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2666
Roberto Bolaño
Editorial Anagrama
Barcelona, octubre 2004,
1125 páginas.
2666: EL PENTATEUCO y el
sol de la tontería
"El plan de su obra le vedaba lo maravilloso; éste,
sin embargo,
tenía que figurar,
siquiera de manera indirecta, como los crímenes y el misterio en una
parodia de la novela policial."
(Jorge Luis Borges en
"Magias parciales del Quijote")
"Ya sabía que escribir era
inútil. O que sólo merecía la pena si uno está dispuesto a escribir una
obra maestra"
(el viejo de la máquina de
escribir, "2666", pág.984,
La parte de Archimboldi,
Libro 5, Deuteronomio)
No hay que ser muy
perspicaz para darse cuenta del tamaño de la empresa a la que se abocó
Roberto Bolaño, este Chichikov, este Woody Allen latinoamericano.
Sacerdote azteca, porfiado mapuche, gaucho infatigable, el ya enfermo
autor de esta obra alegórica, de este novelón (almizcle actual y
venidero para profesores, académicos, escritores y críticos, sin contar
al columnista desesperado), trabajó, a contratiempo, como un auténtico
Beda el Venerable, aquel monje inglés concienzudo, trabajólico y
esforzado que reunió documentos y testimonios orales para evaluarlos de
acuerdo a los métodos críticos de su época (s.VII d.c.). Practiquemos el
prejuicio. De toda la caterva de artistas, los más pacientes, los más
sacrificados, o los menos flojos si se quiere, son los novelistas. Véase
Flaubert, Balzac, Turgueniev, Proust, Joyce, etc. Véase, léase y
archívese ahora el apellido Bolaño, este primer arquitecto ya no de la
pluma o lápiz sino de la era digital Microsoft Word
(archivo-copiar-cortar-pegar). Todos ellos amigos de reunir documentos,
retener testimonios, paisajes, giros lingüísticos e idiolectos, estados
de ánimo, quejas, alegrías (las menos); todos amigos del cotilleo y la
celosía, todos con algo de vieja sapa, escoba en mano sobre la cuneta u
ojo avizor tras las cortinas.
Habría que
empezar diciendo, también, que esta novela en rondó, aparte de su
ficción intrínseca, es la historia (alguna vez privada y ahora pública)
de sus 5 partes, cinco novelas, 5 cheques diferidos que no fueron para
ustedes lamentablemente, querida Alexandra, querido Lautaro; pero donde
se espera que igual, papá previsor, papá real, papá novelista los haya
dejado cubiertos, para las cuentas de luz y agua al menos. Eso
esperamos, ¿o no señor Echevarría, o no señor Herralde (alias Bubis en
la novela)?
Como se sabe,
el Pentateuco (en griego penta, "cinco"; teuk, "libro") es aquel
conjunto, parte de la Biblia, que engloba, enmarca y reúne los primeros
cinco libros del Antiguo Testamento. Como se sabe, a Roberto Bolaño le
gustaba el hueveo. Cosa de fijarse en el siguiente esquema mental
concebido por el escritor chileno (¿o mexicano, o español?; mejor
digamos latinoamericano, como le gustaba definirse al loco):
La parte de los
críticos __________________ Génesis
La parte de Amalfitano
__________________ Éxodo
La parte de Fate
__________________ Levítico
La parte de los
crímenes ________________ Números o Ba-Midbar = "en el desierto"
La parte de Archimboldi
________________ Deuteronomio
El
Pentateuco incluye varios estratos textuales de estilos de escritura. Si
no me creen -pues esto no lo digo yo- vayan a la Biblioteca de Consulta
Microsoft® Encarta® 2004. © 1993-2003 Microsoft Corporation. En el
veintiséis sesenta y seis, perdón, en el dos mil seiscientos sesenta y
seis, también ocurre lo mismo, me refiero a esta cuestión de mezclar
varios estratos textuales de escritura. En el armatoste bajo comento
esto se da, aunque no de manera tan radical o perfecta como lo
practicara (y realizara hace ya casi un siglo) el famoso irlandés, amigo
de Italo Svevo, el cual dedica toda una sección de su novela superlativa
para parodiar la novela rosa o de folletín (de Feuillet) del siglo
precedente, me refiero al capítulo 11 -si mal no recuerdo- de su Ulises.
