Te conocí saltando
sobre el cemento de las calles.
Sin creer en Dios.
Harta de puertas cerradas.
Acomodando tu dolor a la rutina.
La sonrisa descarnabas en los puentes del circuito…
Y en los pliegues de tu boca.
Yo… imposible,
te miraba más allá del aire…
urgida de resurrección.
Te miraba palpándome,
Apostando al tiempo que me queda
para no saber, para no saberlo todo
de la aguja y el camello
del salto al desacato
la oxidación del amor
de los rostros que olvidaron.
Del crimen de la mentira en la palabra.
Del eterno retorno.
De ti… de mí.
Me desarmo,
mencionas que el mar se arrodilla cuando le
creemos,
que las estrellas titilan al mirarlas
y no encuentro la opción para rendirme.
No quiero despreciar la sorpresa.
Me sobran las alas de algún sueño
donde nos encontramos y yo te rescataba,
sabía que éramos la misma.
La del cemento y el puente,
la del dolor y la niebla.
Y el tiempo se detenía a nuestros pies,
nos dejaba escarbar la vida
en la tierra de nadie,
con las uñas.
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