Descubrió, de
improviso, su aliento florecido.
Sus ojos le
entregaron señales luminosas;
sus manos se
agitaban, anhelantes y ansiosas.
En su boca
incubó la explosión del sonido.
Se acercaron,
amables, otros seres vivientes;
le dieron
alimentos, caricias y cobijo.
intentaron
moldearlo para hacerlo un buen hijo
y aprendió las
costumbres de sus grises parientes.
Cuando pudo
surcar senderos ignorados,
con los ojos
abiertos y sus noble porfía,
exploró los
confines de sueños soterrados.
En un mar de
falacias y palabras vacías,
a punto de
ahogarse, un fulgor repentino
le indicó dónde
nace la excelsa poesía.