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Iván
Villaseñor Castañeda
Pterocles Arenarius
Están ocurriendo decesos que nos hacen pensar
que la vida no vale nada. Se está muriendo mucha gente. Sentimos
que hay algunos que no se pueden morir, que no se deben morir.
Si se muere un muchacho talentoso, creador,
inquieto, lleno de vida, bueno, incluso guapo e inteligente lo
que más desconcierta y duele y hasta enoja es que era joven.
Pero peor todavía, era un extraordinario artista. Y no es que no
nos importen todas las demás muertes, pero cuando se muere una
persona que tiene setenta, ochenta años o incluso más, bueno,
pues hay un margen mayor para la resignación. Sabemos que todos
nos vamos a morir, pero carajo, que la vida nos dé chance de
hacer algo con ella, de dejar algo para los que aquí se quedan,
de probar la madurez y, por qué no, hasta la decadencia física,
ver el mundo. Cuando se muere gente así como la que he descrito,
casi en la flor de la juventud, en el clímax del talento, en el
momento en que se esperaba de ellos más progreso, que llegaran
más arriba de lo que ya habían logrado, es una tremenda
frustración. Sentimos que la vida nos ha quitado algo que nos es
muy estimado. Sentimos que el mundo es menos valioso sin cierta
gente que nos está quitando un virus terrible. Y de pronto no
entendemos este mundo. Ciertas muertes le quitan el sentido a
todo. Nos parece que era tan fácil decir que “La vida, nuestra
existencia no tiene ningún sentido”, pero cuando la vida nos da
la prueba más brutal de eso mismo, no podemos asumirlo. Ni
siquiera podemos creerlo.
Se fue de este mundo Iván Villaseñor
Castañeda. En él se acumulaba todo lo bueno que se ha escrito
aquí, pero además era un hombre muy bueno. Creador de una obra
impresionante. Sus pinturas deslumbran en todos los sentidos de
la palabra. Asombran también, por su originalidad, por su
rareza. Iván, al pintar, creaba otros mundos. Sus colores son
una alucinación. Un dibujante exquisito y la excentricidad de
sus motivos llega a extremos irracionales. Hay algo infantil en
todos sus trabajos, pero en su deliciosa (insensata, caprichosa,
abrumadora, desconcertante) fantasía también está el trazo
magistral, en lo figurativo es un dibujante insuperable y en lo
imaginativo viajaba por galaxias muy lejanas. Iván llegó a ser
un artista muy completo. Además fue un maestro de artistas.
En fin, no se comprende, no se asimila, no se
admite. Iván iba a darnos mucho más arte; iba a crear otros
mundos. Hoy hemos perdido algo muy grande.
Inquieto, buscador, él se aplicó a explorar
también a través de la palabra escrita. Empezó a asistir ―quizás
en el 2014 o en el 2015― al taller de creación literaria que yo
dirigía. Nos sentábamos varias horas en el Café La Habana a
discutir textos literarios, a discernir la literatura, a
buscarnos en nosotros mismos, pero también en el otro. Se estaba
convirtiendo en un escritor. Era buen poeta, pero también era un
narrador tan original como sus imágenes. Publicamos un libro,
Tipheret, el material de la escritura, en donde se incuyeron
varios cuentos de Iván Villaseñor. Antes, deslumbrado por sus
obras plásticas, le pedí que me permitiera usar como portada de
mi novela Demoníaca (Historia de una maldita perra), la
imagen de su obra titulada Coatlicue o la decadencia de
Occidente. Esto ocurrió en el ya no tan cercano año de 2010.
Luego, hace apenas un año le pedí un cuadro sin título (al que
yo bauticé como El hijo desobediente) para ilustrar la
portada de mi novela Cualquiera puede matar. Siempre
generoso y desinteresado me otorgó el uso de las imágenes. Iván
Villaseñor es mi hermano. Y hoy me duele mucho su partida. Me
siento perdido y creo que la vida no vale nada. Si se murió Iván
nos podemos morir cualquiera en este momento.
Y me pregunto ¿para qué vivir?, ¿qué caso
tiene?, ¿por qué-por qué-por qué, maldita sea?
Pero la vida sigue.
La Tierra no deja de girar. Y el sol saldrá
mañana a la hora que le corresponde.
El tiempo no existe, nos demostró Einstein.
La muerte no existe, sólo es otra forma de la existencia, otro
cambio de las infinitas transformaciones que ocurren en la
materia, porque eso somos, materia. Es más, nada se crea y nada
se destruye. Sólo se transforma. Pero mi hermano ya no estará
jamás aquí ente nosotros. Bueno, pero queda su espíritu que es
su obra. Dicen que hay otra parte, otro espacio más sutil donde
se existe de otra manera. El mundo que vislumbramos cuando se
sueña. Hay un Oriente Eterno donde se te ha de otorgar, como
obra de arte que eres, mi hermano, lugar de privilegio. |
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