Bien,
llegó la hora, hinquémosle el diente a cada una de las naves de esta
catedral pagana, novela tradicional y total, pero escrita bajo un espejo
convexo. Pasemos revista, tratemos de ir al hueso de estos cinco
argumentos concatenados. Empecemos por su título. El título de esta
magna, entretenida e indivisible obra, maestra, ¿no es acaso la primera
broma que nos hace su autor? Sí, 2666, por qué no, para numerólogos y
cabalísticos ociosos, donde no faltará tampoco –pensó el hombre de la
chaqueta de cuero negro ¿Mason & Cooper?-, el que pretenda hacer
hermenéutica de mi libro comparándolo con las escrituras del Antiguo
Testamento y, particularmente, esa que habla de los cinco primeros
libros.
La parte de los críticos
(Libro 1, Génesis, y que en hebreo se escribe Be-Reshit, "en el
principio"). De Perogrullo: esta primera parte cumple la función de ser
la plataforma y obertura que da origen al cosmos Archimboldiano, el
cual, junto al nicho geográfico de Santa Teresa, concentrarán el alma y
epicentro de esta fiesta en penumbras. Aquí se presenta, como en el
Pentateuco, la confusión de los idiomas y la dispersión de los pueblos,
situación encarnada en los cuatro críticos, que no son otra cosa que
cuatro lenguas y nacionalidades diferentes, en este caso: inglés,
español, italiano y francés. Se destaca como la parte más cosmopolita de
toda esta gran joda, triste, emotiva, trágica, tierna, cómica, que es
2666.
Benditos o malditos
críticos y lectores, pero el autor, el escritor o el poeta, sólo existen
gracias a ellos, a su afecto sincero o de groupies fanáticos. He aquí el
matrimonio infame, el del autor y sus lectores, junto a la amante
Crítica, perfecta o imperfecta, bella o fea, pero necesaria,
conformándose así el triunvirato pérfido. Lugar del crimen: el
maravilloso hotel "Gutenberg".
Metáfora de Noé, el aquí
fantasmagórico escritor alemán Archimboldi (soldado derrotado y "que
escribe como si no fuera europeo"), representa y significa la primera
Alianza con la humanidad, en este caso, los cinco célibes y solitarios
críticos, todos del viejo mundo y parásitos del genio de Benno Von
Archimboldi.
Y no se diga más, tan sólo digamos que estamos ante
los preliminares (peso mosca, peso welter) de esta gran noche, este gran
estelar que es 2666, verdadero peso pesado que pelea de fondo y hasta la
muerte. Esta parte representa y pasará a engrosar aquella larga y manida
lista de las novelas de campus, esto, bajo el guiño de la parodia claro
está, escenario o ring donde pululan los famosos congresos de
literatura, los académicos, las chicas y chicos bien, en resumen, ese
mundo de "las universidades (criaderos de atorrantes) ("2666", pág 985,
La parte de Archimboldi, Libro 5, Deuteronomio)".
Imperdible de esta parte:
la página 139, donde aparece y habla el personaje llamado el Cerdo: un
trasunto (calcado) de lo mismo que practica nuestro ex-presidente del
senado (cuando está en campaña sobre todo), el demócrata cristiano
Andrés Zaldívar Larraín. Tienen que puro leerlo. Y no es chiste, pues el
chico Zaldívar lo practica de verdad, y si no me creen, bueno, que
algún periodista valiente, por TV, le pregunte. Otras páginas
imperdibles son la 161-163, donde el narrador les da duro a los
académicos y/o intelectuales, golpeándolos como bombo en fiesta.
La parte de Amalfitano
(Libro 2, Éxodo). Sí, Leer es lo mejor, leyendo nunca se pierde el
tiempo, pero hay que afrontar sus consecuencias, las que llevan sólo a
tres caminos: el de la sensatez, la falta de tranquilidad o la locura.
