QUIÉNES SON LOS EXTRAÑOS EN EL AMOR
Carlos Cárdenas, Los Extraños, Poesía, Eterno Femenino Ediciones, lalunaesbella@hotmail.com, libro hecho a mano, Ejemplar 72, México, 2011, reseña por Carlos Santibáñez Andonegui (21/09/14)
¿Existe alguna fórmula para saber qué es lo poético? En realidad sí. A despecho de los disfrazados de románticos que, bajo el sesgo de huir de toda definición, lo que buscan es un nuevo modo de extender el desorden. Para fumigarlos hay que establecer que sí se puede saber qué es lo poético, y que saberlo, no equivale a producirlo. Ahí es donde les duele.
La otra pregunta es: ¿A quién le importa? Posiblemente a los editores, para saber si en un tiempo dado, transcurrido el fenómeno de la recepción (que tratándose de poesía no está muy claro opere al ritmo de internet sino todavía en forma más lenta) van a ganar dinero o no con ese texto. A la mayoría tampoco les importa porque deciden, para obviarse problemas, compartir con el poeta sus cuitas y repartirse gastos, o no lo editan y punto. Todo esto fomenta el desorden en poesía, y si nos dejamos, puede hacer que el sistema encuentre otra vez el marco propicio para entronizar cualquier clase de bodrios que satisfagan el ridículo, torpe mecanismo de corresponderse favores políticos con premios o publicaciones de libros.
Por eso es importante un esfuerzo como el de Eterno Femenino Ediciones. El sentido de un libro hecho a mano es la poesía. Re crearla, es crearla. Decía Alfonso Reyes acerca del poeta verdadero, que el magisterio de arte de los grandes poetas se posee cuando se deja “caer la herramienta”. Sólo quien haya dejado caer la herramienta, alcanzará la verdadera elegancia en la poesía. Se llega a ser Oficial de su oficio dejando caer la herramienta y forjando los versos con las manos, como el que –seguro de su elegancia- se atreve a comer un día con los dedos. (Reyes, prfr., prólogo a la Antología de Amado Nervo, Pensamiento de América 15, xviii). Felicidades por ello, Noemí Luna García.
La lectura de Carlos Cárdenas como poeta era algo que yo quería hacer desde una vez que recibí la llamada de una mujer que decidida, resuelta, me lo recomendó pero además me advirtió: “Si no lo lees, no tienes madre, eres un cobarde”.
Me intrigó tanto la forma de recomendar de esta chica, que me lancé a buscar a Carlos Cárdenas por todas las librerías, y lo encontré aquí, en la red. De modo que me fui preparando paulatinamente al encuentro que representaría su poesía. En efecto, gracias a Eterno Femenino Ediciones recibí Los extraños, y pude confirmar con gusto lo que decía esta chica. ¡Claro que no en todos los versos, ese es otro dislate! El desatino de suponer que la poesía es algo tan común que va a estarse dando parejo y a gusto de todos verso por verso. Los que llevamos un tiempo en esto sabemos que no es así, a los flojos decimos léanse la Biblia: “Buscad y hallaréis”; hay que caminar para admirar algo que valga la pena. A los flojos les recordamos (no digo se las recordamos esa es otra cosa) que hay que perder para encontrar. Pero el poema “Te encuentro…” en p. 29 no debe dar lugar a dudas. Lo encuentra.
Digo que la solución de continuidad es lo mejor que puede tener un poema como tal. Para mí es un categorema, ríanse de ello; digo categorema como decir asidero de donde tomarse para juzgar un poema, referente, ¿qué les gusta?, ¿tópico?, ¿criterio de diferenciación?, ¿parámetro?, entonces ya se va calmando su risa, ¿no? Hay en la poesía sistemas de permanencia. ¿Qué le hemos de hacer? Tal vez podamos decir: la fórmula. Pues bien, la solución de continuidad es una de esas fórmulas, aquella que se surte a cabalidad cuando, al final de leer un poema, se siente que era importante leerlo todo, al punto de caer en desperdicio si se citaba sólo una parte, porque hacerlo sería ahora sí fragmentar, citar fragmentariamente. Todo gran poema la tiene, pero a veces, es tal el mérito de éste o aquel fragmento, que vale por el poema entero, o vale más que el resultado final, y tampoco se tiene que ser tan “obediente” como unos quieren, de juzgar el poema así como el autor cree que debe ponerlo, como si fuera infalible, ¿saben por qué no?, porque la gente que debería ser la maestra de los críticos, y es la que a fin de cuentas, pone o quita alguien arriba o debajo del gusto poético, y se impone, así lo hace. No es tan obediente para sentirse culpable por no sujetarse a la totalidad, de creer que citar lo que vale la pena más allá del capricho de un autor, es atentar contra la fidelidad crítica. Tal fidelidad es un mito: la gente ha puesto arriba o abajo los poemas por tales o cuales partes que valen la pena de los mismos; no entenderlo, es el miedo que disfraza la ignorancia, nada más. En el momento en que se alcanza el nivel poético, lo que menos importa son