En la cultura mexica solo los hombres y las mujeres de edad
podían beber pulque en las fiestas, refiere Fray Bernardino de
Sahagún que ya “estando borrachos, comenzaban a cantar; unos
cantaban y lloraban, y otros cantaban y habían placer (sic);
cada uno cantaba lo que quería, y por el tono que se le
antojaba; ninguno concertaba con otro.”
Con la llegada de los españoles se aflojaron las costumbres y se
extendió el consumo de pulque a todas las edades y ocasiones. A
mediados del siglo XVII las autoridades intentaron reglamentar
lo que ya consideraban una fuente de gran desorden social,
primero prohibieron las yerbas que se usaban para curarlo,
después las bebidas compuestas como guarapo, charanga y
chiringuito (mezclas de pulque con otros fermentados), y por
último les exigieron nombre y tarjeta de presentación a los
lugares donde se expedía el divino néctar; ya para 1794 el
virrey Juan Vicente de Güemes ordenó que en cada local se
construyeran “corralones” (baños) separados para cada sexo
porque por lo general hombres y mujeres compartían los mismos
para platicar y hacer sus necesidades.
A principios del XIX el pulque había superado todas sus
prohibiciones. Se vendía neutle en figones, almuercerías o
tabancos, lo mismo en el desayuno que en la cena. Las pulcatas,
que proliferaron como hongos, eran centro de solaz pero sobre
todo de esparcimiento donde alegremente libaban hombres y
mujeres, degustando de los antojitos que ahí se servían y
disfrutando de la música y el bailongo que se prolongaba hasta
muy entrada la noche.
Así lo cuenta Manuel Payno en Los bandidos de Río Frío: “Cerca
de las tinas (de pulque), ocho o diez mujeres de zapato de raso,
pierna pelada y enaguas anchas y almidonadas, cantaban y
zapateaban un jarabe, alternando con versos picarescos, y los
bandolones y el guitarrón, al acabar el estribillo, se hacían
casi pedazos; risas, aplausos, cocheradas (palabrotas de
cocheros), palmoteos, gritos, cuantas formas de ruido se pueden
hacer con la voz y con las manos”.
Para evitar escándalos, desmanes y faltas a la moral, las
autoridades mexicanas del siglo XIX, decidieron restringir la
entrada de mujeres a las pulquerías, por lo que los empresarios
inventaron el “departamento de damas”, apenas un mostrador sin
mesas ni comida, para que las féminas adoradoras de la leche de
Mayahuel pudieran consumir apartadas del sexo feo, que así se
definía al masculino. Este departamento tuvo su equivalente en
los bares de postín con los llamados Ladys bars a partir de
1934.
La segregación tuvo un impacto social en la imagen que se dio a
la mujer bebedora, pero especialmente a la que se encontraba en
las cantinas, sucesoras de las pulquerías, en donde por años se
mantuvo un letrero que decía “Se prohíbe el ingreso a perros,
mujeres, mendigos, vendedores, uniformados y menores de edad".
En el imaginario popular se mantuvo como dogma de fe esa vieja
consigna de los maestros mecánicos “El hombre es fuego y la
mujer estopa, viene el diablo y sopla”.
Se estigmatizó a las mujeres que desafiaban esta prohibición,
las bebedoras solo podían pertenecer a alguno de estos tres
tipos: la teporocha, la machorra o la prostituta. En el cine se
caricaturizó su imagen, como en el caso de La Guayaba y La
Tostada (Amelia Wilhelmy y Delia Magaña) que le robaron cámara
al mismo Pedrito Infante en la cinta Nosotros los pobres
(Ismael Rodríguez, 1948), y que luego continuó Liliana Arriaga,
La Chupitos, en la televisión.
En la canción bravía, el ejemplo más acabado de bebedora
machorra fue sin duda Lucha Reyes (María de la Luz Flores
Aceves), la genial expositora de un género que desafiaba el
machismo imperante bebiendo tragos de tequila durante el show y
copas de coñac en los entreactos de sus presentaciones en el Río
Rosa. En su voz y su fuerza interpretativa se cifraba la
reivindicación de las féminas desterradas de la cantina, pero no
por eso menos consumidoras de alcohol que los machos, como lo
afirmaba en una de sus interpretaciones más celebradas:
“Borrachita de tequila llevo siempre el alma mía
Para ver si se me cura de esta cruel melancolía
Aaaay, por ese querer ¿pos qué le he de hacer?
Si el destino me lo dio para siempre padecer.
Como buena mexicana sufriré el dolor tranquila
al fin y al cabo mañana tendré un trago de tequila.”
Fiel hasta el final, a sus convicciones y preferencias, la noche
del lunes 24 de junio de 1944 Lucha Reyes se tragó entre buches
de tequila, 25 nembutales que la condujeron al sueño eterno.
El tercer tipo de bebedora era la prostituta, la amiga de
parranda a quien se han dedicado las metáforas más exquisitas de
la música tropical, la virgen de medianoche, la mariposa
equivocada que también saltó a la pantalla de plata en el
subgénero de las ficheras que inundó los cines entre los setenta
y ochenta del siglo pasado llevando como estrellas a Lin May,
Angélica Chaín y Shasha Montenegro, quien acabó como esposa del
ex presidente López Portillo, ilustre varón que aún gobernaba
México en 1982, cuando se reformó la Ley de Establecimientos
Mercantiles, con la cual se permitió de nuevo la entrada a las
mujeres en cantinas y pulquerías, sin necesidad de marchas ni
plantones y sólo por una alegre concesión del poder aunque
después se haya dicho que fue el resultado de una conferencia
mundial feminista ocurrida en México siete años antes y del
clima de empoderamiento del bello sexo.
Al principio las féminas penetraron cautelosamente a ese templo
masculino para saber qué encontraban de solaz y esparcimiento
los hombres que ahí se refugiaban. Una reportera de Contenido,
cuyo nombre no recuerdo, entró a La Hoja de Lata para hacer un
reportaje sobre las cantinas y apenas alcanzó a tomar asiento
cuando el cantinero Ismael, celoso guardián de la tradición, la
corrió con voces destempladas.
Ni el recibimiento hostil ni el acoso de los hombres, desalentó
a las damas, que en poco tiempo acudieron en tropel para conocer
el mundo de sensaciones y emociones que ahí se generaban, y en
cuestión de meses se aclimataron para convertirse en clientes
consuetudinarios de estos establecimientos dedicados al dios
Baco. Así se terminaron años de estereotipos y restricciones
absurdas.