Estamos ante la parte más breve, más triste de esta Obra Gruesa. Símbolo
de la alienación, neblinoso límite entre la cordura y el
desquiciamiento. Digresiones varias, abandono, Tánatos y Eros,
enfermedad, todo se presenta aquí al borde de un ataque de neura.
Cementerio y manicomio entre los bosques del País Vasco, libros y muchos
nombres de autores, cochambre enfermiza para una irremediable soledad,
se asiste acá a la estampa síquica de Oscar Amalfitano, un experto en
Archimboldi, según dice alguien por ahí en la parte de los críticos
(Libro 1, Génesis). Bien, el protagonista Amalfitano, profesor de
filosofía chileno, y quien paulatinamente comienza a hablar solo, es una
versión posmoderna de Alonso Quijano, un Quijote que ya viene de vuelta,
de casi todo, pero sin tierra, sin un lecho donde caer enfermo.
Des-romanticismo, orfandad intelectual (y afectiva) de quien ha leído
mucho, demasiado.
Símil y contra símil de
los israelitas en su travesía por el desierto (el Pentateuco otra vez),
se vislumbra acá una tierra prometida flotante, sin asidero en ningún
mapa, constatación de la personalidad del viajero moderno y cosmopolita,
quien no por mucho viajar (huir) madruga más temprano. Corolario: un
deshabitante del mundo que llega a parar a un pueblo a orillas del
desierto (Santa Teresa como un telón de fondo atroz de toda esta mega
historia, una ciudad pseudocivilizada y sangrante). Otra vez aquí el
paisaje yermo, persistente, como el viento infernal de Luvina o la
tierra llana de Comala, el desierto, ese gran mar de olas y espejismo,
metáfora seca de lo que llevan dentro de sí casi todos los personajes de
esta novela, personajes que se quedan dormidos con la tele encendida.
Híjole, hace poco dije que esta es la parte más triste de este andamio.
Y sí, en cuanto a atmósfera y todo, es la más melancólica, aunque no la
única claro. Todo es triste cuando se refiere a Chile por ejemplo (pág
253), donde Amalfitano recuerda a su padre italiano y su afición por el
boxeo chileno. Pero y en todo caso, el "triste destino de nacer en
Chile" se transformará luego, adentrados en el último bloque, en el
triste destino de haber nacido en cualquier lugar o bajo cualquier
nacionalidad, puesto que todos son unos asquerosos cerdos, como muy bien
dice el cojo padre de Archimboldi, veterano de la única Gran Guerra y
sembrador intelectual de la Segunda: "Los galeses son unos cerdos, unos
cerdos absolutos, los ingleses también, pero un poco menos que los
galeses. Los escoceses son más cerdos que los ingleses y sólo un poco
menos cerdos que los galeses. Los franceses son tan cerdos como los
escoceses. Los italianos son lechones. Lechones dispuestos a comerse a
su propia madre cerda. De los austriacos se puede decir lo mismo: cerdos
y cerdos y cerdos. Nunca te fíes de un húngaro. Nunca te fíes de un
bohemio. Te lamen la mano mientras te devoran el dedo meñique. Nunca te
fíes de un judío: ése te come el pulgar y encima te deja la mano
cubierta de babas. ( "2666", págs. 801, 802, La parte de Archimboldi,
Libro 5, Deuteronomio)"
Imperdible de esta parte:
las páginas 221-226, donde Lola e Imma visitan el manicomio de
Mondragón, lugar en que vegeta –entre humo de cigarrillos y pastillas-
el poeta español Leopoldo María Panero, a quien Bolaño no lo trata por
su nombre por supuesto, ya que sólo se refiere al loco como "el poeta",
y esa es la gracia.
