Tulancingo cultural tras los tules... Tulancingo, Hidalgo, México |
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12.Mar.11 |
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en AJACUBA, HIDALGO, Escuela "Alfonso Reyes"
"AMADRINÓ" DE LA CONCHA BIBLIOTECA
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El miércoles 23 de febrero del año en curso, la escritora y promotora cultural Cristina de la Concha —en su investidura de presidenta de la Unión Latinoamericana de Escritores (ULATE)— acudió, en compañía del poeta y narrador José Antonio Durand Alcántara, a la población de Ajacuba en el estado de Hidalgo, para proceder como madrina a la reinauguración de la biblioteca de la Secundaria "Alfonso Reyes". Al momento de cortar el simbólico listón de la reinauguración, De la Concha fue nombrada, por las autoridades escolares ahí reunidas, Madrina de la Biblioteca. De la Concha, invitada por la maestra Julia Sánchez, directora del plantel ubicado en el sur de Hidalgo, señaló con énfasis su reconocimiento a las autoridades que la galardonaron por la distinción de que fue objeto con semejante nombramiento tras cortar el emblemático listón conmemorativo. Acompañaron a este evento, el Prof. Alberto Ángeles, Coordinador Estatal de Bibliotecas, la Mtra. Medalia Galván, Coordinadora del Sector 4 de Bibliotecas, y el Prof. Rogelio Espinosa, Coordinador del Sector 3 de Bibliotecas. Necesariamente debe destacarse, como un evento excepcional, la notable participación de tres jóvenes estudiantes (dos del segundo grado y una más del tercero) de la Secundaria “Alfonso Reyes” durante la ceremonia; ya que frente a padres de familia, maestros, funcionarios de la SEP estatal, visitantes y, asimismo, ante el total de sus compañeros, dos de ellos recitaron piezas literarias de poesía propias para la oratoria y otro narró de manera magistral varios de los más importantes pasajes de la inmortal novela de Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Por su impecable dicción y el apego a las obras, los tres alumnos fueron objeto de amplias felicitaciones por propios y extraños. Inclusive, el escritor José Antonio Durand, evidentemente emocionado, obsequió y dedicó uno de sus libros al talentoso joven que comentó con tino los pasajes de dicha novela, estimulando con ello la afición a la lectura del adolescente. |
En su discurso inaugural, y tras emitir diversas reflexiones respecto a la trascendencia del saber contenido en libros y sobre la función social educativa de las bibliotecas, De la Concha dijo, entre otros altos conceptos emitidos, que dotar a la juventud de instrumentos de lectura es constitutivo de inspirar el amor al conocimiento. Como acto seguido procedió a la entrega de un lote de libros en calidad de primera donación para la recién reinaugurada biblioteca. Los libros donados por Cristina de la Concha fueron editados por la Academia de Extensión Universitaria y Difusión de la Cultura de la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza de la UNAM, cuyo presidente es el escritor José Antonio Durand presente en la ceremonia. Al término de la misma ambos invitados habilitaron talleres literarios y dinámicas de grupos operativos en la enseñanza tanto con alumnos como con padres de familia. |
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Al decir de Cristina de la Concha, la grata participación de los alumnos en las dinámicas habilitadas tanto por José Antonio Durand como por ella misma con los grupos de alumnos de los tres grados de esta escuela secundaria, resultó por demás satisfactoria al ponerse de manifiesto el interés y entusiasmo desbordantes de los adolescentes que emprendieron las tareas con peculiar sentido lúdico, motivando con ello a los organizadores a calendarizar próximas visitas de la ahora Madrina y su distinguido acompañante. En el solemne acto de protocolo inicial y en nombre y representación de Cristina de la Concha, el profesor Durand pronunció las siguientes palabras: “Distinguida maestra Julia Sánchez, directora de la Escuela “Alfonso Reyes”, jóvenes estudiantes de los tres grados de esta Secundaria, señores y señoras, padres de familia, maestros y funcionarios de educación, amigos todos: Una biblioteca cobija libros, y según Alfonso Reyes Tener algo que decir en un libro es desplegar la imaginación creativa y el sentido crítico. Es también mostrar respeto por el lector, como si se escribiera o hablara para uno mismo.
