Maricruz Patiño, Árati, Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2009, Miembros del Jurado Dolores Castro, Raquel Huerta Nava y Leticia Luna, Dirección de Cultura de Tampico, Editor Miguel Ángel Porrúa, 2013. Reseña de Carlos Santibáñez Andonegui, 4/5/14.
Árati es un canto a la vida. Entabla su conversación de matices con variedad de formas que tienen que ver con el agua. Maricruz Patiño ganadora con este libro en 2009 del Premio Nacional Efraín Huerta, ejercita su oído para adentrarse en suaves rumores, remembranzas, ecos, que conducen el ser por caminos de viaje y resolución que sólo pueden provenir del agua, asemejarse a ella, imitar sus formas y descubrir una complicidad en su filtrarse discreto o en su andar presuroso.
La casa es la de todos los días. Es la misma que emerge del abismo pero la amamos porque en ella:
“el hombre duerme
Goza su ración de amor”.
Lo principal es habitarla, como lo expresa el nombre de la postrer sección, “Habitar la casa”, con un epígrafe de Bachelard que en la Poética del espacio recomienda:
“Los espacios donde hemos sufrido la soledad o gozado de ella, donde hemos deseado y hemos comprometido, son en nosotros imborrables”.
La primera parte llamada “Recapitulación del mar”, demuestra la riqueza ya presente en Gastón Bachelard: “El agua acoge todas las imágenes de la pureza”. Es poesía que transcurre en calidad de brillos que espejean.
Como en modalidad de preludio a la siesta, un rumor detiene el ruido de las olas para facilitar este diálogo amable de sólido a líquido: “el vuelo de las aves se pliega en la enramada/ las aguas vierten su verde sangre en el color del mar/ cuidan el misterio del paisaje”.
La segunda parte, “Cantar de Amor”, enmarcada por un epígrafe de Rilke: “Cantar de veras, ¡ah! es otro aliento,/ Un soplo en torno a nada. Un vuelo en Dios. Un viento”. Es el misterio cuántico en que por una causalidad, o azar, o milagro, o todo junto, nuestra conciencia ve llenarse el vacío, y colmarse de pronto en la sorpresa o la novedad: en el tejido de la noche es cuando el ser se deja acariciar, el momento más negro se transforma en estrella: “como un rezo/ como un canto/ llega ascendiendo tu lleno/ a mi vacío”.
Bien como lo que llega en el ensueño “donde los dobles se persiguen”, pero la luz emprende su camino de vuelta y el lenguaje se le adhiere, no para salvarse sino para esconderse con ella: “toda palabra se pierde/ en el amanecer”.
La naturaleza está en todo, es una con el pensamiento: en medio de esta atmósfera incluyente la poeta repone: “como pensamientos ágiles pasan los cangrejos”.
Hay mucho que aprender, en esta constante fabricación de atmósfera insinuante, tersa, que Maricruz apura al final como si se tratara sólo de devolverle una herencia a Octavio Paz, cerrando el libro con un pensamiento que invoca: “…por último maestro Octavio:/ la mirada también es una casa”, pero el maestro de su fanopea, por más que ella lo añore, no es un solo poeta, que brinda forma a lo que en ocasiones ya ha sido dicho antes que él, ni siquiera es un paisaje físico sino un paisaje humano donde la luz y el agua son la realidad y el deseo, aquí tasadas como la realidad y el lenguaje; es así que en un momento dado juega con la luna y la convierte en verbo:
“Lunan los hilos de tu piel… lunan los verdes vidrios de tus ojos… lunan tus dedos que velan el sueño…luna el paisaje… lunas tú”. Tiene la razón poética, como una enorme micro ficción de la luna le damos la razón: “inútil es esconderse de la luna”.
Desde este escenario el alma da su anuencia al Sí de la existencia, aunque hay, no podría dejar de haberlo, un azul temblor, porque se trata de un Sí en que la primavera es un puerto donde el albatros pica su presa, no tiene remedio, los cuerpos se aproximan a otros cuerpos hasta la desesperación pero el vacío no solamente nos llama, sino también nos ama: “siempre el vacío llamándome/ y amando”, escenario de juegos y colores donde de nuevo “el Mar es Plata”, que puede aproximarse como la dirección, el domicilio del ser humano, de ahí que la poeta establezca: “la casa es un deseo que se acrecienta”.
No existe propiamente un tracto paulatino que conduzca en el libro, hacia la redondez del clímax, sino se van dejando huellas, acuses de recibo de ciertas compañías por ejemplo Jorge Cuesta, Pintado, Rilke, los delirios de la mente loca (Díaz Mirón) pero a su propio tiempo, y medida, en la tercera sección “Canto de la Vida a la Muerte”, la poeta llega al centro en el que traza la línea que falta de escribir al orientalismo hindú, no así al hebreo, y alienta: “Aprendo el deseo de la muerte al vivir”.
A partir de ahí, “todo amor es pasión/ todo silencio ausencia/ pero en cada vacío hay un lleno/ y en todas las pasiones el olvido”.
Ya podemos entonces someternos a todos los designios. Somos parte de un plan, estamos dentro del mismo, la conciencia se nos vuelve cómplice, el corazón desea salir del pecho: “Este latido está a punto/ de saltar en pedazos”.
Solamente el otoño sabe brillar con esta malicia en los ojos de los peces, sólo el otoño es dueño absoluto de las cosas que siempre se recuerdan. Un paso más y el frío lo aturdiría todo. Pero el ser defiende sus preseas en el atardecer de la memoria, por eso el nombre de la cuarta sección es justamente: “Apuntes de la memoria”, y es el mejor lugar para sentirse en España, España en el corazón. Los poemas llueven escritos equilibradamente a partir de Barcelona, Granada, y el sutil entrever de una mezquita evoca la parte árabe de la antiquísima dominación dormida…
A instancias de esta vocación otoñal, la presencia poética se deja ver, se acumula: “Mi espíritu despierta con la puesta de sol”.
Algo que las palabras difícilmente pueden hacer, es amar a viva voz lo que dejamos… Lo más que pueden hacer, es celebrarlo, y esto es ya memorable, equivale a venir oyendo discurrir “el fagot de las burbujas que anida entre las rocas”. Después de todo el cielo nos arropa, como un manto ancestral, nos determina a casa, nos incluye acaso en su mentira, en su capa extendida que es tan solo una palpitación de estrellas que se pierde en la noche…
A su amparo sabemos que vivir es solamente probar el encendido placer de la substancia…
La clave de este desarrollo es el lenguaje, no el tiempo, ni siquiera el espacio sino el amor, que vuelve y llega siempre, en el relato de dos que se aman: que con su paso cubren muchas rutas y encienden nuevas fuentes. Dos que cuentan su historia a la naturaleza, “el alma que ambos forman va de sí a sí misma”, y que después de atravesar su espejo y ser uno en lo múltiple, en un sublime canto de alegría, han compuesto algo más, y lo han dejado escrito para deleite de otros, “pues cuando dos se aman/ escriben un poema en el cielo”.