¿Sabes de la tierra no prometida?
Del sitio del olvido donde nuestro paso
es pausa.
El miedo ulula y se pega como piel al
hueso
en forma vertical, entre los ojos,
y nosotros delatamos
los mitos que del infierno se avorazan,
y nos hacen pusilánimes porque nos
prometen cenizas
como último destino y no sabemos qué
gritar
cuando canta el gallo con reloj adentro
dos horas antes de la luz
y el amor se hunde en su hora pico.
Es preciso no dispersarnos en preguntas
que nunca se desnudan,
que encubrimos con sollozo sincopado
entre lágrima y lágrima
y la retractación se amotina en la
garganta
cuando tiemblan las cuerdas al cantar el
próximo presente.
La mariposa se acerca, tengo miedo de su
aleteo.
No creo en las horas de primavera que
rumoran su muerte.
Creo que murmura,
sacude en mi, enigma y arrepentimiento.
Quedan atrás los ojos que no se
reflejaron,
la sangre que en el cuerpo es país
insumiso
y el enemigo, punto de fuga
buscando su raíz en alguna vena.
La sorpresa se atropella.
En mi persistencia es juez y parte,
salmo que desde mi umbral
entona un loor a la certidumbre y ruega
fertilice
la intermitencia y el hábito.
En las razones con que existo.
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