Amenazante diálogo de
fusiles
agita las aguas del
Ebro.
Los republicanos se
apoderan de Teruel,
En esos días abrí los
ojos
al sur del continente
americano.
No te encontré en
tierra aragonesa
Tampoco estabas cuando
los cañones
hicieran retemblar las
campiñas de Europa.
Te busqué entre las
muchachas
que alegraban los
recreos de mi escuela.
No te vi en las
frondosas bibliotecas
ni entre aquellas que
sumaban sus voces a la mía
exigiendo libertad y
justicia.
Ansioso de encuentros
y de voces
surqué los más
distantes derroteros.
Navegué cinco océanos;
recalé en caletas sin
abrigo, me refugié en escolleras,
burlones litorales de
cinco continentes
cautivaban mi barca.
Llegué a lejanos
puertos e islas solitarias.
Te busqué por los
valles, las antiguas ciudades;
repetía tu nombre, o
el que yo imaginaba.
Tierra adentro,
aprendí a repetir
los antiguos acordes
de voces primordiales.
Pude posar mis manos
sobre la áspera elocuencia
de tablillas de barro
con signos cuneiformes.
Sumido en mi embeleso,
no logré hacer hablar
a los signos grabados
en estelas de piedra.
La ardiente
refulgencia de Amón sobre el Nilo de Asuán
no habría hecho
posible tu presencia.
Tampoco hallé tus
huellas en el templo de Zunion.
De pie, frente al
oleaje del mar Mediterráneo
revisé pergaminos con
cánticos de aedas;
pero tú no estuviste.
No logré verte en
Roma, ni en las grutas de Burgos;
no acudiste a la cita
con los viejos letrados
que aventaron palabras
en la antigua Toledo
en torno al sabio rey.
De regreso a, los
claustros del nuevo continente,
me pareció observarte
entre aquellas alumnas
que repetían versos
con voz estremecida.
Algunas miradas o
sonrisas parecían muy tuyas;
pero eran ajenas,
efímeras, ambiguas.
Un sabio profesor
insistió varias veces,
que algún día, que
pudiera ser pronto,
o en la senda postrera
de tenaces andares,
las piedras del camino
brillarían radiantes
anunciando el
encuentro con ella, la esperada.
Un derrumbe impidió el
acceso al futuro previsto.
En la estrecha caverna
en que dormitaban los juglares,
se aposentó la muerte
y el terror.
Envuelto en soledades,
fraternales dolientes
me enviaron hacia el
norte.
Me recibió la tierra
de nopales y magüeyes.
El eco de los cerros
me invitó a levantar mi voz.
Hermosa, como pocas,
esta tierra me incitó al hallazgo.
Presentí tus
salmodias. El aire me traía tus plañidos.
No te pude encontrar.
Al menos, por entonces.
Cuando pisé tu tierra,
ni siquiera tu madre sospechaba tus pasos.
Por años te busqué. La
musicalidad de bosques y riachuelos
hacía presentir tu
presencia.
No aparecías.
Me llegue a convencer
que el acertijo de mi viejo profesor,
no era más que una
inocente falacia.
Sin embargo, en la
feria de lúdicas vanidades
me pareció descubrir
cánticos de alondra pastoril,
que engarzaban
gentiles con mis voces de trueno.
Sus estrofas se
enredaban con las mías en acordes impensados.
Quité las piedras del
camino, aparté las malezas,
alejé nubes grises de
mi cielo poético.
A punto estaba de
encender mi ofrenda,
cuando un rayo
imprevisto, ajeno, inoportuno,
atravesó violento, mi
sólida armadura.
El núcleo de mi
ofrenda, se quedó convertido
en inútil puñado de
cenizas;
que el aire de la
tarde fue esparciendo
en el implacable
círculo de las piedras postreras.
Mis mejores palabras
cayeron al vacío.
Se cumplió el
vaticinio;
aunque fuera del marco
del tiempo y del espacio.
Tardaste en llegar.
Aunque eso no estaba
en tus manos decidirlo.
En otro tiempo, la
distancia no habría sido inconveniente.
Ahora, el cofre del
tesoro que guardaba,
no contiene más que
inútiles escombros.