Por: Carlos Santibáñez Andonegui
Maya Lima, Gerontofilia de una Reina, 1ª. edición, Mexicali, Baja California, México, 2015.
Algo que se agradece en toda la línea, es aquella poesía o literatura hecha por mujeres que válidamente escudriñan lo que es ser mujer, de frente y sin complejos que conduzcan sistemáticamente a la autocompasión, la victimización o el desprecio fatal hacia otro sexo. A eso tiende la poesía de Maya Lima, en Gerontofilia de una reina, una invitación a penetrar en el significado de ser mujer y estar en el mundo. Lo que yo llamo una mujer para enseñarse, tanto a sí mismo como para enseñarla a los demás, para enseñarse, no para ensañarse.
Enseña desde su estar en el mundo, a descifrar a todos los sexos habidos y por haber, lo que es en sí la magia y resplandor de la naturaleza femenina. Así lo plasma sin alardear en su “Poema cárnico”, que contiene el germen, la semilla de la transgresión como en el ya clásico brocardo asumido por nuestra Rosario: “Matamos lo que amamos. Lo demás, no ha estado vivo nunca”, pero nos mueve a sospechar que lo más fuerte de la transgresión no está en hacer pasar el amor por la muerte, porque eso “vende” a fin de cuentas, y vende mucho, como en Bataille, sino en admitir algo no tan lucrativo: que a fin de cuentas la muerte no existe, amar la vida es amar todo el ciclo de la naturaleza en que estamos insertos, todo el paquete, todo el rollo, aunque abordarlo así no sea tan llamativo ni deje desusadas ganancias editoriales. Veamos cómo lo dice Maya Lima:
Estoy más allá/ de la experiencia,/ la vida me arrolló,/ pedí auxilio, tregua,/ quién he querido ser.// Esperándote serías lo más amado.// Mi piel recibe grata/ olores que prometen/ tenerte dentro otra vez./ Nadie entiende/ pero mi argumento será el mismo:/ sólo basta mirarte para enfermar// Que viva lo que debe vivir./ No descansarás,/ nada resuelves huyendo,/ desmembrado, engullido,/ regresas a mi vientre”.
La naturaleza, la energía total es la única mujer que nos quita todo, para darnos todo. Le pido a Maya en nombre de todos escribir más sobre esto, no estoy diciendo profundizar más, sino hacer más poemas, cultivar este descubrimiento que ha hecho del amor y la existencia en más textos, no porque no se valga acertar con poco, sino porque es de explorado sentido común que un escritor necesita cubrir un mínimum en todos los órdenes, así como hablamos de un mínimum ético, de un mínimum estético en cuanto al compromiso con la forma, etc., que es algo que Maya ha conseguido en estos poemas, la responsabilidad que yo le atribuyo ahora es responsabilidad el tratar de cubrir un mínimum cuántico. Continuar escribiendo hasta aportar todavía más material, por mucho que se diga que lo mejor es escribir muy poco pero muy bello, o entronizar el arte de la miniatura más allá de donde el sentido común lo quiera llevar. ¿Qué quiero decir con esto? Que el compromiso de seguir escribiendo como lo hizo en Gerontofilia de una reina, es todo suyo y de nadie más, pero hay que recordárselo quienes nos decimos sus amigos, para que no lo olvide jamás.
Cuando se avanza por este camino, se accede a formas de conocimiento no acartonadas, y quizás se comprende que después de todo siempre han estado ahí pero por una u otra razón, no las queremos ver. No únicamente por discriminación a la mujer, que por supuesto la ha habido, pero que corre el riesgo de convertirse un argumento fácil y trillado en el intento de comprenderla integralmente, un subterfugio para abarcarlo todo, todo lo que conlleva ser mujer; sino también por no querer sufrir al darse cuenta los desafíos que hasta para ella misma, entraña el ser mujer. Por vulgar mecanismo de defensa que el machismo ha hecho suyo y nos impide caer en la cuenta de efectos imposibles de explicar, y lo imposible molesta a todos, pues ya se sabe que ser original es poner de manifiesto la mediocridad de los demás, como lo es el efecto indiscutible e inexplicable de que muchas mujeres suelen no decir todo, hay como una dorada reticencia, como si se atuvieran a que uno es adivino, tantos significados dejan colgando en el tintero, esperando aquí sí de modo ingenuo, que el hombre lo adivine todo. En este sentido Maya es confesión-lección del verdadero arte de amar, cuando fondea permeada de travesura: “Estoy aquí para prevenir a tu piel/ que conserve la elasticidad… No puedo pedirte que me ames,/ sólo quiero mostrarte/ el mapa que vive entre tus piernas”.