La parte de Fate (Libro 3,
Levítico). El Levítico está dedicado a los sacrificios y otras leyes
rituales prescritas para los sacerdotes de la tribu de Leví. Bueno, el
personaje Fate, Oscar Fate, periodista de profesión y protagonista de
esta historia, si bien no es sacerdote ni monje de ninguna especie
(aunque lleva bastante tiempo sin el calor de ninguna mujer),
representa, qué duda cabe, al iniciado, sobre todo ahora, que ha vuelto
a nacer -aunque no lo quiera- ante el repentino cadáver de su madre, sí,
como Mersault en El Extranjero de Camus. Por otra parte, el
afroamericano se ve obligado a realizar un viaje (iniciático) a la
frontera. Fate debe aprender nuevas leyes de culto (el boxeo por
ejemplo), nuevas enseñanzas morales, nuevas normas sociales, las de los
narcotraficantes o costumbres de México, respectivamente.
Fate
aterriza y accede a otro mundo, por accidente, y cual recién llegado,
cual recién arribado a otro planeta, acepta el Tao, camina, va de un
lugar a otro, como El Principito del aviador perdido, pero aquí, no en
el Sahara sino en pleno cactus, corazón del desierto de Sonora. Fate
comienza a visitar acampados, barrios miserables, fuentes de soda, bares
y discotheques, junto a habitaciones que son como el infierno, etc.,
preguntando y preguntando (pero sin jamás encontrar las palabras calmas
o sabias del zorro), siempre en busca de alguna respuesta, y sacando la
foto, como quien dice. Y Rosa (el trasegado personaje de Rosa, a la que
le tomamos cariño, a la que aprendemos a querer y cuidar como si fuera
nuestra propia niñita, nuestra propia hija que nunca tuvimos), como en
La Comedia del italiano, será su Virgilio, sí, ¿pero hacia dónde? Pues
no es ésta la única parte de final abierto en la novela, ya que todas lo
son.
Por último, habría que
añadir que la parte de Fate es un homenaje a la prosa norteamericana, a
su capacidad innata para la elipsis, los diálogos y acciones. Dentro de
una lista interminable de autores, nombremos solamente a uno, al que se
condice más con esta parte: Raymond Chandler y su Largo Adiós.
Imperdible de esta parte:
las páginas 320-323, donde el negro Seaman, ex Pantera Negra, perorata
acerca de todo tipo de astros: estrellas de cine, estrellas de mar,
estrellas de cielo. Un monólogo memorable que nos entrega su autor, sí,
al igual como lo hiciera, y de manera ubérrima, en "Los detectives
salvajes".
La parte de los crímenes
(Libro 4. Números, y que en hebreo también se conoce como Ba-Midbar, "en
el desierto"). Su encanto y su desgracia, su desencanto, su gracia,
radica y se sostiene precisamente en su "pelá de cable", en el
despliegue de su prosa lata, la que por supuesto causará y ya le ha
causado aburrimiento, hastío y fastidio no a algunos sino a muchísimos
profesores, críticos y lectores. Porque está claro que múltiples
curiosos / buitres de la necrofilia del 15 de julio, llegados a esta
ruta pedregosa, a este akalché, tuvieron y tendrán la necesidad de
practicar un clinch, término boxeril que no tengo tiempo,
lamentablemente, para dilucidarles ahora. Pero no se culpe a nadie, ya
que esta parte es un verdadero tour de force para el lector,
cumpliéndose, en todo caso, el objetivo propuesto, ser la valla, la
barricada infranqueable expuesta al sol de la tontería, como le llamaba
Baudelaire a la publicación de un libro y a su ulterior (necesaria y
vergonzosa) presentación al público. Y si bien para algunos será siempre
un verdadero ladrillo o "la" parte más aburrida de esta obra, lo cierto
es que cumple a cabalidad con la críptica y total metáfora concebida por
su autor, donde fondo y forma, contenido y continente confluyen,
prosodia e imágenes que se van repitiendo, hasta el cansancio, en aras
de una sola idea: de que asistimos a una sensibilidad importantísima y
particular, la nuestra, nuestra propia sensibilidad, pero ya muerta, en
cuanto lectores y espectadores del mundo. Es en esta parte donde el
narrador omnisciente (Arturo Belano, según Bolaño, pero qué importa),
luce toda su técnica y capacidad apelativa, logrando su objetivo -como
las noticias locales o del mundo- que es el de aburrir. Párrafos casi
mecánicos, sólo estéticos en ocasiones, cierto, pero morales o éticos
siempre. No en vano es la parte donde más se describen imágenes de TV, y
nuestra relación con ella. Cambalache siglo XXI, statu quo, todo sigue
igual, nada cambia. En definitiva, hartazgo y vacío bajo un abigarrado
telón de fondo, donde nosotros, como lectores, también pasamos a ser
parte de este subdesarrollado e infernal obituario, perdiéndonos entre
la multitud de nombres, o el cementerio. Cada lector deviniendo Sísifo.
