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Amor y perfección

por Pterocles Arenarius

Presentación del libro

Cuento Caligráfico de Cristina de la Concha

 

Presentaciones por Pterocles Arenarius: Casa de la Cultura de Tulancingo, marzo de 2012, y Feria Universitaria del Libro UAEH, agosto de 2012.

 

 
     
 

 

Amor y perfección

Pterocles Arenarius

 

Los humanos estamos motivados por dos impulsos poderosos, el segundo en importancia de los que voy a nombrar es un intenso afán de perfeccionismo ―este suele ser un flagelo por lo que no es tan rara la gente que lo anula mediante una subsidiaria baquetonería―, el afán de perfección nos vuelve más o menos intolerantes incluso con nosotros mismos y mucho más con el prójimo; pero tenemos también, por fortuna, el amor a la belleza, que es siempre la salvación “Belleza es verdad, verdad es belleza. Nada más es necesario”, nos dice el gran poeta inglés John Donne. La belleza es la suprema manifestación de la divinidad en este mundo. La belleza es la poesía de la naturaleza. La belleza es ―y casi nadie lo sabe― nuestra salvación. Porque sin la belleza seríamos incapaces de vivir. El amor a la belleza, paradójicamente, nos conduce con harta frecuencia, aun siendo un amor, al afán perfeccionista: sí, a ese que nos vuelve intolerantes. Pero el amor es el amor y se encuentra por encima de todos los sentimientos humanos.

Somos parte de una naturaleza que, asombrosamente, evoluciona. Perfecciona sistemáticamente sus llamémosles “productos”. Ciertamente, aunque existen errores, horrores, monstruos o creaciones teratológicas o quizá experimentos de madre natura, el leit motiv de la naturaleza es la consecución de seres cada vez perfeccionados. Citius, Altius, Fortius: Más altos, más rápidos, más fuertes. Pero también y ―quizá por lo mismo― más bellos. Siempre mejor adecuados al mundo, a la propia naturaleza. La naturaleza también tiene ese afán de perfección.

Según Hesiodo, en Los trabajos y los días, en el principio era el Caos. Y la Tierra. Estaba también el Eros quien vivifica a los dos primeros y de cuya unión surgen el éter y el día. Con ello, la vida y cuanto existe. Cito lo anterior porque, de inicio, el universo surge por el amor, por el Eros. Porque, entonces, desde la más antigua mitología, la motivación esencial en el universo es el amor. Sostengo que los humanos tenemos imbuido el amor más profundamente que en lo genético, aunque sea equivocado, aunque sea prejuiciado, aunque sea pervertido, enfermo y aun desgraciado, aunque sea enloquecido y febril, aunque sea embrutecido, pero todo lo que hacemos los hombres es por amor. Afortunadamente también tenemos el amor purísimo, desinteresado, nítido y directo.

Bueno, perdón por este tan largo prolegómeno, pero si vengo a hablar del libro de Cristina de la Concha es porque también vengo a hablar del amor. El libro que hoy tengo el honor de comentar, Cuento caligráfico, es una efusión de las dos virtudes de que he hablado, el afán de perfección y el amor.

Y es que desde la portada nos encontramos con un soberbio dibujo que, en lo personal, me remitió a la preciosas sagas de John Ronald Roald Talkien. Luego, conforme los ojos recorren la historia que se narra en Cuento Caligráfico puede ocurrir que no se preste atención suficiente a la historia, porque el asombro no deja que la atención vaya siguiendo la anécdota, porque cada página es una sorpresa, empezando por la letra capitular que en cada caso es una creación. Sorprende la acuciosidad, sorprende la desmesurada paciencia, la necesaria delectación, sorprende, en fin, el amor para aplicarse con el ser completo ―no hay otra manera― para la ejecución de este libro primoroso.

Así, la primera forma de recorrer con los ojos este cuento caligráfico, será observando el trabajo, asombrarse, regodearse y sentir el deleite de ver esas letras, esas viñetas, las iniciales capitulares y la caligrafía.

El viejo arte de la caligrafía que, diría, hoy se encuentra en el museo de lo objetos arcaicos y venerables. En algún momento la caligrafía fue una virtud que discriminaba a una persona culta y letrada de una analfabeta. Es más, hubo tiempo de nuestra historia que la caligrafía permitía otorgar virtudes superiores a una persona. La historia nos cuenta, por ejemplo, que en la revolución mexicana, el general Plutarco Elías Calles admitió en su ejército, como su secretario por el hecho de tener una hermosa caligrafía a un joven michoacano muy serio, solemne y atildado que se llamaba Lázaro Cárdenas.

Es fama que en la Edad Media había monjes adiestrados por años en el arte de la caligrafía y el dibujo de miniaturas para ilustrar soberbiamente los venerados libros que contenían conocimientos ancestrales. Tales monjes eran cuidadosamente vigilados para que no aprendieran a leer, sólo a copiar para reproducir las biblias o los libros cuyos secretos debían permanecer ocultos.

Cuando aparece la imprenta, ciertamente, la caligrafía recibió un gran golpe, como señala la autora. Sin embargo, el gran arte caligráfico no desapareció, sino que se reelaboró y aun se sublimó para contrarrestar el hecho de que los libros se podían ya reproducir de manera ―más o menos― masiva, aunque nada comparable con las asombrosas capacidades de reproducir libros de la tecnología actual.

Sobre el Cuento caligráfico, no dejemos de anotar que este libro precioso ha sido hecho como los antiquísimos libros medievales, totalmente dibujado a mano, incluyendo cada una de sus letras, viñetas y dibujos, aunque reproducido por los medios tecnológicos modernos.

Cuento caligráfico, como toda obra de arte, es un acto de amor y una demostración de un indoblegable afán perfeccionista de su autora. Es además, una fantasía deliciosa que cuenta con la virtud de esbozarnos la historia de la caligrafía y, en alguna medida, de la palabra escrita.

 

 

 
 

 

 
     
     
     
 
 
   
     

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