Raquel Lanseros, Las pequeñas espinas son pequeñas, XXIX Premio Jaén de Poesía, Foto Laureano Recio, dibujo de cubierta: Fernando Ferrara, http://www.hiperion.com, Caja Granada 2014. Reseña por: Carlos Santibáñez Andonegui, diciembre 27, 2014.
Una de las verdades que demuestra esta poesía, hecha a prueba de espinas del día de los inocentes, es que la poesía sí constituye, sin perjuicio de toda indagación sistemática o científica de la de la filosofía, una forma de conocimiento válida como aporte epistemológico. “El silencio es el lenguaje del abismo”, dice Lanseros, dándonos un matiz del silencio que no conocíamos, la magia es que la palabra silencio de pronto nos parezca nueva. La lengua de la poesía es aquella para la cual no hay palabras aprendidas con anterioridad. También con la hermenéutica: “ninguna palabra o signo puede tomarse como la presencia definitiva de un sentido”. Un ejemplo: siempre me ha parecido acertado el verso de Enrique González Martínez respecto a la palabra abismo: “mi abismo se llenó de su mirada”, pero no resisto la tentación de intrigar a González Rojo cada vez que lo veo, con la insolencia de que su abuelo debió decir “Mi abismo se llenó de tu mirada”, porque sólo así se hubiera llenado de veras, trato de aplicar el consejo que Raquel nos da cuando remodela la palabra contigo, nos dice que a ella podemos envolverla en las palabras que queramos, y hasta nos dice “no temáis por su peso./ Pero cuidad con mimo la palabra contigo./ Tratadla con respeto./Colocadla/ sobre mi corazón”; pues yo la colocaría sobre los ojos de González Martínez para que el abismo efectivamente se humanice, se cubra como debe ser, con un contigo, con “tu” mirada, no con un “su” que me parece tan distante y frío como decir “Nacional Monte de Piedad”; propondría un /tu/ cercano a la palabra abismo, que respondiera a la pregunta de Unamuno: “¿Qué amores imposibles/ guarda el abismo?”, o cumpliera el destino de aporte epistémico que establece Guillén: “entre dos vidas próximas no hay más que algún abismo”. O bien, haga destellar al abismo, que para eso está el libro de Raquel llamado: Diario de un destello (Editorial Rialp, Madrid, 2006) y si buscamos ojos destellando en abismos, leamos en quien menos se imaginan, el señor Emilio Ballagas que ha conseguido parar el poema, ponerlo de pie con la pedrada: “si pregunta por mí, dale estos ojos”. En casos así, ¿es justo reprochar que no se traiga a cuento todo el poema?, porque, con la pena, tendría que citar, en el caso de Ballagas mucho verso desafortunado, flojón, ¿es justo que se diga que es uno fragmentario por quedarse con esa sola verdad poética que muchas veces vale por todo lo demás? Cómo se nos olvida, críticos, que “interpretar es entrar en una conversación en la que ya se está hablando”. Lo dice Raquel Lanseros: “Porque no vive el alma entre las cosas/ sino en la acción audaz de descifrarlas,/ yo amo la luz hermana que alienta mis sentidos”.
Uno de los mayores retos para quien escribe poesía es superar su egoísmo. Por eso expresa Raquel: “Es fácil de entender si sales de tu nombre”. Esta poesía que trasciende el ego busca por encima del relato verdaderamente hallar al quién. (Las sombras tienen sombra). Salir de tu nombre es como dijo León Felipe “quitarle los caireles de la rima”, lo que no equivale a escribir sin rima, como se ha mal entendido, el que quiera tómela si puede quitarle los caireles, despojarla de artificialidad, como a cualquier recurso de sonorización del poema que resulte artificial o buscado, sobrevenido, acaecido únicamente cuando el fondo es inferior a la forma; entonces se hace más servicio al autor reconociendo que el poema vale por determinada revelación o especial sentido acumulado en la brevedad que lo cobija en una parte del mismo, en un sub conjunto que “paga” el pasaje de todo lo demás; aunque para eso, el que necesita salir de su nombre es el crítico.El quehacer de la poeta identifica el poema como un conjunto, un conjunto iluminado de palabras donde la luz está bien repartida, y se pierde luz y no se gana, con quedarse en la cita de un verso o dos. En realidad son pocos los poemas así, en la historia de la literatura comparativamente a lo que ha llegado a nuestros días. Las más de las veces la interpretación correcta es hacer de la poesía algo “citable”, como en el ejemplo de Ballagas, algo memorable en la repetición de un verso o una estrofa exactamente igual que se repite una frase célebre. Es decir, salvarla. Perdonarle la vida, la verdad. No son tantos los poemas en que vale la pena implicarse en el conjunto, porque generalmente no hay conjunto: entendido como una verdadera colección de unidades reconocibles con la consiguiente solución de continuidad que es factor de unidad de principio a fin, de manera que no se comprende el principio del poema sin citar el fin, ni un verso puede ser sacado de en medio sin traicionar al conjunto, pero, reitero, se cuentan casi por así decir, con los dedos de la mano, y los poemas de Raquel apuntan a este orden. Esto hará de ella, si sigue por este rumbo, una autora inseparable del futuro de la poesía. Inútil aislar belleza para exponerla como muestreo aleatorio: “Quiero guardar el hoy como se guarda/ un templo piedra a piedra”, pues esto mismo quedaría inconcluso sin llegar al final del poema “Hacia la luz” que redime: “Cuando te encuentre morirá la muerte”. Lo mismo vale para “El poeta se apea de tu mirada”, que hurga por la belleza hasta concluir: “En medio del andén, detenida en el tiempo,/ una mujer aprende que marcharse/ es una nueva forma de seguir estando/ siempre en algún lugar”. En los meandros de la interpretación, hay que hacer propio lo que era ajeno. De ahí la soledad del clarividente que en su plegaria admite: “No me sirven las cosas. Todas me son ajenas”.
