De
pie, casi desnuda,
frente al espejo te observas.
Entre
los dedos miras
el
alboroto de tus cabellos.
Recorres el esternón,
lo
toqueteas,
es
tronco con espinas que parecen costillas
hachas que hacen tajo, la entretela del ánimo
y en
hoyo transforman el estómago.
Tu
sonrisa es el rostro de la muerte
encerrada bajo la piel, con la llave de tus sensaciones
que
mantienen cierto balance
para
no sentirte perdida
entre
el candado y el sepulcro.
Quieres morir.
El
dolor es escándalo.
Tus
quejas me persiguen
se
recargan junto a mí sobre la barda de la azotea
que
hace frontera con las teorías de cómo huir a otro planeta.
Viva-muerta sientes miedo,
debes
escapar de la desesperación
y
evitar la caricatura de este mundo paradójico.
Temes
que el sol muera en tus pulmones
y sus
cenizas escapen en una bocanada.
Por
cierto,
a
tres pasos del abismo
están
los cigarrillos,
sostienen la hipótesis que su efecto clausura
la
ocasión del llanto que te venga en gana.
Aspiras,
reconcilias el aquí y allá.
Las
sospechas necesarias abren la puerta de la casa.
Sales
oculta en tu centro
a la
indiferencia del sentido común que transita y se agiganta.
|