Una mujer es capaz de mentarle la madre a un hombre, queriendo hacerle en el fondo una sublime declaración de amor, muchos de ellos sí se lo creen y ay van muy obedientes a cumplir la condena, a condenarla a ella a través del despecho, en vez de arrostrar el riesgo y ver qué se trae a fondo esa mujer de veras, dejarse enseñar por ella en cuanto dice: “Vine para activarte el apetito”, y devolverle ese aprendizaje hasta que ella comprenda: “No estoy aquí para obligarte, no/ irrumpo/ para que no te quedes solo en el mundo”. Comprender esto, da miedo, porque no tiene lógica ni explicación aparente, y sin embargo es absolutamente cierto. Maya escribe poemas “con olor de polvareda”, va detrás de la “señal rojiza/ con la que se marcó/ la entrada al infierno”.
La presentación de la obra que tuvo lugar el 17 de febrero en el Foro Hilvana (Puente de Alvarado 17, Buenavista) también corrió a cargo del poeta y narrador Sergio García Díaz, (autor de libros de cuentos como: Border Line (Mixcóatl), Pasión por las moscas (Coyoacán), Agazapados (Casa del Poeta Las dos Fridas y Fridaura), novela: Regueiras (Casa del Poeta Las dos Fridas), y poesía: Sueños de un chamán (Fontamara), Animales impuros (Coyoacán), Dos entradas por un boleto, (Cuadernos del Borde), Alicia en mi espejo, Bajos fondos y Pétalos de mar (Praxis). El Coordinador del Taller Charles Bukowski, y autor también, con Adriano Rémura de la compilación intitulada Hablemos de poesía (20 ensayos sobre poesía actual mexicana) publicado por la Editorial Verso Destierro, profundizó en la raigambre mitológica de los textos de Maya, y su repercusión en la psicología, abrevando en la calidad de respuesta emocional que nadie puede negarle a la mujer.
Esto último, aunque hay convicción creada en criterio universal, no siempre se reconoce por los críticos para no confundirse o exponerse, incluso a la crítica de ellas mismas en su afán de ser exactamente iguales al hombre, ni más ni menos, y es también un tema al que se le huye por la casi segura imposibilidad de probarlo suficientemente, nadie extiende una patente química que lo demuestre pero al menos se puede asumir esto como lo que es: riqueza. Lejos, pero muy lejos de ello, el hombre suele sentir que da su brazo a torcer. Solamente el que esté seguro de sí mismo, firme para catar como diamante al amor, puede vibrar así como de viento entero, cuando te sabes barro que acabará en un rato y se irá con su música a otra parte, a otro barco ebrio, a otro nivel del infinito universo, sólo entonces eres capaz de vibrar con la poesía de una mujer que te dice. “Deseo ser la enfermera de tus últimas horas.”
¡Abajo el mito de que todo esto es especulación!, dejemos de creer que no hay misterio en la mujer, cuando lo vemos desde las jarchas, aquellas confesiones engañosamente tímidas que las muchachas hacen a sus madres, y han avivado el erotismo cientos de años. Darle a esto un sitial de respeto, constituye el verdadero camino para acercarse al enigma, la rareza de lujo, el privilegio y prodigio en sí, de ser mujer o atreverse a amar de la mejor manera, a una mujer. Como ella se atreverá a amar a un hombre con el tamaño que tendría la nostalgia, la fantasía, o como dice Char, la imaginación: Hija mía, y así es como Maya nos dice al fin: “Deseo ser tu hija,/ la mujer que amaste/ cuando iniciabas la Universidad”. ¡Dígalo Maya Lima! “Por este corazón se han abierto todas las puertas; mi estado es de sorpresa y celebración sumergida en rezo”. Y es el amor, no la hipocresía que la hubiera llevado a enamorar “cónsules de buena conciencia”, sino el amor auténtico en una de sus manifestaciones más profundas y palpables, pero indemostrables, el amor al ser que ya vivió, no al jovencito fogoso ni al maduro indomable en su falso dorado, sino a aquel que ya vivió mas cuyo cuerpo todavía hierve en ansias, ese delicado, imponderable amor que se apodera de uno cuando se ama al que sufre, al que adolece, al que va a morir, quien la aproxima al hecho amoroso con vigor trascendente en sus términos. Un verso