“No hay buenos ni malos críticos, simplemente hay malas obras que
criticar, pero cuando no hay obra en un autor, los buenos y malos
críticos habrán de inventarla y cualquiera de los dos estarán pagados
con la posteridad.”
Tratar de ejercer la crítica, es decir los juicios que se concluyen al
leer alguna obra literaria, es muy complejo, las armas sistemáticas de
la investigación literaria modernas, en este caso por ejemplo: la
lingüística (véase Jacobson, Ensayos), pueden relatar el fenómeno de la
creación poética, la poética, digamos la de Shakespeare, bajo la
observación y lectura detenida de sus sonetos para luego tratar de
activar la función que realizan las entidades gramaticales y
lingüísticas... pero desgraciadamente no pueden concluir cuáles son las
leyes a que esas funciones obedecen para que cualquiera que no sea
Shakespeare pueda escribir un soneto a la manera del famoso dramaturgo.
(Este es el objetivo de cualquier ciencia. Un ejemplo más, aunque en
distinto nivel, son las traducciones de poemas en otro idioma).
Regresando, la dificultad de ejercer la crítica, es la misma dificultad
de aclarar el fenómeno de la creación poética, un poeta podría decirnos
algo más sobre la creación poética que una persona que no lo es, es
decir, un historiador. El problema es que los historiadores literarios
han establecido las leyes de la creación poética por el hecho de haber
estudiado esquemáticamente la historia de la poesía (antologías,
ensayos, reseñas, etc.), esto no es malo debido a que detrás de un gran
poeta, hay un gran crítico-historiador, y que entre ellos forman una
mancuerna grata en su beneficio. Pero el problema está cuando no hay un
gran poeta. Los críticos no tienen brújula. Peor, el crítico literario
dicta el canon, desde un decreto, desde la academia o desde el
periódico.
¡Y el problema ahora está en el territorio de los críticos y no desde
los poetas...!