los caprichos del autor, si le quiso poner “nube”, o “rosa” o lo que sea, a su texto. Sin esa posibilidad, no habría crítica. No existiría la crítica poética. Hay cosas que no existen en la verdadera crítica, son patrañas que se nos enseñaron como la de no subrayar nunca los libros porque se afean. La solución de continuidad: el reconocimiento “de salida” que da el espectáculo de la totalidad, la congruencia causa efecto, alfa-omega con el plan general de la obra, debe buscarse en dos tipos de poemas: los muy buenos, o los muy malos, para ver si se salvan. Lo que muchos ignoran, la gente no lo ignora. Por eso la perspectiva histórica no falla, porque la gente lo sabe a priori, y comprará ese libro, difundirá a ese autor. De esos es Carlos Cárdenas. Dice Noé Jitrik: (“Continuo poético de Alfonso Reyes”, El balcón barroco, México, 1986, p.182) “En el todo ya cumplido y sancionado por el poeta mismo, se puede advertir el sentido de sus continuos y, por añadidura, el sentido que ese continuo está procurando erigir”. La búsqueda de Carlos Cárdenas por un amor verdadero, que cierra como consumación de un leitmotiv el presente poemario, sigue y seguirá su viaje, atraviesa por el relato poético del insomnio, duda en comprar el sello existencialista en “La vida no es más que un suicidio mal ejecutado”, pero compra lo mórbido en “Vivir sin ti me da jaqueca/ me deja nostalgia en la bragueta”, demuestra que es poética la propiedad de asumirse a través de signos de vinculación, dado que lo que los vincula con un conjunto puede vincularse con otro conjunto. La poesía es así la verdad de aquellos ojos negros a los que se les dice: “Ten mi soledad y esa chispa de oscuridad que hay en mí”. Es la verdad a la que se le pide: “Acaricia el fuego de mis palabras”. Y la verdad está en la muerte y la muerte “es dejar de preguntarse qué es el viento y sólo serlo”.
Ahora iré al fondo, con su permiso y ahí sí, admito todo tipo de quejas, porque en el fondo siempre se improvisa y está lo imponderable. Para mí, el gran tema de este poeta es el amor. El amor como celebración misma que añade valor a lo amado a partir de lo enunciado: “Celebro la noche de pasión en que fuiste concebida,/ brindo por tu suculenta boca/ guarida de mis más bajos deseos”. Y el amor invita siempre a arriesgarse. Voy a hacerlo. El amor celebrado en el poema “Celebrando tu existencia”, es un punto y aparte de la poesía joven de México. Amar es distanciarse del resto del mundo. Toda pasión asume esa distancia y la hace suya. Es el “precio de la fama”. Es el precio que, en mi opinión, (desde el punto de vista del fondo o significado puro de tu libro, Carlos) pagan los otros, cuando aman. Los extraños. He ahí la razón de tu título. Por eso en el prólogo se nos advierte en contra de la pasión, que en su sentido más fino del que se duele el postmodernismo, será también “pasión por el presente”, contra la cual el poeta busca un antídoto: “siempre amen con alguien, nunca amen a alguien, para que el día que llegue ‘ese’ momento en vez de que les rompan el corazón, te lo entreguen en las manos más rojo y fuerte de lo que era”. Hay algo de secreto hegeliano en esta conseja. Si vivimos, si pensamos, es sólo para sacar el jugo de este fruto de coco que heredamos, la leche de coco es lo que vale por sí misma, independientemente de los dientes que la succionan o el fruto en sí: ¿notan a Hegel? “…toma mi cielo,/ toma mis mares,/ mi tierra,/ nuestro mundo ya no alcanza para los dos,/ desaparece todo rastro de nosotros,/ desaparece,/ seguiré en pie…” Ahora noten al suizo Denis de Rougemont (de El amor y Occidente): en una relación pasional, importa más la pasión que el Otro. Ese que, aunque parece el enamorado, en realidad es otra persona, y no la que cree ser, sino la persona mítica para el enamorado mítico que cree poseerlo todo bajo la clave de su pasión y en realidad todo lo destruye. Por eso en el brindis definitivo el poeta propone “me entregaste bellos poemas de amor/ que no son para los demás/ son sólo nuestros”. En un término medio de equilibrio que se quiere dorado, el “Olvidador” olvida apagar la luz o cerrar la ventana,/ “olvido a las hadas y a los duendes en el cajón,/ hay días que se me olvida/ que no sé volar y me arrojo al vacío;/ olvido el camino a casa/ pero recuerdo bien cómo viajar por tu piel”.
Yo a muy poca distancia del Otoño, encomiendo esta noche ante ustedes lectores, un amor visto así, desde la perspectiva de Ciudad Satélite en que escribo mis notas, más allá de las torres, en la otredad, en la nostalgia misma de la erección que en los sesentas fuera invencible símbolo de prosperidad para los jóvenes que se hacen viejos. Carlos, tocayo, tienes tanto por delante y tanto qué decir, y gracias a la chica que te recomendó pues, como ella, yo también creo en ti.