POESÍA Y FORMAS NO MENOS TRADICIONALES DE LA SEXUALIDAD
Óscar David López, Roma, Fondo Editorial Tierra Adentro 391, diseño de portada Antonieta Cruz, ilustración de Portada: Daniel Garza, CONACULTA, Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, 2009. Reseña por Carlos Santibáñez Andonegui, 5 de octubre de 2014.
Es válido en poesía (ni falta hace decirlo) invocar formas sexuales no tradicionales, que a querer o no vienen siendo no menos tradicionales, mas cuyo compromiso en reconocerlas se debería dar a partir de la noción de “buena noticia” o buena fe, la novedad sería la apertura que tiene que ver con perder un miedo absurdo o repulsión anteriormente generalizado hacia ellas. Lo gay, lo “lesbi”, lo “bi”, lo transgénero, lo travesti, han ido dejando hace décadas de ser tratadas como actitudes enfermas o perversas, pero hay que decir que aún no es así en todos los países. Gran cantidad de ellos sigue satanizándolas, con cárcel, lapidación o muerte. Por ello es importante recibir las preferencias sexuales sin culpabilidad, esto se da en las sociedades avanzadas cuando se tiene hacia ellas la buena fe con la que se recibe una buena noticia, se esté o no de acuerdo con llevarla a práctica. He ahí el mejor recurso de la sociedad contra quienes abusan de ellas, (maltratando por ejemplo a hombres pasivos con la crueldad de robarlos o matarlos a fin de depurar la especie) y el ejemplo hacia su amplia dignificación tiene que ver con la sinceridad con que la sociedad sea capaz de recibirlas, la sociedad, digo la sociedad, porque la literatura las tiene aceptadas desde siempre: En esto hay que ser claros, sin evadir el tema por más que se pretenda rellenarlo en reseñas que abordan el tema con una bien aderezada “sopa” teórica importada de cualquier región del mundo o apellido extranjero, cuando aquí en nuestro México, las conductas sexuales no tradicionales pero honestas están autorizadas en el sensato art. 1º. Constitucional. Tan fácil como abrir tu Constitución y empezar a leerla. Lógicamente, no todas las conductas sexuales y no cualquiera de ellas. Decir preferencias no será nunca, jamás, decir pederastia, cuando se entiende por ello involucrar a un niño o niña en conductas sexuales que no competen a la infancia, a su desarrollo físico o moral hasta llegar a la pubertad o adolescencia, hasta que Dios o la naturaleza actúen como el “padrino del último juguete”. Antes, no. Ni siquiera el descubrimiento de Freüd que escandalizó al Congreso de Viena de que los niños tenían sexo, fue en el sentido de desbaratar el respeto debido a la infancia. Esto se rechaza desde el fondo de la condición humana. Por eso se coincide en las legislaciones en que la pederastia así entendida es un delito de lesa humanidad. Igual que el bestialismo (abuso o tortura de animales) o cualquier conducta que involucre sevicia o crueldad moral de trato hacia el otro. Vamos, cualquier cosa que desagrade al otro. El mejor y casi único requisito legal y psicológico para que una conducta sexual sea válida, es que la acepten dos, los dos que incurren en ella, sin que se sienta mermado o disminuido, ¡y muchos menos violado!, o violentado, alguno de ellos. En sexo es como en coraje: el “tango” se baila entre dos.
Por obsequio de un alumno recibí el poemario: Roma, de Oscar David López. Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2009. Aunque lo recibí hace tiempo, no lo comenté hasta que estuve seguro de lo que me parecía propio decir de él. En ocasiones los maestros nos retrasamos en valorar o apreciar, muchachos, a lo mejor somos lentos pero eso no debe ser óbice para que se nos saque de la jugada. Una clase seria no es un conjunto de chistes, sino un aprendizaje real de las cosas que merecen ser aprendidas en esta existencia. El libro Roma, nos ofrece una inteligente, lúcida escritura de un ejercicio que pocas veces se realiza con maestría, y es como un travestismo literario y poético. No hay mucho de esta especie porque conjuga, a lo infrecuente, lo inteligente: “Los cabellos/ están a mi nombre…”
No cabe duda que el poeta tiene signos, asideros que atrapan más allá del lenguaje, “adonde sólo el ritmo de los luceros llora”, (lo decía así el coloso de “Muerte Sin Fin”) y es observable en la práctica cuando el dolor o la ira, nos hacen olvidar la palabra exacta en un lapsus mortal que como “calma chicha”, pone el acento en la parte más fuerte del ojo del huracán: “los perfumes no son/ más que espesuras del que se fugó,/ faltas perdidas/ en medio de la traducción”. ¿Con qué nombre nombrar entonces, las cosas soberanamente pobres de la cotidianidad?
