26.Mar.22

 En el mar

Si vas a amarme no lo hagas por el poema, ni por la boca:

ámame por mi sentido del olfato,

porque cuando despertó lo hizo con toda la violencia cerebral,

y el aroma del mundo entró a mi cuerpo como a una casa abierta.

Menta madre, campos de lavanda, flores aromáticas, petricor de lluvia piadosa,

loa de la cocina.

Día tras día, oculta en una habitación iluminada por la luz del norte,

alta y fría, imaginé las palabras del aroma,

el lenguaje de la aspersión de los aromas,

y el pasto crecido y la hierba ondulante susurraban algo parecido al silencio.

Fresca de rebrotes, pequeña en su resplandor de almácigo,

la tierra tiene un nombre oculto para cada ser vivo.

Menta entre mis dedos, perfumada como ninguna otra cosa del mundo,

esparce sus esencias por donde voy.

Camino entre las huertas: de un lado

los viejos nogales del tiempo, del otro la acequia, el canto de la caña,

las arrugas en la piel del agua; las piedras blancas y redondas y directas,

que en su dureza nunca han guardado un misterio.

Mi paisaje interior es de arena, y en mi pecho, cálido,

un sol se hunde entre mis omóplatos de río,

huesos del mismo color y densidad que la osamenta de todos mis muertos.

Si vas a amarme, debes hacerlo por el olfato,

por la vez en que recuperé la sagacidad y me sacudió el rostro con un manojo de

menta,

un destello de palabras, el sabor fresco, rígido, concentrado, verde oscuro,

de un puerto lejano, de islas de nombres desconocidos.

Si me vas a amar, ámame por mi felicidad del cielo gris y abierto de la tormenta,

por el sahumerio al fondo de los campos, el incendio de la belleza, el olor que se

disemina

y flota en el ambiente con notas cítricas, de chocolate y café, expansivas,

enaltecedoras de la conciencia pura de la existencia.