ALBOROTADA
de la poesía de Carlos Santibáñez Andonegui
Una tarde en mi vida llantera
se abalanzó el verano de entonces.
El mediodía creció simbólico,
triunfando se estiró en la lejanía,
lo guardaron tus ojos un poco más
-con tu mirada se humanizó por completo.
Y me volví a meter en aquel tiempo
de pana:
Desde la reja verde de aquella edad
te amé con tus cosas,
con tus mapas revueltos y tus lamentaciones
al caer Babilonia
en viejos parques.
Y los domingos algo era más bajo,
que llevaba más lejos,
algo de los amantes
como decirle al tiempo
“no te lleves la escena”,
la calle, el número al menos
aunque también se dice de lo perdido
lo que aparezca…
Tarde la que se lleva tu última mirada.
Lástima de barrio.
..¿y el reloj, qué repite?
Quiere el Ave María,
los honores del llanto.
Tú y yo, esto es alquimia.
Allá por el verano
bajo tu cuerpo
qué me hizo crecer hasta olvidarlo todo.
Entonces por aquí pasaba un río.
Se andaba bien por tus corrientes
navegando las horas
-los rápidos- te habías
dejado el fleco.
O sólo amanecía pero al abrir los ojos
volvías más urgente,
más cerca de la orilla.
Donde había selva,
te sobraba el alma.
Lo vegetal: un beso
te alcanzaba a cubrir.
A descubrir.
Si no morías ahí
ya no morías
y todo eso era nuestro
para cantar.
Al despertar, en ti ya era de día,
yo veía claramente en dónde está el tesoro:
El sol y nadie más encontraría este rumbo…
(Fragmento, tomado de: Llega el día, vuelven los brindis, ed. Oasis, 1984)