Entro a la casa después de una larga ausencia
un silencio ensordecedor la invade,
aspiro su desierto y soledad;
de repente,
se interrumpe con el ruido del refrigerador.
Ingreso al sanitario, bajo la palanca
ahí se van los pensamientos
y las preocupaciones sobre ella.
Escucho a mis vecinos
como una solución
a este estar a solas con la casa,
pero es inútil,
ella me recuerda con su olor a cal y a cemento
que ha estado cerrada por mucho tiempo.
Al abrir las ventanas, miro hacia la calle
no veo pasar a nadie,
no existen en este momento.
Sólo somos la casa y yo,
tan común su construcción
que pasa inadvertida,
es igual a la del lado y a la que sigue
de tal forma que se transparenta
y cofunde con las otras.
Subo a revisar mi habitación
abro la puerta,
de su interior se escapa un grito
es el aroma fantasmal que huye con el viento,
ingresa aire limpio
la casa empieza a respirar,
siento su calor, me abraza.
Ahí sigue, de pie,
siempre esperándome,
como un perro,
la casa.