Respecto a lo anterior,
habría que decir que Jarry, Proust y Joyce fueron algunos de los
primeros en atreverse a practicar el masoquismo literario, esto, en
cuanto a exigirle algo al lector, sabiendo que lo más seguro es que
recibirían todo tipo de tomatazos, colas de apio y lechugas, incluso de
aquellos snob (raza imperecedera) que dictan cátedra, con emolumentos
inclusive, volteando eructos de erudición.
Pero no todo es insolencia
para las butacas, seriedad o denuncia en esta parte, por el contrario,
en este monumental ladrillo, en varias ocasiones podemos sonreír o reír
a carcajadas, así, a secas, según sea la sensibilidad o nerviosismo de
cada lector. Hablo de la risa, que no para otra cosa trabajan los
novelistas o cuenteros geniales, pues, ¿qué otra cosa es si no la
irrupción del joven personaje, presentado de manera juguetona y con un
nombre a todas luces memorable, como es el caso de Lalo Cura? Bueno,
este muchacho se nos presenta como una especie de catalizador, un
recreo, filtro y símbolo de la distensión ante tanto aire enrarecido,
por la sangre, por la pobreza, la corrupción y el subdesarrollo.
Su alegoría, su
equivalencia con el Pentateuco, fácil: en los Crímenes nos enfrentamos a
la enumeración de cientos de shemots o nombres, bajo un variopinto
paisaje de gente viva o muerta, en un sitio eriazo, en la cárcel, en la
calle, en el bar, en sus casas o trabajos, mas todos en el desierto, en
este caso, de Sonora. El libro Números, de la Biblia, también
transcurre en el desierto (el de Sinaí), lugar donde se realiza un
censo y la enumeración de las tribus israelistas.
Por último, digamos que
esta parte de los Números, es un homenaje a la novela latinoamericana, a
la antigua novela indigenista o criollista, que era realista, morosa,
lenta, documentada, pero que en esta ocasión, de manera objetiva y
actualizada, está hervida y se nos presenta bajo la cocción y los
ingredientes de la parodia o la risa, del humor suave, tierno, sutil,
jamás estridente, pues con el pueblo no se juega, aunque sigan jugando,
los de siempre, los vulgares: los economistas, los políticos y
pseudoartistas de siempre. En consecuencia, la parte de los crímenes
representa nuestra indiferencia ante el asesinato o la muerte, ante las
vidas de Carolina Fernández Fuentes o Aurora Muñoz Álvarez, indiferencia
ante la gente común y corriente, ante el pueblo y los pobres que nos
molestan. Una peguita, un trabajito, una monedita por el amor de dios.
Imperdibles de esta parte:
páginas 692-698, donde se hace referencia al árbol genealógico de
Olegario Cura Expósito, más conocido como Lalo Cura. Imperdible también,
por su patética ternura de enamorado romántico y unilateral, la parte
del cámara de películas snuff, J.T.Hardy (págs. 679-680). Ah!, se me
olvidaba la página 466 y otras, acerca del paradero de muertas, donde se
habla del vertedero, del basurero clandestino El Chile, metáfora
perfecta para el país de la iniquidad y la soberbia, país del robo y la
sangre, la pobreza y el clasismo. Chile, en el umbral de su
Bicentenario, país de muchas leyes pero de ninguna ética, un basurero,
clandestino. Disculpadme el panfleto.
La parte de Archimboldi
(Libro 5, Deuteronomio). Y es así como llegamos al rondís de este
anfiteatro, al músculo de este verdadero peso pesado. Partamos diciendo
que Deuteronomio significa Segunda Ley, y fue llamado así por estar
ubicado en la Biblia después del conjunto de leyes que ocupan los libros
del Levítico y de los Números. Sin embargo, fue escrito antes que éstos.
