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tras los tules...

Tulancingo, Hgo., México

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Hans Paul Manhey

 

 

 

 

 

 

 

   

 

 

7. Oct.19

 

 

 

 
 
 

 

 

 

Ausencia

por Hans Manhey

 

 

 

 

 

 

Amenazante diálogo de fusiles

agita las aguas del Ebro.

Los republicanos se apoderan de Teruel,

En esos días abrí los ojos

al sur del continente americano.

No te encontré en tierra aragonesa

Tampoco estabas cuando los cañones

hicieran retemblar las campiñas de Europa.

 

Te busqué entre las muchachas

que alegraban los recreos de mi escuela.

No te vi en las frondosas bibliotecas

ni entre aquellas que sumaban sus voces a la mía

exigiendo libertad y justicia.

 

Ansioso de encuentros y de voces

surqué los más distantes derroteros.

Navegué cinco océanos;

recalé en caletas sin abrigo, me refugié en escolleras,

burlones litorales de cinco continentes

cautivaban mi barca.

Llegué a lejanos puertos e islas solitarias.

Te busqué por los valles, las antiguas ciudades;

repetía tu nombre, o el que yo imaginaba.

 

Tierra adentro, aprendí a repetir

los antiguos acordes de voces primordiales.

Pude posar mis manos sobre la áspera elocuencia

de tablillas de barro con signos cuneiformes.

Sumido en mi embeleso, no logré hacer hablar

a los signos grabados en estelas de piedra.

La ardiente refulgencia de Amón sobre el Nilo de Asuán

no habría hecho posible tu presencia.

Tampoco hallé tus huellas en el templo de Zunion.

De pie, frente al oleaje del mar Mediterráneo

revisé pergaminos con cánticos de aedas;

pero tú no estuviste.

No logré verte en Roma, ni en las grutas de Burgos;

no acudiste a la cita con los viejos letrados

que aventaron palabras en la antigua Toledo

en torno al sabio rey.

 

De regreso a, los claustros del nuevo continente,

me pareció observarte  entre aquellas alumnas

que repetían versos con voz estremecida.

Algunas miradas o sonrisas parecían muy tuyas;

pero eran ajenas, efímeras, ambiguas.

Un sabio profesor insistió varias veces,

que algún día, que pudiera ser pronto,

o en la senda postrera de tenaces andares,

las piedras del camino brillarían radiantes

anunciando el encuentro con ella, la esperada.

 

Un derrumbe impidió el acceso al futuro previsto.

En la estrecha caverna en que dormitaban los juglares,

se aposentó la muerte y el terror.

Envuelto en soledades, fraternales dolientes

me enviaron hacia el norte.

Me recibió la tierra de nopales y magüeyes.

El eco de los cerros me invitó a levantar mi voz.

Hermosa, como pocas, esta tierra me incitó al hallazgo.

Presentí tus salmodias. El aire me traía tus plañidos.

No te pude encontrar. Al menos, por entonces.

Cuando pisé tu tierra, ni siquiera tu madre sospechaba tus pasos.

 

Por años te busqué. La musicalidad de bosques y riachuelos

hacía presentir tu presencia.

No aparecías.

Me llegue a convencer que el acertijo de mi viejo profesor,

no era más que una inocente falacia.

Sin embargo, en la feria de lúdicas vanidades

me pareció descubrir cánticos de alondra pastoril,

que engarzaban gentiles con mis voces de trueno.

Sus estrofas se enredaban con las mías en acordes impensados.

 

Quité las piedras del camino, aparté las malezas,

alejé nubes grises de mi cielo poético.

A punto estaba de encender mi ofrenda,

cuando un rayo imprevisto, ajeno, inoportuno,

atravesó violento, mi sólida armadura.

El núcleo de mi ofrenda, se quedó convertido

en inútil puñado de cenizas;

que el aire de la tarde fue esparciendo

en el implacable círculo de las piedras postreras.

 

Mis mejores palabras cayeron al vacío.

Se cumplió el vaticinio;

aunque fuera del marco del tiempo y del espacio.

Tardaste en llegar.

Aunque eso no estaba en tus manos decidirlo.

En otro tiempo, la distancia no habría sido inconveniente.

Ahora, el cofre del tesoro que guardaba,

no contiene más que inútiles escombros.

 

 

 

 
     
 

 

 
 
   

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