Incierto trayecto
por Hans Manhey
I. Vía libre
Año tras año. Es mucho tiempo,
según tengo memoria.
Desde entonces, recuerdo,
mi oficio preferente ha sido el de
vivir.
Intenso, persistente, sin prisa,
sin quejumbres, con penas y alegrías.
Vivir con lo que venga;
buscando el lado bueno; hasta de los
pesares.
siempre me hallaba absorto en
disfrutar la vida
Bailé, corrí, bebí como lo hacía
siempre.
Tan afanado estaba,
que no me daba cuenta del paso de los
años.
Y los años pasaron
aunque seguí bailando como en los
viejos tiempos.
Salí a correr el mundo colmado de
entusiasmo;
alcé mi voz potente por ocultos
senderos.
Estreché con asombro las manos de
labriegos,
sentí el tacto profundo de callados
ancianos.
En rondas jubilosas,
inventé malabares con las manos de
niños.
Canté al atardecer rumores del pasado
cuajados en raíces de árboles
frondosos.
II. Acontecer fortuito
Mis años peregrinos
fueron fruto maduro de plenitud
vibrante.
De pronto, al cruzar la barrera me di
cuenta
que estaba siendo presa de un
percance crucial;
no era un contratiempo como tantos.
Había iniciado el recorrido del vigor
quebrantado;
la inevitable senectud.
No sabía vivir con un cuerpo marcado
por el peso
de veintiocho mil ochocientas
jornadas.
Era preciso abrir nuevos caminos
reviviendo señales de senderos
antiguos.
Intenté convocar
la pujanza habitual en similares
lances.
Sentí el cuerpo sin fuerzas; no me
escuchó.
Mi cuerpo, en rebeldía, se negó a
obedecerme.
El servicio de urgencias confirmó la
trombosis.
Cuidados intensivos, día y noche;
quince días de limpieza profunda
en que oxígeno y suero lavaron los
residuos
de una vida agitada, de humo y
sobresaltos.
Reposo y tratamiento en seis semanas,
exhaustivos exámenes de pulmón y
redes vasculares.
Seis semanas ajeno al ciclo de mi
mundo
¿Mi mundo?. ¿Qué me queda?
El suero deyectó los residuos
presentes
en internos laberintos.
Mi conciencia no logró retener
los recuerdos, proyectos, sentires y
los ritmos
que bullían antes aquel colapso.
Dos meses sin leer, sin pensar ni
escribir.
Dos meses respondiendo que me siento
muy bien,
que no tengo mareos, que no me duele
nada.
III. Identidad posible
Trato de pensar. No logro
concentrarme.
Intento ser yo mismo.
No tengo un molde válido.
Tengo que reinventar un modo de ser
yo.
No hay prisa.
Buscaré algunas huellas en mis libros
antiguos.
Escarbaré el costal de versos
inconclusos,
algunas viejas fotos, una carta, una
fecha.
posiblemente encuentre amigos
olvidados.
Necesito ser alguien.
Tengo mis documentos, mis datos
personales,
mi historial terapéutico reciente,
algo de la ropa que define mi
aspecto.
lo demás, tendré que descubrirlo,
poco a poco;
aceptando lo que me parezca
compatible,
desechando lo que no va conmigo.
Asistiré a algunos encuentros
en que me sienta menos vulnerable,
caminaré por los andadores de mi
barrio,
sonreiré a las jovencitas que van con
sus mascotas,
inventaré nuevas lisonjas para mis
vecinas solitarias,
fotografiaré las rosas que se abren a
mi paso,
evitaré las ciclopistas.
Esperaré a Lupita cuando vaya por el
pan.
Algunas noches, desvelado,
ensayaré algunos pasos de danzón y de
tango.
Tomaré una copa de vino
con la frecuencia y cantidad que el
médico autorice.
Un jueves que no llueva llevaré a
Micaela
a las noches de tango del Fogón
Argentino.
Pasos improvisados, no de los más
audaces;
debemos ser sensatos; no tenemos
veinte años.
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