Lo prodigioso existe
Fragmento de Navidad, viene de Natividad: Nacimiento
por Carlos Santibáñez Andonegui
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Lo prodigioso existe
Lo prodigioso existe. Vayan con tiento. Esta noche les transmito una escena que por sencilla hace un par de años no investigué. Una tibia mañana de verano ahí por Lindavista y Misterios estaba yo por salir de mi ciudad a Taxquillo con una amiga, rumbo a una conferencia; ella sabe quién es, y de qué trato. Como esperábamos a alguien más, y era temprano yo me metí a la casa de Juan Diego. Sí me pareció rara la entrada, porque la gente se veía como detenida un poco, pero sonriente y fresca. Me senté a rezar a la izquierda en una capilla.
Un fraile llegó sorprendido atrás de mí y me preguntó con toda seriedad por dónde había entrado.
-Pues por la puerta, ¿por dónde ha de ser?, -dije, señalando al portón que debía estar atrás afuera de la capilla, ahora a mi derecha.
Su actitud me puso sobre aviso que pudiera ocurrirme algo no grato pues al voltear noté el ambiente de encerrado que ahí había y al levantarme por instinto percibí que los dos teníamos miedo.
-La puerta está cerrada, hermano, precisamente ahora la voy a abrir y me encontré a usted aquí.
-Entré por esa puerta, le digo. Había una señora ahí vendiendo tamales.
-No hermano, soy yo quien cuida estos lugares. Por esta puerta no pudo haber entrado nadie porque yo la abro por dentro y apenas voy a abrir.
Todo esto sucedió rápidamente y por fortuna él abría ya el portón, quitando la tranca tan rápido como lo permitía la tensión que a fin de cuentas embargaba a los dos.
-Pudo haber entrado por otro lado, pero no creo porque se necesitaba recorrer mucho para llegar acá.
Conforme la puerta se abría, los dos sentimos algo de alivio. Fue cuando dijo: ¿Quiere que le enseñe toda la casa?, como buscando que me regresara. Pero era tarde.
-No tengo tiempo hermano, me esperan.
-Está bien, pero entonces prometa usted que va a regresar. Lo que acaba de ocurrirle aquí es algo muy raro, piense que a nadie le importa más que a usted. A usted y a mí. Prométame que regresará.
Abrió la puerta. La señora de los tamales estaba ahí y los niños jugando afuera como los había observado al entrar, había más movimiento ahora aunque menos fresco, más cómodo de vivir, sí, más inmediato pero en el fondo más deteriorado.
Todo fue tan rápido y normal que ni siquiera le conté a mi amiga que esperaba en el coche, quien de suyo es muy discreta. Se lo cuento a ustedes para que vayan con calma antes de negar lo sobrenatural, porque existe. Lo niegan y pregunto ¿han visto la rejilla negra que hay en la capilla El Pocito? misma que al asomarse un poco dentro de ella se sabe que por debajo corre un río subterráneo, o corría, tal vez ya esté seco pero lo dudo. ¿Y me dicen que no han estado ahí que ni siquiera han preguntado si alguien oyó cuando pasaba el río? Ni han estado pisando en la maleza esos rincones en donde los letreros dicen que ahí de veras sí se apareció, no en los altares. ¿Tan apegados son a los nombres que no advierten el culto en esos parajes a nuestra antigua madre Tonantzin, la Coatlícue y viven en el rencor de lo que el español destruyó, sin detenerse a contemplar con fuerza ese paisaje lunar? Claro que hay misterio ahí, no le hagan al cuento. Tanto o más que en la hermosa catedral de Chartres, a una hora de París, a la que se ha llamado “canto a la Navidad labrado en piedra”, y en la que alguna vez en un incendio, vieron salir ilesos 3 sacerdotes con aquel relicario en el que se guardaba el velo de la Virgen.