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Cristina de la Concha
En asunción de una abeja
Por una calle de Asunción, capital paraguaya, sostenía
en la mano un vaso con jugo de frutilla, nombre usual en
estos países del sur latinoamericano para la fresa,
cuando, al ir a sorber un poco, me sorprendió una abeja
dentro del líquido. No supe qué hacer de momento. Ella
estaba quieta, ¿muerta? Después, intentó batir sus alas
contra el jugo que se lo impedía. ¿Debía tirarlo? la
abeja se ahogaría. Quizás o tal vez no. La imagen que
había circulado por las redes de la abeja diciendo
“tenho fomme” se plantó frente a mi pensamiento. Pero
¿qué hacer? me picaría, el temor usual a las abejas, su
aguijón, surgió instintivo, como suele.
Hace muchos años en el parque de
mi pueblo, las abejas acudían a la heladería a dar
vueltas alrededor de nuestros barquillos, cómo nos
quejábamos. Queríamos matarlas, aniquilarlas,
desaparecerlas, que nos dejaran disfrutar de las bolas
sabor daikirí con chocolate derretido y solidificado
coronado con trozos de ¡chocolate también! Cuántas
veces las espantamos, y se posaban sobre la espuma del
refresco de cola con nieve de vainilla y agitábamos las
manos sobre ellos con lamentos y muecas de desagrado
como si se tratara de una alimaña venenosa. Sobre las
rebanadas de pastel y las galletas y el flan y el panqué
rondaban, terminábamos levantándonos a toda prisa,
dejando el lugar, cubriendo nuestro manjar, alejándonos
con él a otro lugar, uno donde no lograran llegar. Ay,
me remordió la conciencia, ¿no habrán sido nuestras
abundantes quejas parte de lo que las ha puesto en
riesgo de extinción? Porque hemos oído de múltiples
ataques de abejas, de las abejas africanas, de personas
alérgicas a las abejas y nosotros mismos las repelemos.
¿Cómo mantener ese equilibrio que tendría que haber para
no horrorizarnos de ellas y no intervenir en su espacio
natural al que tienen el legítimo derecho? Porque las
necesitamos, como al aire que respiramos, como el agua
que bebemos, sin ellas, la vida humana se acabaría.
Albert Einstein afirmó que el ser
humano no continuaría en el planeta si las abejas
desaparecieran
.
Ellas
polinizan más del
60% de las frutas y verduras que consumimos.
“El
verdadero valor de las abejas, no está en los productos
que el apicultor les quita, sino en lo que éstas aportan
a la reproducción de las plantas y a la biodiversidad.
Abejas y plantas forman un pilar que alimenta y
enriquece el ecosistema, éste a su vez nutre a multitud
de insectos, aves y mamíferos. Si falla uno de los
elementos del pilar todo caerá…”
Así que las necesitamos vivas y reproduciéndose.
¿Cómo sacarla? No tenía con qué utensilio. Al verter el
vaso ella quedaría zambullida pero además no me
atrevería a vaciarlo en el piso de la calle. Más
adelante estaba el parque, ¿me daría el tiempo hasta
allá? El zangoloteo por correr me evitó tomar esta
medida. Temí por su vida. Sabía que no iba a salvar a la
población mundial de abejas, pero trataría de salvar a
ésta y decidí meter mi dedo de uña más o menos larga
para usarla a manera de pala y extraer a la pequeña
himenóptera fuera del jugo. Así lo hice. Sentí su cuerpo
entero en la extensión total de mi uña la que resultó no
estar tan larga y el temor resurgió porque no alcanzaría
a cubrir mi piel de su aguja. Me quedé estática sin
saber qué hacer, ella se adhirió como una ventosa por el
jugo, así que si sacudía mi mano, era desconocida la
posibilidad de que se retirara de allí y entonces,
posiblemente, penetraría su aguja en mi dedo. La vi
avanzar, percibí su cuerpecito entero en mi piel, ella
se pegaba a mi piel quizás por el efecto de ventosa o
tal vez porque pretendía secarse con él, o ¿estaría tan
empapada que el peso de la sustancia de frutilla no le
permitía erguir sus patas? Luego, sentí un cosquilleo,
estaba vibrando toda ella, ¿trataba de desplegar sus
alas?, ¿de secarse con esa vibración? no sé pero en ese
punto creí que sobrevendría el piquete, culminaría así
el veloz temblor. Ya me iba acercando a una jardinera
del parque, traté de apresurarme pero no, no, no debía
hacerlo con rapidez. Mientras, ella se arrastraba por mi
delgada falange cuyo hueso cercanísimo a la epidermis
quizás detendría la introducción completa del aguijón,
aunque pensar esto no era un alivio. Por fin, la puse en
una hoja del jardín y respiré tranquila. La miré moverse
por allí y me fui por la misma razón: ese miedo a las
abejas, pero el recuerdo de su cuerpecito pegado a mi
piel permanece, fue como un abrazo, como si me
estrechara con sus patitas, y mi dedo, gigante para
ella, le correspondía. Sellamos un pacto de amistad.
https://www.ecologiaverde.com/por-que-las-abejas-son-tan-importantes-para-el-equilibrio-ecologico-522.html
http://www.eoi.es/blogs/andresdugo/2014/01/16/%C2%BFporque-son-tan-importantes-las-abejas-en-la-vida-del-ser-humano/
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