El concepto “indie”
se aplica a toda
manifestación
artística realizada
de manera
independiente y
fuera de las modas
establecidas por el
mercantilismo, y en
lo que respecta a la
literatura se
refiere a los libros
publicados por fuera
de la corriente
principal o al
margen de la
industria editorial,
y que, además, de
alguna manera en
ellos se aborda o
hace notar el
desencanto del
hombre ante la Época
Supermoderna.
En Argentina, Chile
y México,
principalmente,
algunos autores
publican su obra de
manera personal,
gracias a las
facilidades que
ofrecen las nuevas
tecnologías de
impresión. Está
claro que las
adversidades
económicas de los
países donde este
tipo de
publicaciones están
surgiendo, agudiza
la inventiva de los
escritores para
propiciar dicha vía
y ganar la partida,
de inicio, a
escritores de otras
latitudes, como los
españoles, que se
acostumbraron a la
estabilidad de un
sistema social
aburguesado.
Estos nuevos
escritores
independientes
asumen el riesgo que
supone la aventura
de publicar por
cuenta propia, para
vender sus libros
por las calles,
plazas, cafés y
bares de su ciudad,
y despreciar
editoriales tipo
“Bubok.com” o “Lulu.com”,
que no son nada más
que un directorio
donde los autores y
su obra quedan
perdidos en el
anonimato. El
escritor
independiente, al
menos, tiene un
libro entre las
manos: es algo real,
un producto cien por
ciento genuino:
escrito, diseñado,
publicado y vendido
por su autor. Ahí,
en ese libro, está
la impronta del
artista, no es un
producto genérico,
es el sueño de
alguien que apostó
su intelecto y sus
energías para sacar
adelante el proyecto
de vida: la
permanencia por
medio de la palabra.
Pero esta “palabra”
no debe caer en el
discurso
condescendiente y
vacío, porque la
“literatura indie”
va más allá de ver
una obra impresa. Es
la visión
alternativa de un
nuevo escritor que,
sabiéndose inmerso
en una época de
decadencia social,
la del consumismo y
la adoración
desmedida del
Becerro de Oro, de
una Humanidad que
camina hacia la
distopía, no duda en
tratar, ya sea de
manera directa o
sugerida, todo
aquello que
determina el fracaso
de nuestra
civilización, el
absurdo y sus
contradicciones (y
ahora Franz Kafka se
me aparece como un
visionario, y
también Roberto
Bolaño con estas
palabras: “Soñé que
la Tierra se
acababa. Y que el
único ser humano que
contemplaba el final
era Franz Kafka. En
el cielo los Titanes
luchaban a muerte.
Desde un asiento de
hierro forjado del
parque de Nueva
York, Kafka veía
arder el mundo”)..
El escritor indie,
como ser pensante,
ha de enfrentar de
manera crítica la
inercia de una
Humanidad avocada en
el fracaso, y
rechazar, con
inteligencia,
cualquier atisbo de
banalidad. Es
recuperar la palabra
asociada a la idea,
el discurso que
profundiza en ella,
para buscar el fondo
que permanece en
toda obra que aspira
a la inmortalidad.
No basta, como
pretende Juan Marsé,
con contar una
historia de manera
creíble y quedarse
en la mera fachada,
en el contenido,
porque el intelecto
ha de estar al
servicio de ese
conjunto de ideas
que se deben
desarrollar. El
escritor indie no
rechaza ser un
intelectual, porque
de otra forma
abandonaría esa
visión crítica tan
necesaria para
analizar el mundo
que le rodea, para
encontrar las claves
que darán solidez y
consistencia a su
trabajo. Ya son
muchos, demasiados,
los escritores que
se dedican a la
literatura del
entretenimiento, esa
mácula de lo banal
que caracteriza
nuestra sociedad de
consumo, escritores
que ven y se
conforman con
plasmar la realidad
del espejismo, de lo
ilusorio, para no
saber estar en su
tiempo, mirando
desde afuera de ese
mismo tiempo, con la
distancia necesaria
de una mirada
crítica que
cuestione el fracaso
del hombre ante su
Historia.
La literatura indie
es la palabra en
rebeldía, la
resistencia del
intelecto ante lo
banal, la obra de
arte frente a la
simulación, la
irreverencia ante la
hipocresía, la voz
disconforme y
alternativa que se
alza en contra del
aluvión de
literatura
consumible que
inunda el mercado
editorial. La
literatura indie es,
a fin de cuentas,
una apuesta para
impedir la muerte de
la literatura.