El color verde es quien cuenta la historia en “Villancico Remoto”: “Hubo un tiempo en que el musgo estuvo entre mis manos./ Acercaos… El verde intenso es siempre guardián de la alegría”.
Ricoeur en La metáfora viva, explica que la poesía trae aparejada una “concepción tensional”. En “La mosca”, “esa mosca que apenas vivió ayer ni alcanzará el otoño,/ cuya sombra es fugaz y su predio el ahora… esa mosca soy yo/ y mi mano es el tiempo”, hay tensión entre identidad y diferencia que se desdobla. A quien la ha amado dice la poeta: “me convertiste en un cuerpo más sabio”, a todo el que ama y a todo el que es amado aplica el poema: “Acción de gracias entre tus brazos”: “Dichoso es el instante y dichosos nosotros/ cada vez que el empeño/ nos desemboca en una única carne/ y esta liturgia inmanente revela/ un hilo redentor, la oración de la vida./ Toda la estirpe cruza nuestro lecho”. En cambio, así es como se fija en el despecho amoroso el adiós en dos cuerpos: “quédate con la vuelta,/ yo soy la cifra impar”.
Lo único difícil de este libro es el nombre. Es fruto de un encanto o seducción de algo que alguien ha dicho a la autora, ha murmurado a su oído, en prenda de que “en este suceder de estructuras sencillas/ lo existente se iguala con lo representado”. Alguien equiparable al poeta en general, pero sin duda alguien muy particular debió inspirarle: “Todo el horror que existe cabe en unos ojos”… o para quien “la piel es una patria con las dudas resueltas,/ la única tierra firme de los supervivientes.” Alguien fundido en ella misma, ponderando los pros y los contras de estar aquí, con la modestia de saberlo todo porque dice: “Nadie te consultó sobre el principio./ Nada habrás de decir sobre el final”. Alguien que antes de estar tan metido en esos ojos abandonados como papá y mamá en su comparecencia ante el ocaso. y por quien ella inquiere condescendiente: “¿Existe la verdad de los relojes?”, le dictó desde un sueño el Diario del destello, le contó que envejecemos, sí; “la luz es un oficio fugitivo”, pero a pesar de todo hay que citar el “Himno a la claridad”: “Que nada nos detenga. La llamada/ del infinito debe obedecerse./ Soberana inquietud que nos animas,/ enséñanos a merecer el néctar/ de estos días que nos tocan. Muéstranos/ un modo de luchar contra el vacío… Que la fe en la alegría posible no abandone/ ni la razón despierta ni el recuerdo”. La vocación de los humanos es clara: “Abrazad el destello arcilloso de la tierra/ que es nuestro hogar común, el verdadero”. Así la voz poética proclama: “Yo soy mi propio riesgo… ante el placer de respirar me postro”. Y ante esto, sabedores que no hay verdad más profunda que la vida, ya podemos entender el por qué las espinas por grandes que parezcan se han vuelto pequeñas: han vuelto propio lo que era ajeno, “si me hiere una espina –diría Nervo- me aparto de la espina pero no la aborrezco”, toda espina hace renunciar, la renuncia es un momento fundamental de la apropiación, por ella se toma posesión del ser aquí, del estar aquí, pero también del texto y su poder revelador con que el ego despoja al sí del sí. El secreto del texto está cumplido. El texto da al lector un nuevo modo de ser desde el texto mismo, nuevas capacidades para conocerse a sí mismo. Todo avance es metamorfosis. Las espinas, espinas son como los sueños, sueños son. Y el mayor bien es pequeño. Ahí está el origen de aquella voz que la poeta escuchara atrayéndole en vida el impulso calderoniano, de La Vida es Sueño, también la espina es parte del sueño. Luego toda espina, por grande que parezca, es pequeña, es parte del sueño. “Las pequeñas espinas, son pequeñas”. ¡Pero Raquel es grande!