VISTA AL FRENTE Y MARCHE HACIA LAS FLORES: ELÍAS HIENAM
Elías Hienam, Miga, Libros del Perro Negro, ilustración de portada: Ricardo Allende, librosdelperronegro@gmail.com, Santiago de Chile, mayo de 2013. Reseña por Carlos Santibáñez Andonegui, 1/03/15.
¿Quién confirió a la poesía la vocación de plasmar aquello que podríamos llamar extrañamiento de conciencia?
A esa pregunta, preferiría contestar con otra, que no la soslaya: ¿desde cuándo?, porque a alguien que me diga, eso es muy moderno, es parte de la poesía “actual”, es nuevo, yo opondría algo muy viejo: “Todo mortal es como hierba”, lo cual se oye en verdad antiguo y extraño, produce extrañamiento de conciencia y no dentro de la poética de la extrañeza del arte contemporáneo, sino de apenas hace unos dos mil quinientos años (Segundo Isaías, 40, 7).
Vemos así que la estética de la aventura, la teoría del esperpento, la sorpresa, lo insólito, ha acompañado siempre a la poesía un tanto “casualmente” si se quiere, pero lo suficiente para entender que esto se inscribe en el categorema más amplio de la revelación del sentido del mundo que es lo que realmente distingue a la poesía.
Hoy vemos este pasmo en Elías Hienam, pseudónimo de Carlos Arias, (Santiago de Chile 1983) quien ha ido generando obra en años recientes sobre todo a partir de 2008 en que dio a conocer Letra chica (Mantra, 2008), El Patio de las Perras (Libros del Perro Negro, 2010), y Miga, el poemario que nos ocupa en 2013.
Es fiel al llamado que sobre la mayoría de los escritores latinoamericanos ejercen algunos polos magnéticos, como la naturaleza, el reclamo social, el humor, lo cual, unido a su laconismo, brinda una buena carta de presentación que es también una promesa, en cuanto puede representar la voz de muchos abrazando el camino del poeta como encargado de la enunciación colectiva. Interpreta el alma de un barrio: Pomaire, con la noción de la greda, mixtura de barro moldeado en artesanales objetos.
Medita bien antes de lanzar una metáfora al aire. Conquista su atención la uva que se ha vuelto pasa antes de madurar, un desperfecto de la naturaleza en tanto le ha faltado sol. Pero también aquí, hay una invitación para entender por qué la gente rechaza la excepción que no se sabe defender. ¿Qué puede hacer la uva pasa para gustar cuando ha vuelto tal antes de madurar? Todo, menos inflar el vano capricho personal. el orgullo de quien trata de imponer su ser pasa a toda costa, que se lo traguen y lo crean los demás, tan de la mano de un proteccionismo de Estado a la orden del día, sin pensar por ejemplo, que la aceptación del mundo exterior es algo que se gana, no baja del cielo por decreto presidencial.
Hay una trampa que aprovecha el estado para ganar credibilidad; una trampa en la que todos estamos cayendo sin querer, la exageración rampante de los llamados derechos humanos, cuando ya se ostenta como: cuidado, no oses tocar a un alumno, podría demandarte; no trates mal al delincuente, merece todo el respeto del mundo, no llames discapacitado al que padece discapacidad sino persona de capacidad diferente, (sin decir que esté mal, ojo, me refiero a su exageración), porque es darle la oportunidad de que “castigue”, a él, que es el primero en pisotear los derechos humanos. De qué manera tan puntual se descubre lo que hay de farsa, de conveniencia manipuladora en el estado capaz de establecer una ley que castigue a todo aquel que a una uva pasa antes de madurar la llame por su nombre. Así, un simple verso de Elías Hienam nos pone a examinar la realidad, nos lleva al alter ego de la reivindicación aparente de los derechos sociales que en forma tendenciosa y adrede o con fines electoreros, hace el sistema político de manera de suplir lo que de honestidad le falta en sus tratos, con un: “cuidado”, no le falte al respeto al delincuente… al anciano en su tercera edad, llámelo usted adulto en plenitud, a la uva pasa gócela, etc.
