No me avisaste, Edgardo, que te ibas de viaje
eterno,
solo te vi gritando, como un estoico esforzado,
defendiendo los derechos, tantas veces pisoteados,
de la mujer y su honra,
del canto de los gorriones y de los desamparados.
De duelo estoy, prometiéndote, hermano,
mientras bajando estoy a media asta, nuestra bandera
argentina,
y la de la paz, las que alzaste en San Lorenzo orgullosa
de sus hijos en batalla,
y prometiéndote, en triunfo universal, llevarlas hasta
que se haga justicia
y las mujeres y los desamparados, encuentren la
dignidad.
Edgardo, tu vida ya está inscripta en el libro de oro de
grandes del mundo,
los que estamos en tu misma huella, y en el barco de los
derechos humanos.
Es muy temprano y debías seguir navegando.
¡Ay, Edgardo! ¿Qué nuevas y justas acometidas nos
estabas preparando?
¡No me resigno a tu ida! Cierro los ojos y te estoy
abrazando