”).  Esta invocación del fin, hace que la serie se asemeje a las danzas de la muerte o danzas macabras de la Edad Media. El baile de ultratumba que igualaba a reyes, frailes, campesinos y mendigos, tenía en muchos casos un cometido de “sátira social” – como lo destacó el historiador J. Huizinga -, y así lo asume el poeta en estos textos. El absurdo del mundo posmoderno se pone en escena en esta pista danzante del “Tango Negro”. El recurso a la interrogación – habitual en el género elegíaco – revela la fugacidad de todo, el “memento mori”, abandonándose toda esperanza y trascendencia. (“¿Dónde está lo afuera de este bailadero absurdo?” – “Sexto Compás”). El sinsentido se muestra también al modo del cambalache – a lo Discépolo -, ya desde las dedicatorias, donde se mezclan los universos de las vanguardias, el tango y la poesía árabe (Isidore Ducasse, Oliverio Girondo, Pablo de Rokha, Carlos Gardel, Alfredo Lepera, Rumí, Kabir y Omar Khayyam). Reafirmando esta sensación de desenfreno – danza macabra o cambalache – en la estructura poemática se intercalan versos largos y cortos, y dentro de los largos, se practica una división rítmica que le confiere un sonido de golpe, “machacón”, tanguero, a los textos. La reivindicación que hace Ibargoyen del verso y lo musical en la poesía, se ve aquí comprobada con eficacia.

            En el “kaos” – así la grafía de uno de los textos – del mundo, el hombre se encuentra desamparado ante la muerte, uno de los tópicos más constantes del libro. Pero no es una muerte como idea abstracta, sino concreta, corporal, esa muerte que nos dice el existencialismo, ocurre a las anchas del ser. Y en esta circunstancia, aunque la Musa – corporal, moribunda – no de respuestas, la danza, doble de la creación, puede salvar de lo perecedero. De ese baile que ronda la muerte, algo siempre quedará: “La memoria que ya extraviaste/ Será vera memoria/ Entre las sombras nuevas.” (“Necesidad”).

Saúl Ibargoyen Islas, “Tango Negro”, Colección Gusto Tuyo – Lengua Fraterna, Editorial La Propia Cartonera, Montevideo – Uruguay, 2010, pp. 41

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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