Otro poema, el autor lo busca hacer con un solo verso, una pregunta: ¿por qué se le puede hacer tarde a un conejo?, parece invitación a la informalidad, a la no belleza, incluso al rechazo de lo que convencionalmente se busca en un poema, pero entraña una red de asociaciones interesantes, pensar en un conejo, que es todo movimiento, y todo candor, un conejo como esos que nos pedían llevar a la secundaria en la materia de biología para que el profesor nos lo abriera y nos enseñara el funcionamiento de sus órganos, luego podía volver a coserlo o no, ahora ya no lo hacen porque intervienen los defensores de los derechos de los animales, pero quién no recuerda entonces cuando uno de esos inocentes conejos se salía del costalito y se metía por ahí de indiscreto entre los zapatos de las niñas, asustándolas, obligando a enseñar lo que no debían, uno de estos nostálgicos seres vivos, imaginarlo que se le hecho tarde… ¡Cuánto de conmoción late ahí! Pero es cierto por el descontrol en las cadenas alimenticias que seguirá al desorden climático, al deterioro de los ecosistemas. Y el poeta lo da en solo un verso, como que sabe bien lo que trae entre manos. También trae el asunto de lo animal humano o lo humano animal. Después juega con la idea de la paciencia del eco y la flama de súbito avivada por la brisa. Es un juego de significados como espejos, o espejos de significados. El eco y su entelequia de reflejar lo inasible, la llama que puede arder sin consumirse, ahora: qué tanto amerita mandar el significante al carajo, no titular incluso, el poema, como lo hace, porque entonces el riesgo es que un lector convencional o desprovisto, diga: no, pues le faltó darle un título, el escritor se descuidó. Así que: el alejamiento del concepto tradicional de belleza y sus atavismos y seducciones baratas, sí vale la pena, pero hay que también sujetarse a un cierto orden convencional y esto se hace, lo comprende uno ya mayor, por piedad, por caridad (lo que menos se imagina la gente), claro que hay que invitar a la gente a que suba al nivel del poema y no al revés, pero el atuendo que se debe llevar para oficiar en realidad se lleva por lástima, por caridad, ya que si nos lo vamos a quitar, debemos crear un vacío que se llene, de lo contrario, la impresión es peor, es un vacío vacío. En cambio, en la evocación, este poeta se abre increíble y puede hasta ser objeto de reflectores psicológicos, llegando al apapacho del terapeuta tal como: “bueno, mire ud. así son ellas, (las mujeres) en efecto, uno cree que puede con ellas y se emociona hasta con la idea que ellas se han vendido a sí mismas, por cuanto añora el poeta al lamentar su ida: “¡princesa!/ una figura que se aleja y desvanece”, que es un verso hermoso porque entraña la nostalgia del hombre por lo que perdió, y esto es valioso, dirá el terapeuta, “porque indica lo útil que aunque usted no lo crea, es usted para amar”, y así podría expresarse la psicología, pero claro, el problema es que uno no hace poemas para la psicología y tomarse un café y recibir el apapacho humanista. En el mismo tenor lo de la música de amores anteriores que aparece en la siguiente sección ya dividida por los epígrafes. En efecto, así es como a veces uno se resuelve a levantar la estafeta de un nuevo amor, por la música que oye uno de amores anteriores.
En otro poema pide algo más de la forma, y hace su trato con ella, pero ese trato no llega a contrato. Pero está en su derecho. Lo que sucede es que hay un camino, una vis formativa que se adivina cierta en Elías, como lo hace notar una valiosa reseñista, Paula Ilabaca, (http://letras.s5.com/pila220713.html) quien lo conocía desde los primeros tiempos de tallerista y acertadamente señala: “Todo muta en el tiempo, empodera o desvanece. Pero me gusta esta voz que me es sabida, reconocible, amable.” Y aporta algo importante: “Miga es un jaikújapo… El nombre mismo: Miga, ni siquiera migaja, sino la evocación misma de la brevedad. Era Quevedo quien decía: “Mudar de vocablos es limpieza”. Si la mudanza es correcta, quien le da la bienvenida al poema es la filosofía: “en moverse/ habitan ruidos y palabras más antiguas/ que enraízan la costumbre del contraste”. Es la contradicción hegeliana, vivir es como sacar el jugo de un coco a través de un popote que es nuestro aliento. De repente nos vamos, nadie sabe el lugar y la hora, mas lo bailado quién nos lo quita:
“Entonces corrimos por potreros y baldíos
incendiando con los ojos
nos bañamos en la planta
y allí donde dormimos
estuvo nuestra casa”