Desde que en 1982 se permitió la entrada de mujeres a las
cantinas de la Ciudad de México, estos centros de esparcimiento
exclusivamente masculino, se convirtieron en recintos propicios
para el juego de parejas, en donde al calor de la música, la
conversación y las copas, inevitablemente se enciende la llama
erótica que acaba con el tanteo para empezar con el tentoneo.
Una de las propiedades que se atribuyen a fermentados y
destilados es la de ser afrodisiacos. Cierto o no, la idea
generalizada es que mientras tengan un origen más exótico, la
gente les concede mayores poderes sobre la libido. El actor
mexicano que tal vez apareció en más escenas de cantina, Pedro
Infante —quien raramente bebía en público—, tenía por costumbre
familiar escanciar dos copitas de coñac antes de una faena
amorosa. Si se tiene en cuenta la cantidad de parejas que se le
conocieron, entonces puede calcularse la efectividad de este
destilado francés.
También es sabido que el alcohol disminuye las inhibiciones
morales o sociales que se interponen en la satisfacción del
deseo. En una escena de Casablanca (Michael Curtiz,
1942), los personajes protagónicos Rick Blaine e Ilsa Lund
(interpretados por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman) prenden el
fuego del adulterio en el bar La Belle Aurore de París brindando
con champaña, sin importar que el ejército alemán esté entrando
a la Ciudad Luz ni que al otro día ellos puedan amanecer
muertos. Sólo les importa el efecto de las burbujas heladas
sobre su corazón caliente.
Hay quienes recurren a protocolos aun más sofisticados. Un
historiador me confió la fórmula infalible para cristalizar un
romance de cantina, sin necesidad de una cartera llena. Me dijo
que como aperitivo había que invitar un chartreuse amarillo, el
licor aromático de hierbas y miel, inventado por los cartujos.
Proseguir con una comida ligera; y, en la sobremesa, mientras
se estimula la digestión seguir con un chartreuse ahora verde,
repetir al oído de él o la elegida el conjuro mágico de
Xochiquétzal, la diosa prehispánica del amor, el placer amoroso
y las artes. En caso de ignorarlo, me dijo, se puede sustituir
por los versos de “Amiga a la que amo”, poema de Rubén Bonifaz
Nuño. Y que inmediatamente la otra persona se sentiría dispuesta
a perderse entre los laberintos del placer.
En su inolvidable cuento “La tumba India”, José de la Colina
hace del Min Yulep un catalizador de las memorias dormidas en la
piel. Con esa combinación de bourbon, azúcar y menta, dos
amantes brindan por primera vez en un bar de Paseo de la
Reforma, pero también se despiden en un diálogo de fantasmas:
“—Sabes que te quiero —dijo ella, mirándolo con una tierna
sonrisa, como a un niño—. No soy una ramera. Imposible haber
tenido una relación así contigo
y no quererte. Pero...
—Pero no me amas, eso es todo. ¿ Y cómo te atreves a decirlo,
cómo te atreves, cómo te atreves si nos hemos acostado juntos,
si conozco cada curva, cada
rincón y cada lunar de tu cuerpo, si conozco tu piel, tu calor,
tu sabor, tu aroma, si he visto la frialdad fundirse en tus ojos
verdes, si te he oído pedir más, gimiendo de placer, si conoces
mi cuerpo y lo has besado sin pudores, si conoces el sabor de mi
lengua, si me has dicho durante el acto que la gloria sería
morir así, cómo te atreves, di, cómo te atreves a decir que todo
ese placer será entregado al olvido, que todo ese placer fue sin
amor?”
Para el poeta R. Israel Miranda, visitante consuetudinario de
los bares del centro, resulta inocua la bebida y lo que
verdaderamente incita es el envase que la contiene: “Ella me
invita a beber de su boca/ cerveza y saliva. Consiento,/ y
entonces desata una serpiente/ que se enrosca en mi lengua/ y
muerde mis labios hasta sangrarlos./ Aprieta su cuerpo contra el
mío/ y empieza a restregarlo en una danza de reptil.”
Con el entusiasmo que las pulquerías han desatado entre los
jóvenes, hay algunos que afirman que un pulque blanco, del
“chamaquero” o “cuatero”, o el llamado “viagra mexicano” —curado
de jitomate con ostiones —, son más efectivos que cualquier
destilado del viejo continente para incendiar la entrepierna y
provocar que los amantes no esperen el “campo de plumas” para
dirimir sus apetitos y recurran en plan de urgencia sexual al
baño del lugar.
Vale la pena advertir que aunque la Encuesta Nacional de Sexo de
2017 registra que el 42.3% de los declarantes afirmó haber
tenido relaciones bajo el influjo del alcohol, siempre es
conveniente atender la dosis de las bebidas si no se quiere
fracasar en la encomienda más entretenida y emocionante de
nuestra naturaleza humana.