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18.Jul.14

 
 

 

     

 

 
  Carlos Santibáñez Andonegui

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     

POESÍA ES "DEFENDER A LA EXISTENCIA EN SUS ARTERIAS"

 Carlos Santibáñez Andonegui

 

Rei Berroa, Libro de los dones y los bienes, (Poesía) Ediciones Fósforo, (Cerrada de Imagen 26) edicionesfosforo@yahoo.com.mx, coedición con la Universidad Autónoma de Nuevo León, publicaciones@uanl.mx, diseño de portada: Álvaro Reynoso, Ilustración de portada: La alegría de Cristo, de Renata Contreras Gelinas, a partir de El Pantocrátor, (Iglesia de San Clemente de Tahull, 1123). Formación: Sergio Macías, 1ª. ed., México, 2013, 5 de julio de 2014.

 

 

 

No me detendré en el epígrafe de Cioran, sobre si es más fácil renunciar al pan que a las palabras. Con o sin La tentación de existir, cuando el Padre Nuestro pide “Danos hoy nuestro Pan de cada día”, se está refiriendo tanto al pan material, como al pan espiritual. Tampoco le haré caso a Cioran al pie de la letra cuando pretende: “la alegría no es un sentimiento poético”. Sin alegría no hubiera escrito él esas palabras en su Breviario de podredumbre.

Yo a lo que voy es a la intensidad de trato con que Berroa maneja verdad y belleza, que es lo que, en esencia, constituye lo poético. Dicha intensidad aparece en este libro, una nueva y reciente publicación de Ediciones Fósforo, a través de la cual el maestro Héctor Carreto y su esposa Dana Gelinas nos están mal acostumbrando a puros éxitos, y no sabemos qué va a pasar el día que les venga en suerte sacar un poemario menos brillante. Rei Berroa, originario de Gurabo, 1949, autor de más de 30 libros de versos, antologías poéticas y estudios de crítica literaria, Doctor en Filosofía por la Universidad de Pittsburgh, y profesor de literatura en el Caribe en George Mason University, Virginia, debería asumir como su lema poético la frase que coloca en un poema relacionado al sueño, en que la noche cede para que el ojo asuma: “toda la luz que quepa en la pupila”. La poesía no se hace de engaños ni de malabares. Dice Silvia Lars (Donde llegan los pasos) que es la suave conjugación del silencio con la palabra. Sin llegar a ese extremo, el profesor Rei Berroa maneja sus cartas dentro del poema de suerte que lo vuelve un mecanismo apetecible de reproducir. Para qué darle vueltas. Proclama el poeta: “De los dones/ el primero es el nacer/ y vivir el primero de los bienes”. De ahí toma su nombre el Libro de los Dones y los Bienes. Se vive pensando que lo dado es un don y lo deseado es un bien, pero también hay bienes que pueden ser dados, como la libertad, y bienes que pueden ser deseados como la poesía. La obra de Berroa es una exhortación a tomar de lo poético aquello que no le ha sido dado. Yo empezaría por lo que le ha sido dado aunque él lo intente disimular con ironía: “Tratar de hablar siempre menos./ Querer decir más cada vez”. “Ingerir cada vez menos,/ digerir cada día más”. Cuando propone “alumbrar el día todo el día”, personalmente me lo llevo donde Petrarca escribía: “Amar espero más de día en día”.

Hay en su poesía algo del don de “mirar alrededor y sonreír/ a los que contigo abrazan este instante”, y algo del bien de “agarrar el cielo abierto con las manos”. Si la poesía enseña a morir, hay que hacerlo a unos pasos del don del desgraciado: “que te encuentre la muerte como has vivido/ siempre: abrazado a la Verdad y a la Palabra, entregado/ a la dueña de todas tus edades…/ a tu amiga, amante y compañera/ tu señora: la Poesía”. Hacerlo, porque “Todo/ es saber/ hospedar al amor”.

La poesía de un filósofo no tiene que ser diferente del resto de los mortales, pero nos da ocasión de afirmar qué es una y otra cosa. Al filósofo le es dado convencer, al poeta, gustar. Uno juega a convencer, y otro convence al jugar. Lo lúdico está por encima de lo verdadero en la medida en que esgrime una nueva verdad que se asienta en el dominio de la estética. Pero esa nueva verdad que pasa por todo, que se nutre de todo, tiene sin embargo un compromiso: decir más de lo que expresa. ¿Y se puede ser poeta o filósofo sin renunciar a ser ambas cosas? Sí, lo prueba este Libro de los dones y los bienes de Rei Berroa, a quien la experiencia enseña que “el amor debe frecuentar todos los rincones del jardín/ y devorar todas las partes”.

Es con esta pasión que se acerca a observar cómo bailan las arañas. Me recuerda el aserto de Darío: “Saluda al sol araña. No seas rencorosa”. Sólo que acá, la araña es Ariadna, la mitológica que ve venir a Teseo y quiere poseerlo, para lo cual le ofrece una espada con el signo de la muerte, y le entrega la llave del regreso, atándole la punta de un ovillo a la punta debajo del ombligo, a fin de controlar sus movimientos en el laberinto del placer. Paciente espera la araña al otro lado, hasta que al fin regresa Teseo herido, y Ariadna atrapa el cuerpo, devorándolo como una mosca en las cuerdas que había tejido y hoy le sirven de trampa. Moraleja:

“Para poder vivir/ hay que saber tejer/ y luego hay que esperar,/ esperar todos los minutos/ que requiera el visitante.”

