Tulancingo cultural tras los tules... Tulancingo, Hidalgo, México |
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21.Diciembre.2014 |
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Códice de Otlazpan es un
documento pictográfico que proviene de una población al sur de Tepeji del
Río en el estado de Hidalgo, cerca del estado de México.
María Guadalupe Huicochea Enríquez
Promotora cultural desde 1989, estudió historia del arte. Ha publicado: En los términos de Otlazpan y Tepexic (Editorial Praxis, 2008), Una escuela de lengua castellana en Tepexic del Río (UAEH, 2009), Acta de Xilotepec: Manuscritos de 1558, 1559 y 1606 (Editorial Praxis, 2010), El árbol-buzón de Tepeji del Río (Látika Publicidad, 2014), Anales de una encomienda: doña Marina, Jaramillo, Salazar y los Moscoso (actualmente en prensa).
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La industria textil en el Códice de Otlazpan
María Guadalupe Huicochea Enríquez
Los nativos del centro mesoamericano recorrían grandes distancias, yendo y viniendo entre las lomas y los valles, o siguiendo el cauce de los ríos. En esa etapa primitiva, ciertos follajes y fibras anudadas de manera rústica, brindaban protección y abrigo a los caminantes. Posteriormente, dada su condición de cazadores, transformaban los cueros y pieles de animales en toscas prendas de vestir. La recolección de frutos silvestres y la cacería, métodos elementales de subsistencia rebasados por el incremento de grupos humanos, apuraron su establecimiento en sitios donde hubiera suficiente agua para consumo doméstico; sin embargo resulta evidente la intensión de poblar espacios colindantes a las montañas consideradas el axis mundi. Este arraigo facilitó la domesticación de plantas silvestres como el maguey (üada) abastecedor de ixtle (santhe)1, y el algodón silvestre (tudi). La mejora en las técnicas de siembra y cultivo favoreció su desarrollo, a tal punto que, su producción intensiva dio arranque a la industria textil prehispánica. Igual que otros pueblos productores de ixtle, los ñähñus de Otlazpan utilizaron la técnica de machacado, blanqueo y secado. Luego de practicar un ritual dirigido hacia los cuatro rumbos del Universo, cortaban las pencas de maguey, las tostaban, machacaban la pulpa con un pedernal, separaban las fibras. Ya lavadas y escurridas, dejaban que secaran bajo el sol. Terminado el proceso, las mujeres devanaban el ixtle, hilaban y comenzaban a tejer prendas elementales de uso doméstico, en sus telares de carrizo (xithi). El procedimiento para hilar algodón (texi), era transmitido de una generación a otra por las «sagradas viejas». Las hilanderas jóvenes adiestradas por etapas, aprendían a despepitar capullos, a varear y limpiar la fibra, a cardar y torcer las mechas con la yema de los dedos o con la palma de la mano. Hilaban en husos rudimentarios fabricados con un malacate (thet’e) de barro decorado, y una vara terminada en punta descansada sobre un cuenco de barro (bohai). Para obtener hilaturas delgadas y finas (tsut’i thähi), extendían la fibra y «hacían bailar al malacate». Una vez implementado el telar de cintura (b’e gä njut’i) ensamblado con varas, perfeccionaron la técnica de «un hilo de trama cruzando un hilo de urdimbre». Dicho procedimiento les permitió lucir atuendos mejor acabados. A la llegada de los españoles, era común que los indígenas vistieran lienzos cortos y llanos, elaborados con fibra de maguey endurecida con atole de maíz (t’ei dethä); un ayate (dänkjua) de ixtle anudado al hombro, completaba su indumentaria. Los señores principales vestían tilmas de algodón atadas al frente como privilegio de clase, portaban mantas largas y galanas con espléndidos ribetes de figuras estilizadas. El color y la textura de los materiales, el tamaño de la vestimenta, su diseño y hasta el modo de portarla, eran considerados atributos de categoría e identidad. La posesión de mantas (tebe), botas (zexthi), sandalias (thinza) y paños de cadera (zexkjo), establecía la diferencia entre la nobleza y la gente del pueblo. Al principiar el año 1549, Martín Vásquez, gobernador de Otlazpan, verificó la tasación «para saber la cantidad de mugeres que [había] en el dicho pueblo, las contó y halló dos mil mugeres de trabajo y dexo y hordeno que cada año hiziesen dos mujeres una pierna de manta de las susodichas de algodón que suman y montan por todas las que se han de hacer trezientas y veynte y cinco, anse de entregar a los mayordomos en la casa pública y ellos dar quenta dellas» (Códice de Otlazpan, fol.8). Hilar el algodón y labrar mantas exclusivas para los gobernantes indígenas y españoles, eran tareas propias de las tributarias de Otlazpan, apreciadas por la calidad de sus textiles y sus bordados. Decorar las mantas con texturas diferentes, era quehacer de las tejedoras más experimentadas que combinaban el algodón (texi) con pelo de conejo (xi kjua), plumas, pelusa de pato y otros materiales aplicados directamente a la prenda tejida. Para teñir usaban colorantes naturales y pigmentos extraídos de algunos minerales y tierras especiales. En la práctica cotidiana, existía un vínculo absoluto entre el pensamiento mágico-religioso y el simbolismo contenido en el diseño y el color de las mantas. Las buenas hilanderas «daban alma al hilo», sabían hilar delgado y parejo. Las buenas tejedoras tenían por oficio matizar los colores, «eran muy pulidas en hacer labores en las telas».
1 Las palabras entre paréntesis pertenecen a la lengua hñäñu de San Ildefonso Chantepec, municipio de Tepeji del Río.
Fuentes: La tejedora de vida, extractos publicados en la revista Nonotza Códice de Otlazpan, Birgitta Leander, INAH, 1967 Historia general de las cosas de la Nueva España (cdigital.dgbuanl.mx/la/1080012524_C/T3/1080012525_) Origen del Textil en Mesoamérica, Griselle J. Velasco Rodríguez, IPN, 2002
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