de Perse sintetiza esta postura en labios de los dioses, cuando un dios parlamenta en su poesía: “¿Mortal? ¡Oh!, más amada por estar en peligro”. El valor, la piedad, la atracción entonces pasan uno por uno todos los tonos de la condición humana, se estrechan, ante el duelo anticipado de la muerte, ante la pena de tenerse que ir, de tener que soltar aquello que se ama, en embarcación loca, ebria, en barco ya no ebrio sino estrecho, por eso dice Perse: “estrechos son los bajeles”, en pasillo secreto de la existencia humana, donde se acoge la emoción del cuerpo que es ya fruto que se niega a madurar, de la pareja que atrae como si fuera un cierto bandolero beduino, pero jamás un equis, al contrario, alguien que no se puede ir de aquí sin merecer el furor de ojos expertos, tengan la edad que tengan, de la manera que lo habrá sentido crepitar sobre su cuerpo, Verlaine, cuando explotara: “¡tengo el furor de amar, loco es mi corazón!”, y así avalar la intensidad de un cuerpo en clímax como lo hace la poeta que nos ocupa: “En el vacío te deslizas,/ danzas para decanos que te contemplan”, y cuando se ama así, lo mejor está en el devenir, vaya si lo sabía el de Tarso, quien definió la fe es la substancia de las cosas que se esperan, así la amante que se atreve aquí a pronunciar su nombre: “Mis manos son jícaras,/ bebes de ellas,/ se te hidrata el deseo,/ y los arcanos te nombran/ sol/ Mi mundo/ continuará en tus pupilas”, y aunque no debemos identificar totalmente el personaje poético con la persona poeta, eso es Maya, una poeta que ha hecho un triunfo de cada reto inmediato o material, interpretando lo vivido con valor trascendente, cuando se atreve a: La gracia de un Dios marino (ha bendecido) mi nuevo cuerpo, y mi madre gritaba: “¡cúbrete los pechos!”
Dentro del erotismo, una mujer respira y dice: ¡ay mi madre!, como un hombre dice en otro sentido: “¡mamacita!”, y los dos se arrojan a la locura “de las que fueron sirenas/ y decidieron regresar sobre sus dos piernas/ para sortear las olas enfurecidas/ que les arrastran a una desolada roca”. Como un eco de la desilusión de Hero y Leandro, surgida al estrellarse el cuerpo de él contra la roca en una de tantas travesías, aquí la amada se estrella en la nostalgia, pero todo esto es natural, no lo da como un reproche, sino algo asumido, un buscar sin parar el continente sumergido en uno mismo, su Atlántida, el continente de lejos, “en donde fuimos dioses, naturaleza viva. Pero el sol se ha puesto sobre las cúpulas de una iglesia y oscurece todo”, y entonces sí se siente en ella correr la condición humana cuando replica: “Corro sobre el espejo, no hay dimensiones”. Esa es Maya Lima, uno la ama, como un poeta, porque se sabe que “amaneció sirena/ y las escamas de su cuerpo/ se desprenden fácilmente.” Ama en ella el amor que es inmortal, con el candor que entrega a la pareja, cual la poesía se entrega a un mundo cuyo destino es pasar, convalidando de nuevo el verso de Perse: “Mortal, oh, más amada por estar en peligro”. Sabemos de qué modo es amada, por “Una Tarde en el Panteón Francés”, donde confiesa: “Dejas la guarida/ arrastrándote entre los sepulcros/ de los poetas del mundo/ para encontrarme forrada de flores”. Y desde ahí, ella, “la niña heredera de tardes rojas”, es amada por intrínseca, por ir buscando estrellas. Y desde ahí, define al hombre: supervisor del Universo.
Con razón te gusta Mario Santiago Papasquiaro, amiga mía, con razón admites: “Tienes razón, debajo de mi piel vive el espíritu negro de la melancolía”, y con razón, también, a pesar, siempre a pesar de y no gracias a, te agrada el placer de la palabra bien articulada y en el fondo, quizá, te agrado yo. Por ello me has escogido para enseñarme a entregar, para enseñarme cómo una reina le canta al Johnny, navegando: “Tus ojos/ tormenta del Pacífico”, o cómo se ha de moldear a una nueva reina/ sobre las mesas blancas/ de la cantina Obregón”, y finalmente y de una vez y para siempre: “lo que debe saber una reina cuando acepta un encerrón, en medio de la nada”.