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Juan Cu 

 
     
     
     
     
     
     
     
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25 de diciembrede 2020

 
     
 

CASANOVA Y VOLTAIRE, Sel. Juan Cú, DIÁLOGO CRÍTICO POÉTICO

CASANOVA Y VOLTAIRE

Sel. Juan Cú

 

DIÁLOGO CRÍTICO POÉTICO

 

 

 

        

 

Giacomo Girolamo Casanova (Venecia, 1725— 1798, Bohemia, actual Checoslovaquia) tiene en su contra la personalidad histórica de un aventurero, por tal motivo pocos estudiosos de sus escritos han reparado en sus obras particulares y las de su siglo.

 (Octavio Paz emprendió el rescate de un contemporáneo de Casanova, El Marqués de Sade en el siglo XX, pese a la opinión contraria que de Sade se tenía en México y el mundo) 

Casi todo lo que escribió Casanova se encuentra inédito por temor a ser publicado.

Lo que está impreso se encuentra censurado por haber sido un crítico de la aristocracia de su tiempo, y por lo mismo se han omitido los nombres de reyes y condesas que convivieron en su época en los pocos escritos que se conocen.

La breve selección que ahora publicamos lo forman tres capítulos extensos de sus memorias, en los que únicamente se habla de literatura y poesía con el famoso crítico Francois Marie Arouet, conocido como Voltaire (París 1694–1778). Entusiasta colaborador, sobre poesía y literatura, de la Enciclopedia (1751) de Diderot y D'Alembert. Completa, 18 volúmenes, de la Enciclopedia Francesa más famosa que se editó en el siglo XVIII con el nombre de Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios.

(Cabe señalar que existe la Enciclopedia Francesa completa en faccímil donada por el gobierno francés a la U.A.M del norte de la ciudad, de la que se pueden desplegar hasta diez metros de láminas en blanco y negro de toda arte de oficios de la época en el s. XVIII, se encuentra encerrada bajo llave en su propia biblioteca, sin poder consultarla masivamente).

El diálogo se realiza en la casa de Voltaire, es una conversación histórica sobre el  lenguaje que no deja de ser actual por la interpretación de los valores clásicos alejados de la fría postura académica de nuestros días. Los dos grandes escritores ofrecen a nuestros oídos curiosas opiniones y valoraciones del trabajo poético de los poetas del pasado. No es la opinión de la academia, insisto, que tenía, en aquel entonces, poco en ser fundada en los países europeos, sino de escritores autodidactas que se formaron en sus propias particulares bibliotecas.

Estos dos personajes distan mucho sus opiniones con respecto a los Premios Nóbeles de poesía y literatura del siglo XX, y aún del siglo XIX, es por ello, su valor de curiosidad histórica y de conocimientos sobre la comparación del canon occidental (griego y romano) desde hace más de tres siglos, y que por primera vez se publicaron para la revista electrónica “Poetas luz desde el inframundo” y ahora en Tulancingo cultural. Juan Cú

La traducción de esta obra fue efectuada por Helena Marty.

Título original: Histoire de ma vie. Memorias (1725–1786)

Giacomo Casanova

Tomo 2

BIBLIOTECA BÁSICA UNIVERSAL

Dirección: Jorge Lafforgue.

Voltaire —Me ha dicho que los italianos no están contentos de su escritura.

Casanova —Lo creo; en todo lo que ha escrito, abundan los galicismos. Su estilo es lastimoso.

Voltaire —¿Pero es que los giros franceses no hacen más hermosa esa lengua?

Casanova —La hacen irresistible como lo sería la francesa acribillada de palabras alemanas o italianas, aun cuando fuera el señor de Voltaire quien la escribiese...

¿Le gusta la poesía?

Casanova —Es mi pasión.

Voltaire —¿Ha escrito muchos sonetos?

Casanova —Diez o doce, que acepto, y dos o tres mil que no he vuelto a leer.

Voltaire —Italia tiene pasión por los sonetos.

Casanova —Sí, si se puede llamar pasión la inclinación a dar a un pensamiento una medida que pueda hacerle resaltar. El soneto es difícil, porque no es lícito alargar ni acortar la idea que ha de adaptarse a los catorce versos.