El quehacer poético en Berroa no está exento de excesos como al afirmar “Bello es el exceso en el amor/ y en todo lo prohibido” o en el poema que para mi gusto debió titular sencillamente “Lacónica postal a una poeta”, pues cuando la ironía es excesiva, en vez de arropar, despliega una leve sombra de complicidad vengadora y hay algo que decía Juan José Arreola, el poema no tiene que ser la revancha de dos contra el mundo.

Pero un certero afán de reconstruir lo enigmático lo eleva a niveles de belleza de una categoría estética difícil de alcanzar por otros poetas, donde juega su consabido papel la instantánea hecha a mano, el misterio edificado en palabras (“Al ara del mar”), el cristal cortado de poetas predecesores como Elouard en Capital del Miedo, y el oportuno valor de la ocurrencia jamás vendida al mejor postor, sino al mejor oidor, como en la última pieza que sugiere qué hacer cuando cancelan el vuelo en medio del Atlántico.

La poesía de Berroa se hace eco de aquella colección de mentiras y verdades que uno representa o dice ser, pues detrás de cada uno existe un “individuo que respeta, que sueña con cruzar al otro lado”, y a fin de cuentas uno no es más que “la sombra diminuta de un milímetro en el tiempo”. Es a partir de ahí que sabe transformar a Manhattan en capital del miedo, que abarca por igual al martes negro que a la angustia posterior de tanta gente inocente en Bagdad.

Uno de los logros indudables de Berroa es el de hallar un plus a lo inmediato, reflejado sobre todo en el cuerpo; algo que entre nosotros consiguiera también con esplendor Raúl Renán en su poemario Viajero en sí mismo. Es así que nos dice: “Cuántas veces me he buscado en tus paredes, corazón, cuántas”, y matiza: “soñando que habitabas en la caja/ de este malhumorado pecho mío”. Dice Gaetano Longo que el poeta no deja de lado ningún vicio o virtud que tenga que ver con ese pequeño montón de carne, huesos y palabras que es la cosa humana”.

Este categorema de afianzar lo construido apuntalando las estructuras donde las han dejado otros, este saberse valer del cúmulo de voces transmitidas de unos a otros que indiscutiblemente es la poesía, autoriza y asiste a Berroa y es así que culmina aquella idea del “martillo sin dueño” al inquirir al corazón: “¿De dónde te viene la alegría que mantiene/ incesante el martillo de tu pulso/ golpeando en los portones de la vida/ una vez, otra vez y toda vez…?”

¿Realmente estaremos vivos? Leyendo esta poesía uno sospecha no haber nacido del todo, sino que los demás lo han “nacido”. Lo han convertido a uno en el hombre o la mujer a cargo, el comandante a bordo. El capitán de la nave. Le han prestado los ojos del vivir con sus asombros. Pero de cualquier modo, lo “cultivan”. Hay algo extraño en todo. Lo cultivan. Se trata de un cultivo en que uno es mutilado, rasurado en el espejo del mundo. Ahí donde entre lágrimas han puesto, “el carácter barroco del adorno”. La naturaleza misma nos cultivó. Nos dio “el ombligo riendo a carcajadas/ mientras busca una salida en remolino”. Y estas partes que tan puritanamente guardamos de la luz. Nadie habrá de escapar a esta ilusión y su poder de advertirla como el poeta “detrás de mí,/ escondida entre las ropas”, o cultivarse en música de flauta tan incomprendida y frecuente como la erección.

Referencia a Manrique en el poema en que “han ido cayendo las hojas del reloj/ y el invierno se aproxima”, intitulado El tiempo tan callando, y con toda la barba del filósofo que sabe sonreír observando al animal humano, quita la reverencia al viejo por el hecho de serlo, cuando no la merece, sino que se apoltrona en la existencia, conformista, pobre en su modo de aceptar el mundo como algo que en verdad no le atrae y sin embargo exprime en exigencia absurda. La imagen corresponde a gente así, que comparada con otra ya podría estar en un asilo, al borde de lo real y sin embargo detenta posiciones de poder y de mandar, entre lo fantasmal y la demencia. Aguda descripción del poeta: “Ese viejo pajarraco/ a quien le ha rendido bien la vida,/ eso piensa,/ eso hace”. Al mismo tenor obedece la “Décima del hombre bien pensado” y los “Aconteceres del dudante”, Soneto sin encajes dedicado al filósofo Julián Marías. Las manos son como los criados nobles “cuando pesan las sábanas de la invención y la inconsciencia”.

Resumiendo, Berroa se entrega sin reserva. Al hacerlo cumple un nuevo destino: conjurar todo acto de comercio. Ir más allá de todo aquello que se compra o se vende es como dar la mano con todo el cuerpo, ahí donde dijera Darío: “ser sincero es ser potente”. No recomendaría empezar por ahí a un joven creador. Ejercicio a fin de cuentas peligroso. Lo hacen quienes han demostrado poseer primero, sus personales rutas y claves y artificios cuyo aprendizaje constituye el verdadero precio de la fama. Ahora puede aventarse el salto mortal a la sinceridad sin red y no temer al vacío. Libro de los dones y los bienes, es la historia de un señor que ha caído al vacío sin red y muchas veces, sin miedo de caer en el centro de los años, que es caer para arriba. Filósofo al fin, en foto de un presunto Tom Jones se agacha ante la placa de un auto que alguna vez ha sido un “último modelo”. Sonríe mientras rodea aquella placa donde hay una paloma de libertad y un nombre de mujer y de un Estado que se quiere libre: Virginia, en aquel repujado negro sobre fondo blanco, donde se lee: Poesía.

Rei Berroa fue publicado recientemente por Ediciones Fósforo.  
     
 
             

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