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								En busca del anillo de Salomón 
								
								
								
								
								(texto a manera de homenaje para la poeta 
								
								
								
								
								María Elena Solórzano) 
								
								
								
								
								  
								
								
								
								
								Por Adriana Tafoya 
								
								
								
								
								  
								
								
								
								
								Expreso mi gusto ante todos los 
								reunidos por haber sido elegida para entregar 
								estas palabras a manera de homenaje para la 
								maestra, cronista y poeta, María Elena 
								Solórzano, nacida en la bella Ciudad de 
								Delicias, Chihuahua, en 1941, perteneciente a 
								una generación de poetas hasta ahora 
								representada por Max Rojas, Elsa Cross, David 
								Huerta y Francisco Hernández, entre muchos 
								otros, y ante la cual, ella ha transitado de 
								manera paralela, principalmente en el marco 
								independiente, aunque ahora, con este homenaje 
								se enfila a compartir el marco temporal que sus 
								coetáneos forman. Está por demás comentarlo, 
								pero necesaria es una breve introducción a su 
								trabajo de estos años. María Elena ha escrito 
								una vasta obra con poco más de 20 libros 
								editados, entre ellos destacan, por el afecto 
								del oficio, y su inspiración, 
								
								Fridamariposa,
								
								
								Gruta de espejos,
								
								
								Urdimbre de conjuros,
								
								
								Ecos 
								
								y por supuesto, 
								
								Los secretos del enebro, 
								poemario con el cual se hizo merecedora del 
								Premio Nacional Tinta Nueva 2007. 
								 
								
								
								
								
								Es motivo de elogio, en la obra 
								de María Elena Solórzano, su canto místico, 
								dándole luz a la Diosa, acomodándola, en el 
								nuevo altar de este siglo. Pues la poeta, maneja 
								misteriosas y bellas alusiones a la antigua y 
								primigenia Diosa Blanca, ya sea transformada en 
								cierva, en luna o en la misma Saba, pues, a fin 
								de cuentas, como escribió alguna ocasión, Robert 
								Graves, “…cuando se escribe o se lee un 
								verdadero poema, es que un verdadero poema es 
								necesariamente una invocación a la Diosa 
								Blanca”. María Elena reconstruye esta mística y 
								le da sentido con sus palabras. Pues en sus 
								trabajos, ha desarrollado poemas oscuros, y 
								filosamente intencionados, a veces, retomando un 
								poco el tono de William Blake, en otros, 
								encarnando las respuestas, en voz de la amada de 
								Salomón. Canto, aunque salomónico, jamás 
								masculino, pues al ser acogida bajo la tutela 
								del maestro Enrique González Rojo Arthur, por un 
								tiempo, siguió el consejo, de no perder la voz 
								de su Naturaleza a lo largo de su recorrido en 
								la vida, así como por la escritura. Citaré, esta 
								importante reflexión gonzalezrojeana sobre el 
								carácter ontológico del poeta, tomado del libro
								
								
								En marcha hacia la concreción: 
								“El existente no es sólo un ente que pregunta, 
								sino un hombre, o una mujer que pregunta, y que 
								pregunta no sólo desde su conciencia o su 
								sujeto, sino desde su género, un género, que 
								tiene, sin duda, una dimensión biológica, pero 
								que adquiere también una dimensión social, 
								histórica y cultural”. 
								 
								
								
								
								
								Con esto, González Rojo refiere 
								que hay tanto un 
								
								sino 
								masculino, como uno femenino, que en este caso, 
								refiriéndonos al poeta, posee el ser al 
								mantenerse en equilibrio con su materia; o mejor 
								dicho, armonizar con la predestinación de su 
								carne. María Elena Solórzano lo ha logrado en 
								versos de sensible inteligencia, cito un 
								fragmento de 
								
								Gruta de espejos: 
								“La serena espera / descubro el fino pulimento 
								del aire, / el estigma cubierto de violetas, / 
								el oscuro párpado de mi alma”; ahora hago 
								hincapié, en algunos fragmentos de los 
								
								
								Secretos del enebro: 
								“Corre 
								la cierva entre los trazos de la grama, / los 
								perros van tras ese pelambre que refulge, / 
								rabiosos mastines la olfatean”. 
								 
								
								
								
								María Elena plantea a la Diosa como la 
								Naturaleza misma, originaria de todas las cosas 
								vivas, con las cuales puede fundirse y de las 
								cuales puede emerger, y que culturalmente a lo 
								largo de la historia la han simbolizado también 
								en la yegua blanca, en la cerda, la perra, la 
								zorra, la burra, o en comadreja, serpiente, 
								lechuza, loba, tigresa, sirena y bruja 
								repugnante, así como la musa triple para otros, 
								y comparto para ejemplificar estos versos del 
								poema Fimn y la cierva, también del 
								poemario Los Secretos del enebro: 
								“Saba era otra vez la cierva, / la que comía en 
								el pesebre / y cohabitaba con las bestias. / 
								Ella huyó y se refugió entre los helechos / con 
								su locura de pájaro extraviado”. Y estos otros 
								de La mujer de Cruden: “Ordeño la cabra y 
								guardo la leche / para que fermente con la luna. 
								/ Cubro el sagrado fuego con la frescura de la 
								noche”.  
								
