Para María
Cuando mueren hombres como José Saramago sentimos una gran extrañeza. Sentimos que hombres como él no pueden morir. No deben morírsenos. En primer lugar porque sentimos que nos pertenecen. Sus pensamientos se han vuelto nuestros. Y creo que sentimos que no pueden morir porque de alguna manera así es.
Saramago, entre muchas otras cosas era un escritor de grandes, inmensas ideas. Y las ideas son las que hacen grandes a los hombres, son las que los vuelven valiosos para la humanidad. Las ideas, por eso, sobreviven a los hombres. Más aun, los mantienen vivos entre nosotros, porque ¿qué podemos ser más valioso que nuestras ideas?
Las ideas de Saramago están sustentadas, en primer lugar, por una lógica aguda e impecable. En segundo lugar podemos decir que se apoyan no menos en la desatada imaginación y al final, todo está sustentado en una argumentación que si bien es prolija, resulta siempre demasiado convincente y poderosísima estimulante, a su vez, de la imaginación del lector. Y no queda ahí la literatura de Saramago. Nos convoca a las más grandes ideas de amor por la humanidad. He ahí la grandeza de Saramago.
Escritor más que tardío, Saramago empezó a publicar alrededor de sus cuarenta años, pero, peor aun, luego de un libro, se tomó todavía un receso de diez años más. Así que podemos decir que a sus cincuenta años estaba debutando como escritor novel.
Su origen de humilde campesino lo llevó a trabajar en múltiples oficios y, se dice, un viaje a América, específicamente a Argentina ―donde su padre acudió a buscar mejor fortuna― lo inició en los deleites de la lectura y lo condenó a la nostalgia de la tierra de las pampas, a Borges, a Cortázar y, luego en general, a toda la literatura latinoamericana. No es en balde que con frecuencia se encuentren atisbos de, por ejemplo, realismo mágico en la obra saramaguiana.
Saramago, además de tener tremendas ideas y cristalizarlas con (entre otras) las herramientas que anotamos, era un tipo que vivía acorde con lo que sostenía en sus escritos y sus opiniones de toda índole. Siempre fue muy valiente y recordamos que apoyó al subcomandante Marcos y al EZLN e incluso visitó el lugar donde ocurrió la espantosa matanza de Acteal apenas un mes después de ocurrido el horrendo hecho.
Tuvo el inmenso honor de ver prohibido por la iglesia católica, al menos, uno de sus libros, El evangelio según Jesucristo, que fue condenado al Index librorum prohibitorum del Vaticano. Hecho por el cual, paradójicamente, consiguió enormes ventas de esta extraordinaria novela.
Saramago, además, fue el creador de su propia sintaxis, de su prosa exuberante y envolvente, sin embargo, extremadamente lúcida y de entrañables reminiscencias populares.
No hay duda que José Saramago fue uno de los grandes escritores del final del siglo XX e inicios del XXI y, para el contexto político, un genio incómodo. Saramago habló permanentemente contra la “democracia” como una simulación en la que se mantiene en la miseria, la explotación y la estupidez a cientos de millones de seres humanos en todo el mundo. Él, denunció que las sociedades y los estados, sometidas a las corporaciones trasnacionales, han convertido a la persona, al ciudadano, en un vil consumidor, a costa de enfermarlo, engordarlo, enajenarlo y convertirlo en un objeto de desecho más, como cualquiera de los cacharros que fabrican.
Saramago ―cuyo apellido real era Sousa, pero que por una broma del escribano que lo registró le puso el apodo de la familia―, como casi ningún otro escritor de este momento, se merece el homenaje de la lectura. Las ideas perduran aunque los hombres desaparezcan. Saramago es uno de los que enriquece a la humanidad con su grandiosa obra.