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Guido Medinaceli D.
Tarija, Bolivia |
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LA SABIDURÍA DEL
HOMBRE
Por Guido Medinaceli
D.
Cierto día, un obscuro
y anónimo bardo
Que poco supo de fama y de honores
Mas al contrario, mundanos humanos
Y humanoides, siempre le pagaron
Con ingratitudes, traiciones y desengaños
Después de recorrer cientos de caminos
Como peregrino del arte y la bohemia,
-Al atardecer de su propia vida-
Y cuando el tiempo ya era un pesado
Equipaje que soportaba sus hombros
Hizo un alto en el camino
Al pie de la cumbre de sus viejos ideales
Para otear la senda recorrida en medio siglo
Senda plagada de abrojos y de espinas
De rosas, de claveles y de amancayas
De aguzados pedregales, de ardientes arenales
Y de gélidas nieves invernales.
Sus cansados pies marcados de cicatrices
Supieron pisar la hierba fresca
De hermosos y cálidos valles,
Supo cobijarse a la sombra de misteriosas selvas
Y alimentarse de la entraña de caudalosos ríos
Y cuando sintió que le tocaba descender
De la montaña de la vida para bajar
Al llano donde sonriente espera La Parca
A todos los humanos sin excepciones,
Encontró perdido en la imponente cordillera,
Sierpe de roca y nieve, que baja desde
El istmo de Panamá hasta Tierra del Fuego,
A un anciano monje anacoreta, que después
De tres cuartos de centuria de vida urbana
Se aisló para siempre en medio de las cumbres
Para reencontrase con el Dios de sus mayores.
El aedo tímidamente le
pidió que le respondiera
Que virtud salvaría al mundo de la autodestrucción
El barbado y sabio anciano, respondió sin titubear
-No es la riqueza, la fama ni el poder
Lo que redimirá al hombre ante sus Dioses,
Solo lo salvará de su propia extinción EL AMOR
-Maestro –preguntó- ¿Para alcanzar la felicidad
Es mejor amar o ser amado?
Mirándolo entre compasivo y paciente le respondió:
-Si pudieras convertirte en este instante en un pájaro
Y así lograras remontar vuelo hasta alcanzar la más
Alta cumbre de la vida -Que no otra cosa es la felicidad-
¿Qué ala elegirías, la izquierda o la derecha?
Bajó el vate humildemente la cerviz
Y comprendió la maravillosa lección de aquel viejo sabio
Y recordó también una vieja lección oriental…
Que cuando el más joven de los discípulos de Confucio
Le preguntó al maestro, que palabra podría ser útil
Como norma de vida para garantizar la paz
Entre todos los seres humanos, el maestro chino respondió
-Esa palabra se llama RECIPROCIDAD.
Emprendió el cansado
rapsoda, la marcha final de su destino
Hacia el mundo espiritual que nos reservan los dioses
Al final de toda existencia, sin importar el nombre
Que los hombres o las culturas, le pusieron al “más allá”.
Con el alma sosegada y feliz de saber que no vivió en vano
Después de buscar la verdad por tantos años
El desconocido discípulo del ciego inmortal, Homero,
Encontró casi al final de su sendero, de la voz milenaria
De la historia del hombre, esta verdad imperecedera:
Mientras no se apague el amor y haya reciprocidad
No desaparecerá la raza humana del planeta Tierra.
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