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13.Mar.19
Hans Paul Manhey
Caravana
Adolorida gime
la
convulsa cintura
de
América morena.
Secas
manos escarban en un suelo infecundo;
no
encuentran alimento.
Las
magras sementeras sólo germinan sangre.
Desfallecen los cuerpos.
Solo hay
nubes que envuelven
con sus
sombras de muerte los míseros poblados.
No hay
trabajo, ni escuelas,
ni
auxilio sanitario.
Las
angustiadas madres ocultan a sus hijos
de
perversos sicarios que secuestran y matan.
Hacia el
norte alucinan
un sueño
nebuloso,
esperanza inasible.
Hacia el
ansiado norte,
muchos
miles de pasos arrastran su impotencia
por las
inciertas sendas.
Extensas caravanas
congregan los esfuerzos de hombres y mujeres,
infantes
solitarios,
inválidos, ancianos.
Al final
del camino, el final de los sueños;
el final
de una vida plagada de penurias.
La
nefasta frontera los espera implacable.
Guardias
y militares los reciben con armas,
con
gases ponzoñosos,
con
golpes y amenazas.
Poderoso, un demente ordenó detenerlos.
Son
miles los dementes que les niegan el paso.
Millones
de dementes gritan sembrando el odio
a todo
lo distinto.
Ellos
son diferentes.
Su
color, su cultura, su oficio, sus creencias.
Ni
siquiera son dignos de trabajos serviles;
No son
consumidores, ni clientes potenciales,
ni
operarios confiables.
Son
desperdicio humano,
son la
escoria social de un pueblo fracasado,
que no
se resignaron a morir en su tierra,
sin otra
alternativa que intentar lo improbable.
Cinco
mil, siete mil, diez mil errabundos
se
refugian, revueltos, en burdos tendajones.
Nadie se
ocupa de ellos, sin no es para expulsarlos;
a causa
de amenazas y graves represalias.
Buscan
algún boquete,
un tramo
sin custodia.
Los días
van pasando. El cerco no decae.
La sed,
la enfermedad,
el
hambre y la inclemencia del clima congelante
irán
haciendo estragos.
Unos
pocos podrán intentar el regreso.
Algunos
lograrán encontrar el sustento
al sur
de la frontera.
Otros
serán tentados por bandas criminales.
Muchos
se irán muriendo con la vista hacia el norte.
Los
miles de migrantes de aquellas caravanas
ya no
serán noticia.
Muros de
indiferencia sellarán su destino.
La arena
del desierto cubrirá los osarios.
Acuerdos
migratorios y la dura experiencia
frenarán
los impulsos de nuevas caravanas.
Tal vez,
en unos años, se llegue a descubrir
un
pequeño poblado en un valle escondido.
Una
escuálida milpa, una exigua vertiente
y unos
cuantos caprinos les sirven de sustento
a unos
veinte migrantes y ocho niños pequeños.
Santa Fe
de Choloma o Choloma del Norte
podría
ser el nombre del pobre caserío;
ignorado
vestigio de aquellas caravanas.
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