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Para Van Dijk, la coherencia global de un libro la asigna el lector, en tanto que la coherencia pertenece al mundo de la comprensión y a la interpretación que el lector hace del texto. Umberto Eco señala que “para que el libro funcione al máximo rendimiento es necesaria la cooperación del lector, que cubrirá los intersticios y espacios vacíos que el texto posee”. El libro, como acto de comunicación, rebasa la forma verbal de lo escrito, para expresar cosas que no fueron dichas, pero forman parte del texto. Para Michel Foucault hay muchas cosas que hablan y que no son lenguaje. En la biblioteca. |
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Ricardo Garibay, el célebre escritor hidalguense, decía que “si no hay lectura no hay memoria reflexiva, no hay inteligencia, no hay lucidez, no hay posibilidad de comunicación. (...) leer es pasar los ojos, los oídos, los cinco sentidos y la inteligencia, por letras (...) un pueblo que no lee, es un pueblo que macera gigantescas cantidades de analfabetas (...) el hombre que no lee, no avanza”. El lector del libro debe estar siempre dispuesto a descubrir el texto que está frente a sus ojos como algo mucho más esencial que aquello que aparece bajo la forma sígnica de las palabras. Debe ser, como dice Nietzsche, "un buen excavador de los bajos fondos". Los libros surgen en medio de una red de interacciones que configuran el sentido de las palabras, sus alcances e intenciones. Un lector no sólo es una persona que lee un libro, es, además, un cómplice, un adversario, un protagonista, un crítico. En un libro se puede apreciar lo que el autor dice, pero también lo que no dice. Cada escritor habla en nombre propio; cada lector está situado en su historia personal: ambos, se encuentran, a través del lenguaje, en un libro y en él se representan y se reconstruyen. Leer y escribir son actividades intelectuales inseparables. Se corresponden, se necesitan, existen en unidad, en continuo. Tienden a cambiar la vida del lector-escritor y de su entorno. Cuando el libro comunica a dos, los dos se enriquecen y esta fórmula crece exponencialmente. La persona que lee un libro puede analizar, discutir, proponer. Recibe placer. La lectura y la escritura se realizan mejor cuando a ellas se acude con el cuerpo entero y la conciencia plena. El oficio de lector de libros es un oficio para toda la vida. Las dudas desaparecen cuando el destino del libro es uno mismo pensando en el otro. Un escritor busca lector, pero no hay lector sin libro por lo que el encuentro es simultáneo. Nadie debe leer un libro bajo coacción. Cada individuo desarrolla sus propios métodos. Para Paul Valery “los libros tienen los mismos enemigos que el hombre: el fuego, la humedad, los animales, el tiempo y su propio contenido”, Alfredo Moravia opina que “hay libros muy imperfectos, mal construidos, farragosos, desordenados, pero vivos, que leemos y leeremos siempre; y hay otros, en cambio, perfectos en todos sus detalles, bien construidos, bien compuestos, ordenados y pulimentados, pero muertos, que dejamos de lado con toda su perfección, que no nos sirven para nada” Dice Ludwik Flaszen que “un libro se concibe, se escribe, se publica. Un libro se consume, se digiere, se secreta... Un libro es una droga que nos permite soñarnos cambiados, cuando nuestra existencia está adherida a la rutina, soñarnos existentes, cuando apenas vegetamos” José Luis Borges refiere que “clásico es aquel libro que una nación o grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como cosmos y capaz de interpretaciones sin término... Clásico es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con fervor y misteriosa lealtad” Para Mario Benedetti “los libros no siempre dan placer. Hay libros que abrazan (con zeta) y otros que abrasan (con ese). Libros que son confidencias y tentaciones en nuestro oído proclive, y otros que son alaridos en nuestra sordera voluntaria. Libros con vocación de cabecera y libros con vocación de fogata. Libros que nunca serán desflorados y por eso se vuelven resentidos y, en algunos casos, puritanos, severos, inclementes. Libros de hojas amarillentas y marchitas, condenados a jubilarse en sus anaqueles, cada vez más lejos del sol y los lectores. Libros por el contrario, tan leídos, que se deshojan como las margaritas antes de ser echadas a los puercos. Hay libros aplazables y libros irremplazables. Libros viudos, que penosamente sobreviven a sus musas. Y libros divorciados. Hay libros que seducen con sus solapas y otros que ofenden con sus erratas.” José Vasconcelos, para distinguir los libros, tenía en uso una clasificación que respondía a las emociones que le causaban. Los dividía en libros que leía sentado y libros que leía de pie: “Los primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos, ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero, en todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud normal. En cambio los hay que, apenas comenzados, nos hacen levantar, como si de la tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos como para subir. En éstos no leemos: declamamos, alzamos el ademán y la figura, sufrimos una verdadera transfiguración”. Para José Ortega y Gasset el libro posee una auténtica función viviente. El libro, señala, “al conservar solo las palabras conserva solo la ceniza del efectivo pensamiento. Para que éste reviva y perviva no basta con el libro. Es preciso que otro hombre reproduzca en su persona la situación vital a que aquel pensamiento respondía. Solo entonces puede afirmarse que las frases del libro han sido entendidas y que el decir pretérito se ha salvado. Cuando no se hace esto, cuando se lee mucho y se piensa poco, el libro es un instrumento terriblemente eficaz para la falsificación de la vida humana”.
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