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EL ARREBATO DE LA HOJA
Gonzalo Lema
La hoja de coca es natural de estas tierras. Su consumo ha
vinculado a los pueblos originarios desde antes de Colón.
Los ahora países andinos, a pesar de saberlo, no quisieron
entender de su importancia cultural y vieron con malos ojos
su consumo. Sin embargo, por razones prácticas y de índole
utilitaria, fomentaron el pijcheo en la fuerza de trabajo,
lo censuraron poco a poco en la sobremesa de la clase media
en formación y luego lo utilizaron como estigma de quienes,
a su juicio, eran sus históricos subordinados. Con el tiempo
les ha invadido la duda filosófica y ahora empiezan a
consumirla cada vez con menor rubor.
La opinión pública, guiada por la información de los
investigadores, afirma que nadie consume la hoja chapareña.
Prestigian la coca yungueña e indican que saben todo sobre
ella respecto a su destino final, y no así sobre la otra
coca. Más bien: cuestionan que el gobierno no esté en la
disposición de señalar a dónde van las toneladas producidas
por la región que llamamos Chapare. De inmediato se
relaciona el mercadeo “inexplicable”, sin hojas de ruta, al
terror de la cocaína. No falta razón para sospechar. ¿Por
qué no se documenta el derrotero de esta coca para que todos
fundamentemos una opinión? Y, de estar todo documentado,
¿por qué no se divulga mejor esa información? Es así de
simple. Hasta ahora, la falta de papeles genera un espeso
caldo de cultivo para la diversa especulación. El cocalero
chapareño contamina el prestigio de la hoja de coca en la
realidad nacional y su efecto nocivo es internacional.
¿Quién tiene la razón?
El consumo de la coca ha ido ganando terreno en nuestra
sociedad. A mí todavía me sorprende descubrir a antiguos
amigos caminar con la bolsa de coca en la mano y un buen
acullicu en la boca. Afirman que les alivia de los problemas
gástricos u otros malestares o enfermedades decididamente
importantes. Pero otro numeroso conjunto de familias pijchea
después de la comida por el puro placer de hacerlo. Es una
experiencia común de estos tiempos. En mi bella Tarija,
donde solía escuchar con frecuencia el estigma de “colla
coquero” referido a la gente del norte, se acullica en buena
parte de la clase media. En la histórica Potosí. En la
capital. En Cobija. En fin, es mejor señalar: en la clase
media boliviana. (Y en la clase media argentina, en la del
norte.) Un dato relevante indica que su consumo se ha
extendido, en términos absolutamente contundentes, entre los
indígenas de los llanos. Es decir: la hoja de coca está en
la boca de la inmensa mayoría boliviana. ¿Les parece una
afirmación exagerada?
¿Todos consumen la coca yungueña? Mi viejo amigo Modesto
Poma, natural de Leke, feliz localidad sin base legal de
creación y con pertenencia incierta entre las provincias
subandinas de Ayopaya y Tapacari, me cuenta que él, y su
comunidad, indios pobres, consumen la coca chapareña desde
siempre. La misma respuesta obtuve entre los yuracarés
cuando navegué el río Ichilo rumbo a la Boca. Tanto ellos,
como los yuquis (en el río Chapare) pescadores, consumen
coca chapareña. Con el precio de una libra de coca yungueña
adquieren prácticamente una y media de la coca chapareña.
Así lo afirman con absoluta dignidad.
La hoja de coca está arrebatada por el ilegal comercio
internacional de la cocaína. Es fácil advertir su temblor y
desconcierto en su matorral. La clase media boliviana, pese
a que se incorpora a su consumo cada día, odia su nombre y
blasfema contra ella impulsada por móviles políticos. Claro,
es también común encontrarse con quienes ejercitan el
criterio e indican, con otro ánimo, que la coca nos vincula
a todos: pueblos originarios y urbanos. Nos da sentido de
pertenencia a una nación grande, pluricultural, diversa en
su geografía, y que responde al sencillísimo nombre de
Bolivia. Apenas se lo pueden creer: como el tema del
maravilloso mar, la humilde coca nos da identidad. Es una
constatación fundamental para comprendernos.
La coca no es cocaína, dijo Paz Zamora, y es verdad.
Necesitamos, y con urgencia, evitar absolutamente su
conversión en droga e impedir que se utilice este territorio
como corredor de la droga colombiana o peruana. Se lo debe
lograr. Necesitamos liberar a esta hoja subandina de usos
ilícitos y nocivos. Su consumo en forma natural ya la
protege, lo comprobamos cada día en una familia o en otra,
pero aún nos falta decirnos toda la verdad.
El gobierno tiene la palabra.
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