Un recurso certero, y lo utiliza el autor que hoy nos ocupa, es lo solemne. La elección que él hace es lo solemne al estilo ceremonioso de Roma, ni más ni menos, la Roma que ha albergado a la Iglesia Católica por unos (¿me equivoco?) más o menos 1,800 años, trayéndose las cosas de Jerusalén y dejando allá una orden franciscana de custodios que cuidan los lugares. La Roma en cuyas catacumbas, vaya si sigue habiendo misterio, como una modesta última cena no dada a conocer cabalmente y que podría abonar al misterio de Leonardo en su por qué se negó a pintarles el Cristo que ellos querían en el cuadro donde la imagen del Cristo la rellenó un pelele por más que se pretenda disimular el gesto. La Roma, por desgracia más cerca de Sicilia que de Jerusalém.
La Roma que brilla sobre todo de noche al dejar encendidas las estatuas. Recurso certero del poeta es entonces fijar su mirada en las estatuas y guerreros que de noche parece que se ciernen, impuros, al clan de los mortales, donde todo pasó. Donde la vida se estremeció.
¿Quién les reprochará entonces esa daga, esa furia, esa vergüenza en fin de galo moribundo que se atreve a decir qué lo raptaba, como dice el amante en el poemario a las generaciones prendidas venideras: “No me tomes por naturaleza muerta”, en una forma totalmente distinta a la que se contiene modernamente por ejemplo en la parte satírica no en la profunda de un Salvador Novo; el fuego en Roma no es risa, ni cinismo, es piedad alejada del insulto en busca de una auténtica homosexualidad no burlona, fuego del que acaso queda ahora “sólo el polvo/ sobre polvo”, y eso es lo que recoge en este libro el poeta Oscar David López. Oye para nosotros lo que dice la estatua, qué le movía, en qué furor estaba su aflicción, qué aura, qué pasión, qué decepción apresuraba su incendio, y en qué pliegue del caos hallaron sepultura.
Otro asidero poético es el lenguaje arcaico, que se maneja aquí con dominio aceptable, no siempre inapelable, del latín, especialmente el hipérbaton que nos aporta raros beneficios de nostalgia en poner el verbo al final. ¡Vaya si lo sabía esto Góngora, hace ya casi medio milenio!, y por esto escribí yo en un verso cuando tenía la edad de Oscar David, parodiando una típica tonada del rock: “¡Góngora le dicen y con mucha razón!”
Su técnica es modificar lo cotidiano ahí donde se impone la verdad de que el hombre se define como una modificación. Modificar lo cotidiano incluso lo que generalmente y con mayor razón llamamos ordinario, mediante el apuntado arriba recurso del hipérbaton para igualar efectos en significado con aquel modo de expresarse en otro tiempo, darle estrategia de tratamiento, en colocar el verbo al final o remitir al enclítico, a fin de suscitar efectos especiales. Ahora: ¿qué posibilidades lleva de ganar ese juego en la posteridad, qué posibilidades reales de salvarnos como poetas tenemos cuando encomendamos a dichos efectos disimuladores o enmascarables, situaciones respecto de las cuales se dice; oye, no te pongas folclórico, o se pregunta ¿por qué te das a conocer?, tendrás el premio inmediato, el aplauso al minuto, pero al final del día, la gente, el pueblo, nuestro juez, ¿osará comprenderte? O esta es otra manera de fugarte, a falta de algo que también reclama para sí la poesía ¡oh sorpresa!, no sólo la novela o la prosa: claridad.