Al respecto, no vamos a hacer mayores comentarios ni a realizar ninguna
exégesis, tan sólo digamos que Benno Von Archimboldi es Moisés, el
elegido de Dios, separador de las aguas. Y que al igual que en el
Pentateuco, esta es la parte donde se habla del delito y el estado de
guerra entre naciones.
Esta es la parte
biográfica de cómo nace o puede hacerse un (gran) escritor. Esta es la
parte más paródica de todas. Por otro lado, se asiste acá, y en
ocasiones de manera magistral, al relato lento, pausado, decimonónico,
de la más clásica o aristocrática novela europea.
Esta es la parte de Hugo
Halder, el sobrino rapiña del barón, la parte de la baronesa Von Zumpe,
la parte de Lotte Reiter y el amor (espiritual) entre hermanos, la parte
de los papeles o "el cuaderno de Ansky" y la de Efraim Ivánov, escritor
ruso de ciencia ficción; esta es la parte del poeta medieval Wolfram Von
Eschenbach y sus versos "yo huía de las letras, yo no poseía artes /mi
estilo es la profesión del escudo". Esta es la parte, aunque lateral, de
México nuevamente, siempre México, metonimia de Latinoamérica. Esta es
la parte del ayudante de ametralladorista, del portero en un bar, del
vigilante nocturno y el putero; esta es la parte de Hitler, de Benito
Mussolini y Benito Juárez, también la del libro robado Algunos animales
y plantas del litoral europeo. Esta es la parte donde el narrador se
divierte con la figura literaria (de dicción) del polisíndeton, en una
variación o recreación idiolectal del mito de Sísifo (páginas
1026-1029). Esta es la parte de los guiños a la novela europea, léase La
montaña Mágica, El tambor de hojalata o Las Afinidades electivas de
Goethe. Y bien, que cada uno encuentre la resonancia o ecos de la suya,
pues estamos en 2666, la novela del Todo dentro de todo, tal como dice
Ansky (pág.918) cuando trata de describir el cuadro pictórico de
Giuseppe Arcimboldo (1565-1593) llamado El otoño.
Imperdibles de esta parte:
Páginas 972-77, donde se cuenta "La historia de la bruja y la chaqueta
mágica". La parte del viejo que le alquila su primera máquina de
escribir a Hans, notable conversación sobre literatura, página 980 hasta
la 86; la parte de la velada en el castillo de Drácula (homenaje a la
novela gótica y a la literatura erótica, en esta última entiéndase a
Boccaccio y la revista Playboy, obviamente), páginas 861-866. También la
página 950, la de los niños polacos, etcétera, etcétera.
Bien, y
aunque haya sido con nuestro regimiento 310 de infantería hipomóvil,
perdedor y desertor, la cosa es que ya enfilamos, ya pasamos tropa a las
5 divisiones de este soberbio ejército. Se acabó la glosa, estamos en
los descuentos, llegó la hora de rematar.
Fernando
Vallejo, el ya viejo escritor gay colombiano y autor de La virgen de los
Sicarios (es más contundente la película de Schröder en todo caso, y
esto lo afirmo para seguir en su onda crítica de hueveo), recién, hace
muy poco, afirmó que la prosa de Bolaño es paupérrima y, aunque
exagerado, en cierto sentido tiene razón, pues, no se encontrará aquí el
lenguaje o estilo de El siglo de las luces, de Paradiso o Tres tristes
tigres (caldo de cultivo cubano para cierta charlatanería neobarrosa).
El amargado pero simpático polemista de Medellín, se olvida que el
objetivo final de una novela es la historia misma y no tanto su cáscara.
Claro, por supuesto, en literatura el "cómo" siempre importa, la novela
debe estar siempre literariamente narrada, mas no necesariamente una
prosa es mejor por su pirotecnia verbal o de cascabel sonoro pero vacío.