Voltaire —Este es el lecho de Procusto, y por eso es que tienen tan pocos buenos. En cuanto a nosotros, no tenemos uno solo bueno, pero es defecto de la lengua.

Casanova —Es defecto del genio francés; porque se cree que un pensamiento dilatado ha de perder toda su fuerza y todo su brillo.

Voltaire —¿Y no comparte esa opinión?

Casanova —Perdón. No se trata más que de examinar el pensamiento. Una buena palabra, por ejemplo, no basta a un soneto; esto es, en italiano como en francés, del dominio del epigrama.

Voltaire —¿Cuál es el poeta italiano que prefiere?

Casanova —Ariosto; pero no puedo decir que prefiera a los otros porque es el único que me gusta.

Voltaire —Sin embargo, conoce los otros.

Casanova —Creo haberlos leído todos, pero todos desmerecen ante Ariosto. Cuando hace quince años, leí todo lo malo que de él usted dijo, pensé que se retractaría cuando lo hubiera leído.

Voltaire —Le doy gracias por haber creído que no lo había leído. Lo había leído, pero yo era joven, poseía superficialmente su lengua y con un criterio influido por italianos que adoraban al Tasso, tuve la desdicha de publicar un juicio que creía el mío, mientras no era sino el de la prevención irreflexiva de los que me habían influido. Adoro a Ariosto.

Casanova — ¡Ah! Señor Voltaire, respiro. Pero, por favor, deje de lado a la obra en que ha ridiculizado a tan grande hombre.

Voltaire —¿Para qué? Mis libros están todos excomulgados, pero le voy a dar una buena prueba de mi cambio de parecer.

Casanova: Quedé absorto. Aquel grande hombre se puso a recitar los dos más largos trozos de los cantos treinta y cuatro y treinta y cinco, donde el divino poeta habla de la conversación de Astolfo con el Apóstol San Juan, y lo hizo sin omitir un solo verso, sin cometer la menor falta contra la prosodia.

En seguida señaló las bellezas con toda la sagacidad que le era natural, y con toda la precisión de un grande hombre. Hubiera sido injusto esperar nada mejor de los comentaristas más hábiles de la Italia. Yo le escuchaba con toda la atención posible, respirando apenas, y deseando encontrarle un error en un solo punto, pero perdí el tiempo.

Me volví hacia donde estaba la gente exclamando que estaba sorprendido, y que informaría a toda Italia de mi admiración. "Y yo, caballero, repuso Voltaire, informaré a toda Europa de la reparación que debo al mayor genio que ha producido".

Insaciable de elogios, que por tantos títulos él merecía, Voltaire me dio al día siguiente la traducción que había hecho del Ariosto que comienza por este verso:

Quindi avvien che tra principi e signori* [* Sucede luego que entre príncipes y señores.]

Al terminar el recitado, que le valió los aplausos de todos los asistentes, aunque algunos de ellos no comprendiesen el italiano, la señora Denis, su sobrina, me preguntó si yo creía que el trozo que su tío acababa de recitar era uno de los mejores del gran poeta.

Casanova —Divino, señora; pero no es el más hermoso.

Voltaire —¿Lo han santificado? No lo sabía —dijo Voltaire.

A estas palabras, todo el mundo se echó a reír, excepto yo, que me quedé callado. Voltaire, picado porque yo no me reía como los otros, me preguntó el motivo.

—¿Piensa —me dijo—, que es por un trozo más que humano por lo que se le ha dado el calificativo de divino?

Casanova —Seguramente.

Voltaire —¿Y cuál es ese trozo?

Casanova —Son las treinta y seis últimos versos del canto vigésimo tercero, en el que el poeta describe cómo Rolando se volvió loco. Desde que el mundo existe, nadie ha sabido cómo se adquiere la locura, si no es Ariosto, que lo estuvo a fines de su vida. Estos versos dan horror, señor Voltaire, y estoy seguro de que lo han hecho temblar.

 

 

 

 

 

 

 
     
     

 

 

 

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