LOS TRES ESPOSOS DE LA NOCHE

    “Negra cabellera enamorada”

    Jorge Luis Borges

     

     

    Habla la leyenda

    de una mujer morena apetecida,

    Noche. Seduce los espíritus   

    con sus joyas profundas y brillantes.

    Innumerables son los pretendientes.

    Luz negra apasionada,

    en un cielo donde lo prohibido no se escribe.                                                       

    Madre de los dioses, Hesioto la llamaba.

    Diosa que también es aventura.

    Dama voluptuosa de ferviente dominio

    viste de negro para ocultar sus llamas.

    Enamora con mansas brisas                                                        

    y se une en orgasmos de luna llena.

    Los planetas inflamados son testigos.

    La Noche que nunca fue virgen,

    visita con frecuentes hechizos.               

    Es un error creer que solo se comporta

    como cómplice pasiva    

    de humos ajenos,

    de cautelas olorosas,

    de palomas insaciables                                                                      

    de dóciles acontecimientos,

    de diálogos húmedos

    de la penumbra espesa

    que tiene manos, lengua, vapores rojos,

    carnes que gritan

    gotas de incendio en hornos desvelados. 

    Fueron tres sus esposos,

    dicen los vikingos en su leyenda.

    De la noche el primero, Naglfari,

    un príncipe azul o dorado, deseado mancebo.

    Satisfizo su ilusa inocencia de amante

    en un lapso, fugaz e intenso

    como se doma un fuego joven.

    Con él tuvo un hijo amplio, incierto,

    puro –Espacio su nombre–

    cual la vida por delante

    después de romper el compromiso.

     

    La unión duró un momento oportuno

    (y no más), enfatiza el mito.

     

    Ella, Noche de muchos, la cortó una vez agotado

    el salvajismo sin experiencia de los músculos

    que penetraron sus fibras oscuras, enardecidas,

    hasta el fondo de lo que es superficialmente penetrable.

    Su misterio de mujer permanece en ella,

    inagotable, atractiva tras la cabellera desatada.

     

    Libre ya, busca alguien que la consuma y aparte.

    La noche conquista.

    Bóveda suave de secretos

    oculta las semillas del bien y el mal en sus caprichos.

     

    El segundo esposo, como en los concursos,

    es el que más interesa.

    Su nombre es “el Otro” (no tiene otro nombre),

    según la leyenda antigua.

    Alguien supremamente desconocido

    con quien la intimidad puede ser absoluta.

    Oído, paño, agua y fuego en el desierto,

    cuerpo de fiesta que anima el recinto descuidado.

    La noche se le entrega osada, disuelta,

    valles y cielos se conjugan

    en oscuro juego sin fronteras.

    Pájaros, chicharras, silbidos lejanos, cantan, festejan;

    vientos nocturnos, respiraciones, pálpitos negros mecen

    la seguridad cómoda que el anonimato enardece.

    Fácil la entrega. No la acechan ansiosos interrogantes.

    Con el Otro sabroso un manjar comparte

    de ardores secretos. El silencio no duerme.

    A veces apaga cobardemente los brillos.

     

    Y de la Noche (de su vientre hermoso)

    y el Otro, nace una hija, que llaman Tierra.

    La trágica tierra, hija de la noche y el Otro,

    casi huérfana y a menudo confundida.

    En la mitología vasta, también Odín, fue padre

    de una hija cuyo nombre era tierra.  

     

    No discute la leyenda si hubo un divorcio

    ni la desnudez indescifrable de sus bodas,

    mas sí que por fin la Noche, en su madurez opta

    por escoger un tercer cónyuge aceptable,

    rubio de raza, brillante, prometedor, vikingo

    (en conformidad con los cánones casamenteros de las madres).

    Amanecer, Delling, su nombre preciso;

    nombre reflejo del alma, poder en letras y sílabas,

    pausas y horas destinadas.

    “The third time is the charm”, dirían en inglés las lenguas chismosas.

     

    Y del Amanecer y la Noche, diosa acogedora y llena,

    nace Día, como si de la muerte brotase

    una blancura concreta y explosiva.

    Nace con todos sus dientes.

    Desnudo como niño y como liberada doncella

    tomando el sol a sus anchas.

    A la familia del padre se parece.

     

    Hundidos tras ariscas decisiones, sus esposos muertos,

    la Noche fértil perdura en el Espacio, la Tierra y el Día.

     

    Los nacimientos y las muertes de la Noche

    no tienen hora, se pierden, se alargan

    en la embriagante negrura donde todo crece.

    Quienes gozan el amor intenso de sus caricias oscuras

    sufren un ardor oculto bajo su cuerpo robusto y suave,

    cuerpo de luz y de tinieblas.

    (Roque Dalton amó a la vez cuatro mujeres lejanas).

     

    La noche, madre y esposa.

     

    Las tibias sombras que cobijan magias y paradojas inventan

    poblaciones invisibles y ciertas,

    el paraiso y el infierno.

     

    Negra cabellera enamorada,

    la Noche siempre se casa tres veces.

    Su piel es como la nuestra.

    La leyenda no termina. Queremos hijos.