Lo evidente y lo oculto,
lo cierto y lo dudoso, las luces y las sombras,
tu mirada y la mía;
dos caras del espejo que une y nos separa.
Tus ambiguas palabras no dicen lo que
sientes.
Mis versos se diluyen en burdos
artificios.
Indecibles, las voces
enhebran filigranas de intrincadas
falacias.
Tus ojos y tus labios desmienten tus
promesas.
Los ecos de mi canto permanecen
vacíos.
El nombre de la rosa nos dice algo
distinto
antes de marchitarse.
Mis estériles versos se quedan en
palabras
aunque marquen un ritmo y suenen
melodiosos.
Ingeniosa sintaxis, metáforas
sublimes
no logran atrapar lo que bulle en mi
pecho.
Lo que digas o calles,
lo que quede plasmado en pálidas
cuartillas,
lo que algunos aplaudan, por gesto
solidario,
es sólo vaniloquia, diestro
malabarismo.
A menos que de pronto provoquen en un
rostro
una furtiva lágrima.
A menos que se abran, generosas, las
manos;
A menos que remuevan las dormidas
conciencias.
A menos que le entreguen a las almas
sedientas
el agua de la vida,
que pugna por brotar de sus propias
vertientes.
Entonces, solo entonces, tus
palabras, las mías,
se colmarán de luz.
El círculo fraterno se encenderá
encantado
ante el sumo prodigio del germinar
poético.