El desbarrancadero, la onda de Bolaño va por otro lado, ya que el autor
chileno, en sus escrituras de prosa llana -y sobre todo en ésta su
novela más Aristotélica- hace toda su apuesta por la trama, por el
argumento, por el hilo conductor, a la manera de Auster, de Houellebecq,
de Bukowski, de Martin Amis, todos autores que de yegua loca o de pavo
reales no tienen nada. Pues, ¿para qué localismos o exuberancias
gratuitas, de loquitas o amariconados? Los escritores recién mentados
están lejos del preciosismo, del caracoleo o uso de los arabescos en la
prosa, una prosa en todo caso, que no está exenta o a la que no le
faltan paisajes de verdadera poesía, una poesía tierna, triste, sucia,
prístina, directa, puesto que "toda la poesía, en cualquiera de sus
múltiples disciplinas, está contenida o puede estar contenida, en una
novela...(Hans Reiter respondiéndole a su amada Ingeborg, "2666",
pág.969, , La parte de Archimboldi, Libro 5, Deuteronomio)".
Con respecto
a lo mismo, es decir a lo de la prosa pobre a la que se refiere el
colombiano, como anécdota, habría que señalar que Roberto Bolaño es el
joven que descubrió, por ejemplo, la literatura rusa en papel roneo y
con traductores al español anónimos, en ediciones populares de la
antigua casa editora Quimantú, y que su jerga sería, posteriormente, la
jerga de quien ha leído y se ha criado leyendo libros de Anagrama o del
dipsómano Carlos Barral, libros que en todo caso "no le importaba
prestar o perder o que se los robaran (pág. 211, "2666", La parte de
Amalfitano, Libro 2, Éxodo)".
¿Quién dijo
que la novela, realista más encima, había muerto? Otra constatación:
hacía mucho tiempo, desde 1842, con Las almas muertas de Gogol por lo
menos, que un autor, dentro de una novela portentosa, voluminosa, como
es esta, no le entregaba tanta dignidad a sus personajes. Sí, ya sé, me
dirán, ¿y qué pasa con Los Hermanos Karamazov, o con (a estas alturas
empalagosa) Cien años de soledad? Bueno, les respondo de inmediato,
estamos hablando de cosas diferentes; aquellas novelas tienen
personajes, y muchos, pero no conforman, no alcanzan a llenar un
estadio, me refiero a un estadio repleto de público y donde más encima
cada uno de sus asistentes puede transformarse, a cualquier descuido, en
cualquier momento, en protagonista del juego. Aquí asistimos a algo
diferente, porque en 2666 estamos ante la sensación de que en cualquier
recoveco –dentro del laberinto technicolor de caracteres que presenta el
arte de esta novela-, el lector puede tomar, hacer un close up y seguir
a cualquiera de uno de estos personajes, al personaje de su afecto e
incumbencia. Casi todos personajes que se presentan, cual madejas de un
ovillo de lana o hilo interminable, como verdaderos Frankenstein que el
autor crea y luego hace desaparecer, arbitrariamente, cuando le place,
en cualquier lugar o en el momento menos oportuno. Y esa es la gracia,
casi una tarea para la casa, que el lector pueda y se sienta capaz de
crear su propia novela con cada uno de estos potenciales protagonistas.
¿Y qué es esto, qué significa, sino más que el arte de la verosimilitud,
el talento de narrar, el talento de contar? Vallejo Fernando, no te
dejes influir por tus prejuicios puristas de la lengua, lee primero y
luego opina.
Por último,
sensación de estar frente a un gran largometraje, donde se podrían
extraer varios y variadísimos cortos. Sensación de que podríamos estar
hablando horas acerca de este libro, antes o después de una visita a
"Asuntos Internos", comiendo en el "Restaurante El rey del taco", o
bebiendo mezcal "Los suicidas" en el bar "Los Zancudos" o "Los Primos
Hermanos". Una sensación de lector-oyente y déspota, como el sultán
Schahriar en Las Mil y una noches (1001 noches), quien
expectante, atrapado, va siguiendo la trama que sale de los labios de su
cautiva, pero con la sensación y la esperanza que el condenado Bolaño,
como la reina Scheherazade, finalmente, logre ser perdonado y absuelto.
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