Por ejemplo, en “Suerte”, es una persona a la que le roban el celular. No le demos vueltas. Le robaron el cel, es todo, algo sin lo que la juventud no puede vivir; el codiciado y nunca bien ponderado “iPod”, que permite por ejemplo a mexicanos interactuar con los californianos en la venta de algo que si no fuera por valor agregado debería ser gratis. Del poema podemos decir, a este señor le robaron el cel y se dirige a una delegación de policía a formular su denuncia. Qué bueno. Lo que debemos hacer ante actitudes de abuso de hombres respecto a conductas sexuales no tradicionales, no es ocultarlas, ni disimularlas en risitas pícaras, que afianzan más el índice que la sociedad levanta al juzgar. A veces el poeta en su estrategia nos acerca al absurdo sin remedio, como al usar la palabra hematomas sin formarle un buen puente junto a la palabra pasión, juego de palabras que tanto prometía, o cuando alude a “tu cuenta de cinco en cinco”, porque lo mismo podría decir de quince en quince o de diez en diez. Pero expurgados estos disturbios que son pocos, el poemario acierta con mucho en la reconstrucción de las variadas posibilidades amorosas y alcanza universalidad, vigila su cuadro con ardientes puntos de fuga calcinados en la gloria de Roma, donde fracaso y triunfo, agonía y éxtasis se entreveran para impregnarlo todo.
Así cuando descubre que hay dos formas de existir en Roma: la poética que está fuera del guerrero y el guerrero que se vuelve poeta. Entre ellas suele haber como un pacto en que uno dice al otro: “No sé cuántos tú/ tienes”, suele haber algo blando quizás como un “un pasaje umbilical, una voluntad involuntaria que (era) mi delicia,/ un hoyuelo al centro/ impresión anímica de mi furia centrífuga”. Y así es al fin el despertar entre estatuas: sobrecoge y atrapa igual que el despertar de todos los amantes: “despertar rodeados,/ uno absoluto/ del otro”.
Las palabras contienen un embrujo, esto es lo que se premia en Oscar David López (Nuevo León, 1982) novela: Nostalgia del lodo, libros de poesía Gangbang y Perro semihundido. Las palabras se trenzan y son hebras que van por el dorado hilo de la imaginación, en 2005 recibió el Prix de la Jeune Literature Latino-americaine. Tuvo la beca Maison des Ecrivains Etrangers et des Traducteurs de Saint Nazaire, en Francia y la del FONCA para Jóvenes creadores en México. En la p. 19 tu libro dice: “Nosotros, que no/ seguimos esta realidad”. Debe decir: “A nosotros”, ese complemento indirecto no se puede romper por licencia poética. Llegas a un grado de abstracción considerable en tu poesía, quieres hallar “los nombres del amante al amar” pero por más que avanzas a una expresión autónoma, hay que notar que al fondo sigue estando el relato respecto al cual la poesía juega el papel principal de desenmascarador de ti mismo. Desde ahí asistes a la duda de Rómulo que se pregunta “¿en verdad gocé?”. Y que lo volvería a hacer más veces: “para que al acostarme en su delirio yo siga/ confiando que él más inaprehensible/ que su nombre y mi acceso/ de muerte”. Paris se descifra en su nombre y desde ahí desnuda lo que somos: “Mi nombre/ hace algunas noches era principio/ de sabor y subasta, ahora/ se volverá andén/ para los ángeles…” Mencionas el destino final de la aventura de amar: ha dejado de ser ganar-ganar. “El amante sufre una emboscada; comprueba su suerte. Luego, cae preso; padece el desamor junto a otros reos. Por último, vuelto guerrero olvida la dirección y el solar”. El poema debe entonces asirse a través de la nostalgia de lo vivido en el amor, pero que al recordar se percibe ya de otro modo: “la tristeza diluida era el fuego invocándome/ delante del invierno… toda dulce palabra recordada, en mis manos”.
En tu forma de hacer poesía, juegas con la función igualadora, uniformante que la palabra juega, como cuando don Carlos Pellicer decía “Todo será posible menos llamarse Carlos”. Así tratas tú también a las palabras. Estás ahí sumergido como un flash desde el fondo del agua que por momentos las hace ser lo que son: piedras. Desde ahí nombras la envidiable entrega del amante: “sonrisa de ingle, flexión de halago, obturador, disco abierto para atraparte”. Piedras calientes que al apagarse invocarán las llamas, donde hubo fuego ceniza queda. Así acontece al recordar: “quedaste como el sol: horizontal/ sobre la almohada”. A partir de este total erotismo que tienes de quitarle a las palabras su falsa reputación, las dices o no las dices, las tienes o no las tienes, pero son todas tuyas.