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2 de julio, 2014
Crónicas de Ojeteperro o las
aventuras magníficas, hipersensibles y
deliciosas de un erudito dionisíaco
Por Pterocles Arenarius
De El Azteca a Madero, Crónicas y curiosidades
de Ojeteperro.
Jorge Arturo Borja.
Editorial Eterno
Femenino, 2014.
El acto de leer, como todo acto en la vida,
puede ser utilitario; esto es, realizado para
obtener de él un beneficio. En general se
considera que el agasajo de leer se encuentra sólo
en el terreno intelectual. Es cierto en gran
parte. Pero no es todo. También, como anota
Jorge Borja en su ensayo “Breve elogio a la
lectura”, que se encuentra en este libro que
estamos comentando, bien podría ser su objetivo
la iluminación. Pero la mejor lectura es la que
se hace por placer, como se demuestra en el
texto de marras. La lectura es un placer
lánguido, dijo Borges. La lectura es un acto que
involucra un gran número de nuestras facultades
intelectuales y no pocas físicas relativas a
nuestra facultad reina, la vista. Pero la
lectura de Crónicas y curiosidades de
Ojeteperro, también llamado De El Azteca
a Madero, será muchas cosas, implicará
placeres de muy diversa índole y hasta dolores,
pero nunca será lánguido.
Pero, además de no ser lánguido, acumula una
serie de las maravillas que la obra en letra
escrita puede brindar a un lector. En efecto,
porque si la intención es de aprendizaje, de
obtener datos valiosos e insólitos de la
historia, ahí están, en primer lugar en la larga
crónica de la calle de Madero, pero luego, no
menos valiosas son las reseñas de varios
escritores. Es decir, para seducir al
conocimiento y la inteligencia es un manjar este
libro. Y para gustos más recios, para paladares
que requieran regustos ásperos, las crónicas de
los bares y las descripciones y aventuras de los
personajes. Pero lo más agradecible de este
libro es el hecho de que leerlo es un gran
placer. Leerlo sin pretensiones, como un regalo,
como lo que es, una obra de arte en la que el
artista ha procesado a través de sí mismo los
materiales de la vulgaridad cotidiana, la calle
de Madero ahí está, los antros, las muchachas de
los teibol-dans, Garibaldi, los alcoholes…, y
cualquiera pensaría que nada ocurre, sin
embargo, gracias a este autor nos llama la
atención al milagro, “Cuando nada ocurre hay un
milagro del que nadie se percata”. Eso es este
libro, el milagro que Borja nos pone ante los
ojos. Pero es un milagro que él construyó con
palabras.
Tengo que anotar que en Crónicas de Ojeteperro
campean la inteligencia y el oficio de un gran
escritor. Voy en total desorden. Hay, por
ejemplo, un pensador que nos lleva a la
reflexión más o menos amarga, aguda y mordaz, a
través de sus “Siete aforismos para un domingo”.
Pero no menos encontramos a un historiador que
hace de la calle de Madero un sitio mítico; es
una especie de Aleph en el sentido Borgiano en
donde podríamos estar observando la historia de
México en cada uno de sus rincones, en sus
entrañables y fastuosos edificios, en su
trayecto menos de un kilómetro, está el devenir
de esta nación, el micro y el macrocosmos de los
hechos históricos. Nunca se volverá a ver la
calle de Madero con los mismos ojos luego de
leer “Desde las puertas de la sorpresa”, esta
crónica inolvidable. Muy lejos de la languidez,
este retrato múltiple es delicioso por su
erudición aterrizada en anécdota, por su
descomunal conocimiento de detalles que nadie
sabía, por sus personajes que nos han dado
identidad y origen, por sus muchedumbres y por
las desgracias que también ahí se fraguaron. |
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Las Crónicas de Ojeteperro, son como una
deliciosa conversación con un narrador
entrañable, por más que de pronto sea sórdido,
como cuando nos habla de “El barco de plata”,
ese perdido galeón de ilusiones dulcísimas y
arrepentimientos negros; medio misógino desde la
dedicatoria que arranca una carcajada y la
exclamación de “Pero qué cabrón es este pelao,
qué güevos tan azules”, frecuentemente
estrambótico y a menudo en el filito de la
navaja, no pocas es veces entrañable como cuando
describe a un extraordinario novelista como lo
fuera Raúl Rodríguez Cetina, bien conocido por
El Muñeco. Agudo, extraordinariamente
documentado, inteligente, preciso, el libro nos
deslumbra con reseñas sobre escritores como
Charles Bukowsky, Manuel Gutiérrez Nájera, Ramón
López Velarde, o el inolvidable autor Guty
Cárdenas, o el maravilloso diálogo entre dos
monstruos de la narrativa latinoamericana y
mundial, García Márquez y Juan Rulfo. Un alarde
de conocimiento, de imaginación y de audacia
literaria.
En cuanto a la forma, los textos tienen una
serie de ingredientes que los vuelven,
paradójicamente, dentro de, a veces, lo sórdido,
lo moralmente lúgubre en otras, ligeritos,
digeribles, divertidísimos, cuando no es que de
plano arrancan las carcajadas. Pero casi todos
acumulan una virtud que podría volverse reclamo,
todos nos dejan con las ganas de seguir leyendo,
con la sensación de quiero más, como si hubieras
estado con una amante de gran dulzura que de
pronto dijera fue bonito mientras duró y te
dejara deseándola. Todos los textos corren
veloces y alegres, estamos ante una prosa
erudita y exacta.
Toda obra de arte es un acto de seducción.
Las Crónicas y curiosidades de Ojeteperro
nos conducen indefectiblemente al gran gozo. Hay
que retorcerse de risa, hay que decir a veces
“Ay, cabrón”, hay que agradecer tanta
inteligencia y conocimiento, hay que treparse en
un viaje que nos estimula, aunque fuertemente a
veces, de manera muy agradable siempre.
Por último dejo al final la crónica en donde
Borja habla de Edmundo Valadés, el gran maestro,
el extraordinario aunque parco cuentista, el
infatigable y grandioso antologador, el hacedor
de escritores. Es cierto que Borja y el de la
voz compartimos la deliciosa amistad y la
sabiduría del maestro Valadés, es cierto que
Borja y yo nos hemos hecho juntos e influenciado
mutuamente y compartido lecturas y creaciones e
influencias y amigos y también…, más cosas y, en
general, la vida, de una manera que llamaría
promiscua. En lo que a la literatura se refiere,
Borja y yo somos gemelos, aunque yo esté mucho
más viejo. En fin, somos carnalitos y si algo
hemos logrado, lo hemos hecho juntos. Así que,
en la crónica del bar Negresco hay una serie de
homenajes a mi persona que resultan
absolutamente exagerados, descomunales,
inmerecidos. Porque yo soy un discípulo de
Borja, soy su seguidor y muchas veces su
amanuense. Es más, lo confieso, no lo he robado,
literariamente hablando, lo he saqueado. Y
además soy su fan.
De El Azteca a Madero,
Crónicas y curiosidades de Ojeteperro es la más
provechosa y plácida lectura, un gran libro
resultado de, como dijera Sabato, la gran obra
es el producto de “un gran hombre que ha
escrito”. Gracias, querido Borja por este
extraordinario trabajo.
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