								
								
								También encuentro en la poesía de Solórzano 
								rasgos trascendentes de la poesía náhuatl, de 
								ese lenguaje floral, que como un jardín se 
								desplegaba en la boca de los poetas, sin embargo 
								siempre dando diferentes tinturas a las flores, 
								que abundan en sus tipos, y que no sabemos si en 
								las traducciones quedaron sus nombres 
								clasificatorios perdidos; sin embargo, María 
								Elena Solórzano nos habla de todas las flores, 
								que son distintas, que significan diferentes 
								palabras, y nos recuerda ese carácter Oriental 
								que palpita en el corazón de la poesía de 
								Nezahualcóyotl, poeta filósofo rey, que urdía un 
								lenguaje vivo, y que correspondía a la 
								conciencia de ser fugaz en el mundo, pues 
								quedaba a merced del Orden mayor de la Vida. 
								Para María Elena, la mujer es “compañera de 
								lluvia y tempestad”, es la que habla no sólo con 
								la voz, sino en el acto de cada una de sus 
								partes, como lo demuestra en el poema XX de 
								Fridamariposa: “Mujer de endrina cabellera / 
								con un temblor de cierva / tus alas de obsidiana 
								/ cortan rebanadas al cielo”. Y en estos versos 
								queda aún más claro: “Hay conjuros que obedecen 
								a los ríos, / a la techumbre con estrellas, / a 
								los pinceles, a tus manos”.  
								
								
								
								Pero hay también una búsqueda en 
								la poeta María Elena Solórzano, pues indaga en 
								los símbolos de la transformación, en su 
								condición humana que la limita a ver hasta dónde 
								pueden alcanzar los ojos humanos, y que al mismo 
								tiempo, le dan la ventaja femenina de estar 
								inmanentemente vinculada más que con los 
								símbolos, con las manifestaciones anímicas 
								o corporales de la naturaleza, y que 
								ella traduce en composiciones emocionales, y a 
								la vez, de existencia. Nos dice la poeta: 
								“Buscaba el pez que tiene en su vientre el 
								anillo de brillantes. / Buscaba madreperlas y 
								sólo encontré la soledad”. 
								 
								
								
								
								La maestra Solórzano encuentra así la verdad más 
								limpia, la de saberse sola con todo lo que le 
								rodea; o lo que es igual, cada cosa en su propia 
								naturaleza separada de ella que observa. Salomón 
								no venció a Saba, pero guardó algo que a ella 
								pertenecía, y lo escondió en la propia entraña 
								de una palabra de mar: en un pez. Y escribe: 
								“Por el brillo de su piel sabré, por sus escamas 
								iridiscentes sabré, por sus ojos de infinita 
								tristeza sabré. / Entre los tentáculos de la 
								anémona, / entre los vaivenes del mar. / Con mi 
								anzuelo atraparé un pez / y en su vientre 
								encontraré / la sortija con el brillante azul”. 
								María Elena va al rescate de esa palabra, no 
								robada, sino tomada discretamente del tocador de 
								Efira, y al encontrarla, la coloca de vuelta a 
								la mano, al índice  de a quien pertenece; A la 
								Diosa, a la Mujer y a la Poeta, para poder 
								nuevamente aportar a los hombres su sabiduría. Y 
								lo logra gracias a la destreza, o mejor dicho, a 
								la maestría que ha alcanzado a través de la 
								perseverancia y la madurez de los años, como lo 
								hace todo poeta digno de serlo. 
								
								
								
								Bien merecido tiene este homenaje por su loable 
								trabajo para la poesía. Muchas gracias María 
								Elena, nuestra poeta. Y a los que valoran su 
								trabajo y dignamente organizan este homenaje, a 
								Eduardo H. González, Alma Estela Suárez Mendoza 
								y a todos los integrantes de este colectivo que 
								se encarga de que los poetas nunca callen. 
								Cierro esta presentación con un hermoso poema, 
								como es lógico, de nuestra homenajeada poeta:
								 
								
								
								
								  
								
								
								EL 
								ANILLO DE SALOMÓN  
								
								
								
								Busco el anillo de Salomón.  
								
								
								
								Como Jonás seré engullido por una ballena,
								 
								
								
								en 
								los resquicios de su cuerpo viviré, 
								 
								
								
								me 
								revolveré en sus entrañas,  
								
								
								me 
								acostumbraré a esas blanduras, 
								 
								
								
								un 
								día saldré por la fuente de su lomo. 
								 
								
								
								
								Busco el anillo de Salomón,  
								
								
								
								está cerca del corazón de un pez. 
								 
								
								
								Por 
								el brillo de su piel sabré,  
								
								
								por 
								sus escamas iridiscentes sabré, 
								 
								
								
								por 
								sus ojos de infinita tristeza sabré. 
								 
								
								
								
								Busco el anillo de Salomón  
								
								
								
								entre los tentáculos de la anémona, 
								 
								
								
								
								entre los vaivenes del mar.  
								
								
								Con 
								mi anzuelo atraparé un pez  
								
								
								y 
								en su vientre encontraré  
								
								
								la 
								sortija con el brillante azul. 
								 
								
								
								
								  
								
								
								
								¡Gracias a todos por su atención!
								
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