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3 de agosto de 2009

 

MEMITO

Jorge Enrique Escalona del Moral

 

 

Memito tenía un rostro angelical como pocos niños: su tez blanca, ojos claros, cabello dorado y suave piel hipnotizaban a cualquiera. Querían abrazarlo y cargarlo las maestras, las mamás de sus compañeritos, sus tías, el tendero, el policía, el barrendero, la abuelita, todos. Era imposible resistirse a sus carcajadas y a sus caricias. Tiene ángel, repetía orgullosa su mamá, y eso lo sabía Memito.

La muerte del primer niño en la guardería donde iba Memito provocó el despido de la directora. Fue un reflujo, se dijo. Nadie vio cuando Memito entró y le dio la mamila a Lalito, quien empezó a chupar de la botella; de pronto el líquido salió, salió, salió sin parar mientras Memito sostenía fuertemente el biberón y lo incrustaba en la boca de Lalito. Mientras veía el rostro desesperado de su compañero, Memito sentía un gran placer, como cuando hacía popó. Apretó con más fuerza hasta que el cuerpo de ese niñito moreno oscuro dejó de moverse.

La muerte del segundo niño en la guardería fue atribuido a un accidente, más que a un descuido de la miss. No pude acompañarlo al baño porque los demás niños estaban muy inquietos, dijo la maestra, sin saber que Memito les había echado polvos pica pica a cuatro de sus compañeritos para distraer a la mentora y llevar a cabo su segundo asesinato: el de Luisito, un niñito de piel oscura que cuando se acercó a hacer pipí sintió un empujón que lo metió en la tasa del baño donde su cabeza recibió al menos diez descargas de agua, primero combinadas con orina y después con olor y sabor a desinfectante. Y Memito gozó al sostener fuertemente esa cabeza hasta ahogarla.

El tercer asesinato fue el de Laurita, una niñita de piel blanca, y trajo como consecuencia el cierre definitivo de la guardería. Nadie se explicó cómo no escucharon algún grito cuando la puerta del salón de lectura aplastó, y casi cercenó, los dedos de la pequeña, quien además fue encontrada con la boca llena de hojas del libro “mis primeras letras” y alrededor estaban dispersos varios muñecos guiñol ensangrentados, que usó Memito para pellizcar la cara y sacar los ojos de la chiquilla. La escena causó un terror sólo comparable al placer que sintió Memito al matar a Laurita, quien había sido testigo de su primer asesinato y cuya mirada delatora no lo dejaba dormir.

A la semana siguiente, Memito entró a la nueva guardería. Sus ojos recorrieron al resto de sus compañeritos y su naturaleza asesina se exacerbó: todos tenían piel oscura. El asesinato sucedió tres días después: la conserje encontró el cadáver, el cuerpo estaba pintado de negro con plumines y la suavidad de su piel había desaparecido. Las maestras y mamitas lloraron mucho tiempo la muerte de Memito, ellas habían perdido un angelito y nosotros la oportunidad de escribir varios volúmenes acerca de un asesino serial.

 
 

 

 

     
 

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